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Kurosawa desvela la degradación estilística del telecine actual

Sólo Stephen Frears supera la elementalidad con su gracioso telefilme 'The Snapper'

ENVIADO ESPECIALAkira Kurosawa ha traído a Cannes a cuestas sus 84 años y su película número 30, titulada Madadayo, un prodigio de cine clásico y sin edad que, involuntariamente, con su sola presencia, desvela la tosquedad del estilo -más exactamente: de la falta de estilo generado por la actual epidemia de cine destinado al pienso televisivo cotidiano. El telecine es cine muy elemental, degradado; y la pureza y complejidad del cine clásico de Kurosawa lo reduce sin misericordia al ridículo.

El italiano Ricki Tognazzi, con La escolta, y el británico Mlke Leigh, con Naked, nos trajeron dos telefilmes habilidosos, con argumentos e interpretaciones solventes, a pantallas irremediablemente contaminadas por la polución audiovisual. Hace falta la sagacidad y la gracia de Stephen Frears -que ayer presentó The Snapper- o el rigor insobornable de Ken Loach -que competirá aquí dentro de unos días-, para convertir en oro esa basura estilística, transformándola como alquimistas desde dentro.El anciano Kurosawa, distante, alto y recto como un viejo roble aislado, volvió con sus dos focos negros a oscurecer a todo lo que le acompaño ayer en Cannes. No tiene ya nada que demostrar, y por ello no quiere pelear, concursar, ni probablemente le dejarían hacerlo, pues barrería a toda la competencia. Dice el cineasta japonés: "Madadayo no es un testimonio, ni tiene mensaje alguno. Aunque ocurrió, es una ficción, un cuento: la historia de un maestro de escuela japonés llamado Hyakken, que en 1943 dejó la enseñanza, se dedicó a escribir y alcanzó una pequeña notoriedad. Durante la guerra mundial una bomba destruyó su casa de Tokio, y se fue a vivir al campo a una cabaña. Sus antiguos alumnos le veneraban tanto que se ocuparon de que no le faltara de nada hasta su muerte". Es una buena historia", prosigue Kurosawa, "no porque ocurriese sino porque, aunque hubiese sido inventada, merece ser real. Las buenas historias se reconocen por eso, porque aun que sean fabuladas, siempre son en el fondo verídicas. El maestro Hyakken tiene como persona algo de excepción, porque se hizo famoso con sus libros, pero hubo un tiempo en que había muchos maestros como él en todo el mundo. Yo tuve uno así".

Aprendizaje del maestro

Añade Kurosawa: "Paul Valéry decía que hoy se está olvidando algo esencial en la educación de la gente joven: que es mucho más importante para un muchacho aprender de la persona de su maestro que de las páginas de un libro. Es verdad. Lo que se aprende de los maestros se basa en su experiencia de la vida, y por ello lo que nos enseñan no son cosas, sino más que cosas. Nos enseñan a vivir, y vivir no es una cosa, sino algo que está más allá, una asignatura hoy casi desconocida".Akira Kurosawa ensombrece la voz y parece ahora hablar hacia adentro: "Un amigo mío de la infancia me contó que en 1947, cuando se estrenó mi película Un domingo maravilloso, se metió en un cine a verla, y detrás de él, en la oscuridad, oyó llorar a alguien. Se volvió y vio a un anciano que miraba la pantalla con los ojos llenos de lágrimas: era nuestro maestro de escuela. Todavía me emociona su emoción. Yo ahora tengo más años que él tenía entonces, pero sigue enseñándome. Por ejemplo, me ha enseñado a hacer esta película Madadayo".Martin Scorsese vio Madadayo en Nueva York hace unas semanas y exclamó: "¡Qué cine, qué regalo!". Como le ocurrió al maestro Hyakken, de todos los rincones del mundo vendrían, si pudieran hacerlo, innumerables muchachos a ocuparse de Kurosawa hasta la muerte, porque él sigue enseñando que los valores humanos fundamentales son la compasión y la comprensión.Todo se hace secundario después de ver la película de Kurosawa. No tiene Madadayo la energía y la vitalidad de Los siete samurais. Es una obra clásica, serena y risueña. Pero una de sus escenas -esos 20 minutos largos que ocupa la primera y portentosa reunión entre el maestro y sus alumnos ya adultos- es un momento sagrado de la historia del cine, que hay que situar a la altura de los más nobles y elevados de John Ford, Howard Hawks, Carl Dreyer o Kenji Mizoguchi.Buenas historias tienen La escolta y Naked, de Tognazzi y Leigh, respectivamente. Pero también a estos estimables cineastas de hoy les convendría, para aprender a convertir su fama en algo no efímero, reunirse con la boca cerrada alrededor de estas palabras dichas ayer aquí por el maestro Kurosawa: "La clave de una buena película es el guión. Pero los jóvenes realizadores descuidan la escritura y se olvidan de que, por mucho que se esmeren en la realización ésta acaba en nada si no han cuidado el guión previamente. Deben guardar como un tesoro el recuerdo de lo que hacían los viejos maestros, como Mizoguchi, y no olvidar nunca, sino mantener con orgullo la herencia del cine clásico".

Pero lo cierto es que la olvidan y dentro de unos años no habrá ni una huella de esas dos películas en la memoria del cine: para entonces, Kurosawa ya habrá muerto, y su Madadayo seguirá borrando sus títulos y oscureciendo a sus creadores.

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