La crisis de la representación
Italia y Brasil son dos países, por cierto, muy distintos. Poseen, sin embargo, algunas curiosas analogías en su psicología popular, en el modo de encarar la vida: aun las mayores tragedias tienen una dosis de humor, el trabajo es una necesidad y nunca una religión, la diversión es parte importante de la vida y allí ha de estar para endulzar fatigas. Por ello, la telenovela brasileña ha sido a su género lo que el neorrealismo italiano al cine, pues ambos abandonaron la actuación retórica y trasladaron la vida al arte en una transcripción bienhumorada, en que conviven la sonrisa con el drama humano. Las soluciones drásticas no son su inclinación, siempre hay un yeito, como dicen los brasileños, un modo de arreglar las cosas buscándoles una vueltita ingeniosa que las haga alcanzables con menos sacrificio.Curiosamente, ambos tuvieron, con diferencias de días, plebiscitos sobre temas constitucionales, y ambos tuvieron, como telón de fondo, crisis políticas muy profundas. Como es sabido, esas crisis casi siempre trasladan sus angustias a la reforma del sistema de gobierno. Cuando se acumulan tensiones, aun de diversa naturaleza, las miradas suelen dirigirse al régimen más que a sus titulares. Éstos, incluso, encuentran en ese debate un principio de explicación -o excusa- para los males que se viven, mientras que los opositores encuentran una -bandera fácil, que insufla de aire renovador su propuesta.
En Francia, no bien comenzó a golpear el estancamiento económico, se renovaron los viejos debates sobre el septenato y la necesidad de acortar el mandato presidencial. Luego, cuando ya la oposición anticipaba su triunfo a través de las encuestas, comenzó a discutirse sobre la cohabitación. Pasada ya la elección, los partidos minoritarios -lepenistas, ecologistas- cuestionan la legítimidad del sistema por no haber obtenido ninguna representación parlamentaria.
Ni hablemos de lo que es la tormenta -más bien terremoto- en Italia. Obviamente, la corrupción no es la consecuencia directa del sistema electoral, ni es esto demostrable, pero cambiándolo se ha querido dar un paso hacia una ventilación del mundo político a todas luces saludable. De la democracia de "la impotencia", como decía Duverger, se `pasa a la de la responsabilidad, a través de un régimen electoral mayoritario, sustitutivo- de una vieja representación proporcional que permitió la sobrevivencia eterna de partidos, grupos, facciones y personas a través del fraccionamiento del poder.
En Brasil, el plebiscito venía de atrás, como un epílogo a su Constituyente de 1985, pero quisieron las circunstancias históricas que ocurriera luego del dramático episodio de la caída de su presidente, nada menos que por cuestiones de moralidad. Esto le daba un marco, en principio, favorable al parlamentarismo, que los congresistas imaginaban con representación proporcional y lugar para todos. Sin embargo, el pueblo comenzó a reaccionar y, finalmente, votó clara e inequívocamente: presidencialismo. O sea, el sistema de responsabilidad personalizada tradicional en América Latina. El argumento de que casos como el de Collor testimoniaban las dificultades de] presidencialismo para cambiar en casos de notorio fracaso fue mucho más débil que el de que el parlamentarismo llevaba a una elección indirecta del jefe del Gobierno, en manos de los diputados, tal cual ocurría en Italia.
Por cierto, que nadie quería un parlamentarismo serio como el inglés, con su sistema mayoritario, o el francés, con su ballotage, o el español, con su representación proporcional corregida (y bastante corregida). La idea de la mayoría de los políticos era trasladar la decisión de elegir el Gobierno del voto popular al colegio de los notables del Congreso, que asentarían regímenes sobre sus combinaciones. Y contra esto reaccionó el pueblo.
El tema de la monarquía, que también se votó negativamente, tiene otros matices: aparecía como una idea en abstracto, sin un proyecto viable detrás, porque nadie veía un verdadero soberano en los actuales pretendientes del trono ni tampoco había figura o fuerza política válida estructurada para organizarlo.
En todo caso, las crisis han conducido a un desenlace alineado en la misma dirección, o sea, la de una democracia eficaz. En ningún caso, la demanda se ha inclinado hacia las soluciones que, invocando el espíritu democrático, vuelcan la balanza en favor de la mayor facilidad de los partidos minoritarios, o de las combinaciones políticas, o de la proporcionalidad. De ahí que los brasileños le dijeran que sí al presidencialismo y no al parlamentarismo proporcional, y que los italianos enterraran para el Senado la representación proporcional y se inclinaran hacia el régimen electoral mayoritario. Esto habla de un afán de certeza, de responsabilidad política, de una representación popular clara e inequívoca. La crisis de representación de los últimos años -en que nadie se sentía representado por nadie, ni partido, ni Gobierno, ni sindicato- tiene aquí una respuesta en favor de un sistema político en que quede claro quién es el Gobierno y quién la oposición.
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