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Cultura impone un cambio en la reforma del Teatro Real después de siete años de trabajo

Los hasta ahora responsables de la reconversión califican el nuevo proyecto de disparate

Entre esas modificaciones cabría destacar el cambio radical de la fachada a la Plaza de Oriente con la construcción de un pórtico muy similar al de la puerta de Velázquez del Museo del Prado -Partearroyo es el responsable de las obras de ampliación del Museo del Prado-, así como la demolición de los torreones de la fachada a la Plaza de Isabel II y la construcción de una nueva cubierta sobreelevada en todo el perímetro del teatro, al margen de otros aspectos técnicos, difícilmente entendibles por alguien que no sea experto.Todas estas transformaciones están en contra del Plan Especial aprobado para la reconversión del Teatro Real, ya que este edificio tiene incoación de expediente de monumento nacional y grado de protección 1, lo que significa que no se puede tocar sin autorización del Ayuntamiento.Verdú y González Valcárcel, hijo, se hicieron cargo de las obras tras la muerte a pie de obra, del padre de este último, José Manuel González Valcárcel, responsable de las obras del Real durante décadas. Cultura, que entonces les dio ánimos, les pidió que entregaran el proyecto de tercera y última fase en tres meses, lo que hicieron en la fecha prevista. En noviembre de 1992 se iniciaron las obras de la tercera fase, adjudicadas a Huarte.

Los rumores de que responsables de Cultura estaban sondeando a varios arquitectos de renombre para el Teatro Real comenzaron a difundirse. No consiguieron su supuesto propósito, pero en diciembre de 1992 el INAEM impuso la presencia de Rodríguez de Partearroyo, nuevo arquitecto en el proyecto, haciéndoles saber que era "uno más". Ellos aceptaron resignadamente. El nuevo profesional pronto se hizo notar, ya que éste pretendía introducir toda una serie de "alternativas" al proyecto y pidió tres meses, que se le concedieron, para proyectarlas.

Demoliciones

A partir de ese momento, tanto Verdú como González Valcárcel notaron que su autoridad se empezaba a cuestionar a pie de obra y que la ejecución de sus órdenes se retrasaba sin razón aparente. El pasado febrero la situación era ya explosiva. En marzo, Rodríguez de Partearroyo presentó sus "alternativas". Sobre ellas, el arquitecto Verdú ha comentado en una carta enviada por él a varios colegas: "Propone importantísimas modificaciones al proyecto en ejecución (incluyendo demoliciones de obras realizadas, aumentos de volumen, nuevas fachadas y nuevas cubiertas) que a mi juicio son injustificables, están impregnadas de una desafortunada grandilocuencia formalista y no respetan la lógica constructiva del edificio, ni el Plan Especial aprobado, ni el programa de necesidades vigente".

A raíz de la presentación de estas "alternativas", el Ministerio de Cultura decidió nombrar a Rodríguez de Partearroyo director de las obras. Verdú y González Valcárcel presentaron un informe en el que afirmaron, en una reunión mantenida en Cultura, que la nueva remodelación es un disparate y una irresponsabilidad, al margen de que nadie sabe lo que va a costar ni cuándo se va a terminar. Todas y cada una de las modificaciones fueron desmontadas por los dos arquitectos, que las calificaron de aberraciones. Nadie ha dicho que el informe descalificatorio fuera erróneo o tuviera, desde un punto de vista arquitectónico, algo rechazable.

Verdú, dada su actitud radicalmente contraria a tales modificaciones, ha sido destituido de sus responsabilidades en la llamada tercera y última fase del proyecto, por lo que ha presentado su dimisión en sus restantes responsabilidades en el Teatro Real, relativas a las fases anteriores y al equipamiento escénico.

Azarosa historia

La historia de la reciente y azarosa reforma del Teatro Real de sala sinfónica en teatro de ópera es la siguiente: una tríada de arquitectos, compuesta por José Manuel González Valcárcel -quien llevaba años impulsando este proyecto y fue autor de la reforma de 1966-; Julio Enrique Simonet -arquitecto funcionario de Cultura que terminó saliendo del proyecto- y Miguel Verdú -prestigiado especialista en arquitectura teatral-, iniciaron los trabajos. Cuando se encargó el proyecto en septiembre de 1987 figuraban como arquitectos responsables José Manuel González Valcárcel como director, y su hijo Jaime y Verdú como colaboradores.

En una primera etapa todo fue ágil, debido sobre todo a que tuvieron un buen interlocutor con el Ministerio de Cultura, José Antonio Campos Borrego, director del Teatro de la Zarzuela en aquellas fechas. En 1988 se firmó un convenio entre el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo (MOPU) y Cultura. Pero en 1989 Campos Borrego dejó de ser un canal de comunicación y aparecieron tantos interlocutores, enfrentados entre sí, que los arquitectos llegaron en más de un momento a desesperarse, según cuentan personas que han seguido de cerca el proceso.

En octubre de 1988 se cerró el teatro con la intención de reabrirlo en 1992 aprovechando los fastos de ese año. Pero en realidad no quedó vacío hasta diciembre de 1990, y la obra empezó el 2 de enero de 1991.

Los arquitectos siempre habían hablado de un mínimo de cuatro años para acometer la reforma, por lo que fue imposible que el Teatro Real estuviese abierto en la fecha prevista y con ese presupuesto, ambas cosas precipitadamente anunciadas por Cultura. Garrido Guzmán, impulsor de esta reconversión del teatro cuando era director general del INAEM, decidió convocar a la prensa el 29 de enero de 1992, -en esa fecha ya había sido ascendido a subsecretario de Cultura-, para contarles todo y enseñar a pie de obra el teatro, lo que posibilitaría subsanar errores en la información trasmitida hasta entonces, y que los periodistas se dieran cuenta de la magnitud del proyecto.

Pero el destino les jugó un, mala pasada. Garrido Guzmán fue destituido dos días antes, y lo que es peor, González Valcárcel, que siempre coqueteaba con su edad para que nadie supiera que había nacido en 1913, sufrió un infarto durante esa visita y murió en presencia de la prensa. El Teatro Real no fue el protagonista de la jornada.

Sin tranquilidad

R. T., Desde que el Teatro Real se empezó a construir en 1818 no ha conocido la tranquilidad. Se inauguró en 1850 y en 1876 era el más costoso del mundo. En 1925 se cerré debido a los alarmantes signos de ruina que presentaba yen 1965 se remodeló para convertirlo en sala de conciertos.

En 1981 el gobierno de UCI) anunció que el Teatro Real volvería a desempeñar las funciones para las que fue creado: representaciones de ópera y danza. En 1985, el entonces ministro de Cultura, Javier Solana, anunció que la reconversión se iba a realizar. El impulsor de la reforma fue José Manuel Garrido Guzmán, entonces director general del INAEM, quien consiguió en 1988 implicar al MOPU para que aportase 2.000 millones. Necesitaban, en principio, 5.800. Cultura aportaría 2.000 y el resto serían ofrecidos por patrocinadores diversos aún no encontrados, ni entonces ni ahora. En cualquier caso, en aquellas fechas nadie podía saber realmente lo que iba a costar, ya que era imposible presupuestar los costes finales hasta que no estuvieran redactados todos los proyectos de obra civil y de equipamientos.

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