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En torno a la lógica de 'Un programa razonable'

Contesta el articulista a un texto de Alberto Recarte en el que trazaba las líneas de un posible programa económico. A su juicio, la reducción del gasto público no es, aquí y ahora, la variable de control más afortunada. Su opción es la de conjugar razonablemente las políticas monetarias, fiscal y de renta.

Hace pocas fechas (20 de abril de 1993) se publicaba en EL PAÍS un documento económico titulado Un programa razonable. Un programa en el que su autor recomendaba (sic) "un descenso de la inversión y del consumo públicos y de los gastos sociales, un descenso de los tipos de interés y del tipo de cambio, modificaciones de las relaciones laborales y privatizaciones". "Ese programa, por ese orden", se añadía, "es el que parece más razonable para ayudarnos a sanear nuestra economía y crear empleo".Para comenzar este comentario, se señalará que el autor, antes de llegar a la parte prescriptiva, hacía un diagnóstico sobre la situación de la economía española que más o menos se ajustaba a lo siguiente. El problema central de la economía española -el paro- tiene que ver básicamente con los altos tipos de interés en los que se viene moviendo nuestra economía. Tipos que han alcanzado los altos niveles en que se desenvuelven por varias razones: 1. Por el crecimiento excesivo del gasto público; 2. por no reformar debidamente el mercado de trabajo, y 3. por el autocastigo depresivo provocado por el SME. Y ello en un contexto de existencia de tipos de cambio fijos (SME), con movilidad perfecta de capitales.

Exceso de confianza

Detalles aparte sobre la mala gestión o la negativa priorización del gasto público, derivados del deficiente desarrollo autonómico o de algunos de los inapropiados proyectos magnos recientemente ejecutados, quizá cabría subrayar el exceso de confianza que el Gobierno ha depositado en Maastricht o en Bruselas. Opiniones todas ellas que comparto con el autor del referido trabajo.

No comparto con él, sin embargo, la idea de que el Gobierno haya tratado recientemente de hacer creer "que en una situación como la española la doctrina keynesiana aconseje más inversión pública" (sic). Y ello porque hay argumentos, unos recientes y otros no tanto, que hacen vislumbrar que en la actualidad estamos ante prácticas de política económica más bien neoclásicas que keynesianas (aun sin haberse corregido aceptablemente los problemas microeconómicos centrales). De un lado, las recientes subidas de los impuestos directos o indirectos (a partir del verano último), combinados con gastos más atemperados (salvo en inversión pública), sugieren claramente la intencionalidad de reducir el déficit público, lo que es una prescripción típicamente neoclásica en la actual situación depresiva. De otro, ocioso es hablar de la política monetaria practicada durante la última década o incluso antes; política que viene siendo indiferente ante la evolución de la actividad o el empleo, en razón de la opinión machaconamente repetida por sus gestores de que las variables nominales no pueden afectar a largo plazo a las reales.

Modificaciones de los tipos

Dicho lo anterior, se señalará que el autor sugería un programa típicamente neoclásico, más radical aún que el patrocinado por el Gobierno. Programa aquél que, entre otras cosas, parece olvidar que nuestros- tipos de interés deben estar relativamente alineados con los de nuestros socios comunitarios mientras estemos en el SME; razón por la que cualquier desviación significativa y a la baja de nuestros tipos podría producirnos graves problemas externos, vía balanza de capitales. Programa que, además y sorprendentemente, se recomendaba como conveniente, "con independencia de replantear nuestra posición en el SME" (sic).

Ahora bien, en lo que menos estoy de acuerdo -comentarios aparte sobre lo que hace o deja de hacer el Gobierno en la actualidad- es en la virtualidad de la secuencia prevista por el autor en relación con la disminución recomendada del gasto público. Una reducción del gasto -decía el autor- deprimirá los tipos de interés, y esa rebaja reanimará tanto la inversión interior como las exportaciones netas, vía ajuste del tipo de cambio. Secuencia, que, siendo cierta en el supuesto de existencia de tipos flexibles, es dudoso que por la vía de la demanda nos lleve, en relación con la producción y el empleo, más lejos de donde estábamos, se juegue con un modelo neokeynesiano -que no es el caso- o se juegue con un modelo neoclásico. Y ello, al producirse un proceso que como máximo sería de sustitución por la vía de la demanda; sustitución que se activaría al reducirse la demanda de gastos en bienes y servicios del sector público o de consumo privado (al menguar las transferencias) y al incrementarse la inversión privada y las exportaciones netas.Proceso de reducción del gasto público que sólo permitiría a corto plazo -y con suerte (esto dependería de las correspondientes elasticidades, etcétera)mantener el actual nivel de empleo. Mas no elevarlo; elevación que sólo podría conseguirse si ese proceso de sustitución fuera completo y la paralela reducción de la presión fiscal afectara favorablemente a la oferta agregada. Pero este proceso último podría ser débil y lento, como se demostró hace una década en Estados Unidos, cuando se planteó la estrategia del enfoque de oferta.

Flexibilidad laboral

Obviamente -y en esto hay que estar de acuerdo con el autor-, cualquier mejora en la flexibilidad de los mercados, y singularmente del laboral, permitiría mejorar el volumen de oferta; pero éste, indudablemente, sería un diseño de política a medio o a largo plazo, no a corto. Por otro lado, y poniéndonos no tanto en una situación pesimista como en una realista, habría que decir que en la medida en que los precios de bienes, servicios y factores (salarios y tipos de interés) fueran relativamente inflexibles a la baja, la secuencia desencadenada con la reducción del gasto público sería aún más lenta, y más pronunciado el crecimiento del desempleo a corto plazo.

Así pues, aun debiendo reducirse a medio y largo plazo el tamaño del sector público -opinión en la que estoy de acuerdo con el autor-, discrepo en que la reducción del gasto público sea aquí y ahora la variable de control más afortunada. Por otro lado, la ausencia explícita a lo largo de su trabajo de una llamada a la moderación salarial -a la necesaria reducción de los salarios reales diría yo-, aunque se hable de un supuesto "reparto horizontal" de la carga de la crisis vía devaluación, parece otro de los fallos del programa presentado.Así pues, la probable invalidez operativa a corto plazo del modelo neoclásico del que implícitamente se parte, la falta de consideración de los efectos que sobre la balanza de capitales podría generar en el futuro una bajada unilateral de los tipos de interés españoles (por no citar el hecho de que una bajada de aquéllos llevaría de nuevo al uso de procesos productivos intensivos en capital) y la falta de referencias claras a la necesidad de un cambio relativo en los precios de los factores, son taras que podrían lastrar gravemente el programa presentado por el autor.En mi opinión, empero, lo que habría que conseguir más bien es elevar la producción (y el empleo), teniendo en cuenta las restricciones hoy existentes sobre la invariabilidad relativa de nuestros tipos `de interés y de nuestros precios, impuestas por el SME y Maastricht. Esto es, habría que tratar de alcanzar en el futuro los objetivos de crecimiento del empleo (y el anejo de producción), de estabilidad relativa de precios y de estabilidad relativa de tipos de interés; pero, ¿es eso posible? La teoría de la política económica dice que si: se trata de alcanzar tres objetivos y se dispone de tres instrumentos: la política monetaria, la política fiscal y la política de renta. ¡Combínense razonablemente!

José Miguel Andreu es técnico comercial y economista del Estado.

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