Solidaridad con Bosnia
CARLOS TAIBOEl autor estima que los políticos e intelectuales de la "comunidad internacional" no han tomado iniciativas solidarias hacia el pueblo bosnio y que el silencio ante la agresividad de Serbia, ha permitido el desarrollo en Croacia de un régimen poco preocupado por la justicia. Cree que los poderes ejecutivos han permanecido perplejos ante el conflicto balcánico. El artículo se escribió antes de que el líder de los serbios de Bosnia, Radovan Karadzic, suscribiera el do domingo el plan de paz Vance-Owen.
Los conflictos yugoslavos han suscitado entre nosotros un sinfín de perplejidades, bien pocas reflexiones y una magra solidaridad, en la que una endeble sociedad civil ha demostrado estar por delante de políticos e intelectuales. La actitud de muchas de las gentes de a pie contrasta visiblemente con la mezquindad del Gobierno, que tiene poco que decir, y con la desidia de la oposición, más interesada en otras cosas.De resultas, el silencio ha sido casi general. Pocos fueron los que mostraron su preocupación, antes de 1991, por la reiterada ruptura de las reglas del juego del Estado federal yugoslavo acometida por las autoridades serbias. Apenas se escucharon comentarios críticos que pusiesen en cuestión la abolición de los estatutos de autonomía de la Vojvodina y de Kosovo, la operación recentralizadora auspiciada por Belgrado o la cerril oposición con que Estados Unidos y la Comunidad Europea obsequiaron a la propuesta confederal realizada por cuatro de las seis repúblicas yugoslavas; los ímpetus centralistas adquirieron en ese tiempo, muy al contrario, un nuevo vuelo.
Silencio ignominioso
Tampoco fueron muchos los que apreciaron a tiempo en qué medida desde Croacia un Gobierno visiblemente autoritario le agregaba leña al fuego. Cuando apenas se reflexionaba sobre el origen y el despliegue de los acontecimientos no es de sorprender, en fin, que no estuvieran muy concurridas las filas de los que apreciaron el horizonte que se abría de la mano de una dramática extensión de la violencia. El silencio alcanzó su máxima ignominia cuando la guerra llegó a una república, Bosnia, en la que de poco sirvió el comportamiento de un Gobierno decidido a preservar un grado extremo de descentralización y una rotación en su presidencia, y comprometido a no crear unas fuerzas armadas propias.
Y en ese silencio estamos: el del genocidio de una comunidad entera, visible víctima de los desmanes de dirigentes políticos y caudillos militares. Aguardan su turno, mientras, los albaneses de Kosovo -cuyo gigantesco movimiento de desobediencia civil es un ejemplo para todos-, los húngaros de la Vojvodina y el grueso de una población, la de Macedonia, que, en virtud de un deleznable capricho griego, ha sido víctima de un embargo diseñado para castigar a otros.
Nada de lo anterior es inseparable del papel desempeñado por la comunidad internacional, que una vez más ha demostrado que en su comportamiento los intereses priman con descaro sobre los principios que dice defender.
La pantomima de Ginebra y Nueva York anuncia acuerdos en los que la paz, entendida en su sentido más mezquino, se apresta a imponerse sobre una justicia que nadie está dispuesto a defender a carta cabal, mientras sirve de hecho al Gobierno de Serbia, que no de Yugoslavia, para continuar impunemente con su exterminio en Bosnia.
Algo saben de esto otros pueblos, cuyos ejemplos -perfectamente homologables al de bosnios y kosovares- debieran servir, por cierto, para que una parte de nuestra izquierda ilumine al menos dos conclusiones: si la primera recuerda que debemos interesarnos por los conflictos aunque de por medio no se encuentre Estados Unidos, la segunda subraya que entre los gobernantes serbios no hay en estas horas proyecto alguno que refleje un compromiso con la causa de la libertad, la justicia y la solidaridad (y sí un régimen que mucho se parece, como el croata, a los fascismos de los años treinta).
Junto a tantos silencios, desidias y vacíos se ha abierto camino en nuestro país, sin embargo, un puñado de iniciativas. Cuando se ha hecho sentir la posibilidad de acogida de refugiados no. han faltado -muy al contrario- ofertas generosas de muchos de nuestros conciudadanos, en lo que no es sino el reflejo de un estado de opinión más avanzado de lo que otros ámbitos de nuestra vida social dan a entender. Aunque tarde, los movimientos pacifistas -véase si no el trabajo de la Asamblea de Coope, ración por la Paz o el de algunas de las organizaciones antiOTAN- se han empezado a mover: por un sinfín de lugares se extienden los actos públicos y las campañas de solidaridad.
Reivindicación radical
En los grupos cristianos, que se sumaron a la marcha a Sarajevo en el otoño, y en las iniciativas del movimiento de objeción de conciencia, algunos de cuyos miembros se trasladaron a los campos de refugiados en Bosnia y Croacia, reaparece un discurso antimilitarista y una reivindicación radical de una cultura de paz. A lo anterior se agrega una creciente conciencia de la miseria de una política, la gubernamental, que se debate entre el silencio, el seguidismo y el designio de imponer trabas a los refugiados.
La publicación, en febrero, de un manifiesto contra la limpieza étnica en Bosnia que un buen número de intelectuales, políticos y figuras de la vida pública suscribieron, y la concentración en la Puerta del Sol de Madrid el 30 de marzo, han sido también iniciativas que intentan romper el muro de silencio y complicidades con los crímenes que asolan Bosnia y otros lugares de los Balcanes.
Tomar partido
En la misma línea, la de apostar por una resolución plural, democrática y laica de los conflictos existentes en el área, se enmarca el Fórum de Verona por la Paz y la Reconciliación en la ex Yugoslavia, que engloba a casi un centenar de ciudadanos, profesores, políticos, periodistas y miembros de más de 50 organizaciones no gubernamentales de todas las ex repúblicas. Desde su creación en septiembre a su última sesión plenaria a primeros de abril, ha reclamado soluciones multiétnicas y plurales, basadas ante todo en un mayor protagonismo de la sociedad civil, hoy amordazada en Serbia y Croacia.
Coincidiendo con ello y aportando su iniciativa, modesta e independiente, a las existentes en nuestro país, el Colectivo Solidaridad Balcanes ha surgido en la certeza de que una buena parte de nuestros conciudadanos han entendido que tan poderosas son las razones para apoyar a los bosnios y kosovares como las que en el pasado, y hoy, nos incitan a hacer otro tanto con palestinos, saharauis o kurdos.
Tomar partido, y al mismo tiempo estrechar los lazos con aquellos que en Croacia, en Bosnia-Herzegovina o en Serbia apuestan por una cultura de paz y de concordia es una exigencia inaplazable, como lo es recordar las palabras de Burde: "No hay nadie más necio que aquel que no hace nada porque sólo puede hacer un poco".
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