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46º FESTIVAL DE CANNES

El concurso recupera la mediocridad tras el mágico y fugaz espejismo chino

Liz Taylor eligió un buen día para exhibir sus joyas falsas, su abnegación y su filantropía. A falta de cine, el hormiguero del festival se agitó alrededor de, como dicen los periodistas franceses de pluma cursi, 9a pequeña dama de grandes ojos violeta". Tras la mágica y genial película china Adiós a mi concubina, la mediocridad ha vuelto a adueñarse de las pantallas del palacio de La Croisette. Mientras, Liz Taylor -con Sylvester Stallone en funciones de gorda de repuesto pues el genuino, Schwarzy, se ha ido a vender mamporros a otra selva- hizo honor a su condición de estrella y subastó fotografías a precios astronomicos, para engrosar las cuentas de su campaña contra el sida.

Cuentan que estas fotografías mueven su valor de mercado en una franja de flotación que oscila entre 20.000 y medio millón de pesetas, lo que puede parecer una exageración a los incrédulos de ahí fuera, pero que en estas alturas ficticias parece completamente creíble, pues durante estos días, aquí, en Cannes, el atraco no es un incidente excepcional, sino un rito social cotidiano.En Cannes, durante estos días, cuesta dinero respirar el Chanel sudado que flota en las madrugadas. Cuando, en una terraza de La Croisette, un sobaquillo oculto detrás de aromas de Armani se encrespa, más vale agradecerlo, pues de lo contrario el ragú o el tartar de carne de caballo, cuyo precio es otro atraco, da coces en el estómago.

Durante estos días, en Cannes se paga en efectivo el asfalto que -los zapatos erosionan cuando atraviesan una calzada. En los restaurantes, el desgaste de cubierto, mantel, servilleta y silla es incluido en la cuenta. Y si uno huye espantado por los ceros del menú, peor: fuera hay un foco que te ilumina y hay que pagar la luz que absorbe el esmoquin.

Y si uno huye de la luz y escapa hacia una sombra con pinta de gratuita, peor: en lo oscuro está siempre agazapado y al acecho uno de los incontables chorizos y otros derivados del cerdo que se concentran aquí, en Cannes, durante estos días, para desvalijar peregrinos que . buscan con ansia un cine que no encuentran ni con lupa. Ayer desplumaron a dos españoles, un crítico y un director, a éste último a punta de pistola, pero quedó agradecido por la baratura del susto o, en rigor, del peaje: sólo 300 francos y una petaca de puros habanos.

Durante estos días, en Cannes, lo único barato es soñar. Es decir: meterse en un cine. Pero uno se encuentra con que dentro de los cines no ponen verdaderas películas y que soñar es por consiguiente imposible: otro atraco. Un atraco fue Duba Duba, del ruso Alexandr Klivan; y otro clamoroso, de los que rizan el rizo- Splittin Heirs, una supuesta comedia anglo-americana dirigida por Robert Young e interpretada por Barbara Hershey y dos o tres supervivientes del naufragio del grupo Monty Phyton, que para los optimistas han perdido la gracia y para los pesimistas no la han perdido, porque nunca la tuvieron.

La primera es un candoroso y frustrado intento de dar vida a un RaskoInikov (el inagotable hombre-enigma de Crimen y castigo de Dostolevski) de nuestros días. No funciona: RaskoInikov sigue muerto.

La segunda es un engendro tan evidente y de tales magnitudes que su programación aquí es para los optimistas un error o una broma de mal gusto y para los pesimistas un acierto y un asunto serio, pues tiene toda la pinta de un acto de sabotaje desde dentro contra la credibilidad de un festival cinematográfico que está resultando literalmente increíble.

Si se tienen en cuenta estas maldades, el hecho de que Liz Taylor viniese ayer a Cannes a vender fotografías que sólo es posible vender a punta de talonario, y que las vendiese a puñados, es algo fácilmente explicable: para los optimistas se trata de un disparate entre los muchos que se ven a diario y para los pesimistas un suceso normal, que encaja perfectamente con la lógica de las cosas, tal como ocurren aquí, durante estos días, en Cannes.

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