Madrid
La última vez que estuve en un restaurante chino, lo más emocionante que me pasó fue que el camarero me retiró las cerillas de obsequio, ofendido por la parquedad de mi propina. Claro que eso sucedió en Nueva York, ciudad a todas luces más tranquila que un Madrid en donde una de Fu-Manchú se libró en el Tiananmen -menudo nombre, menudo fario-, establecimiento alimentario de tipo exótico; en algunos de su mismo cariz no hace falta morir a puñaladas, dado que no tienen cámaras frigoríficas para guardar los alimentos.De este- Madrid que, en mayo, siempre me queda en la memoria como un mar de verde que asoma tras las verjas del Retiro, recordaré en el futuro un mar de mierda -aunque, a decir verdad, no mucho más importante que el que existía antes de la huelga de limpiadores: así de guarros nos hemos vuelto- y las declaraciones del representante del grenuo durante la manifestación celebrada ante la sede del PP, en la calle de Génova, llamando al candidato Aznar compañero.
Sucia está la ciudad, y podría escribirse un libro si siguiéramos el rastro de desperdicios partiendo de la Puerta del Sol, del kilómetro cero de España, por los itinerarios de envoltorios, bolsas de plástico, latas vacías, cascos de botellas y otros cadáveres. Las historias serían distintas yendo de Sol al Palace, de Sol a Campamento, de Sol a San Blas o de Sol a Torre Picassol- pero serían, en el fondo, la misma. La que marca el presente de una ciudad regida por un alcalde de medio hervor, último peldaño de un amor desandado que empezamos a perder el día que enterramos a Tierno.
Madrid necesita con urgencia a alguien que la quiera mejor. Cuando eso ocurra puede que la fuente inútil y seca que han construido en mi barrio deje de ser un vertedero para ponerse a manar de verdad.
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