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El multirracismo norteamericano

Cuando los norteamericanos contemplamos Europa desde el otro lado del Atlántico, nos sentimos como los nuevos vecinos recién llegados al barrio. Por eso nos sorprende que nuestra historia social sea, en algunos aspectos, más antigua que la de Europa. La historia de los conflictos raciales de EEUU ha adquirido repentinamente una nueva relevancia desde el punto de vista europeo, a medida que el racismo, en su forma más virulenta de limpieza étnica, se difunde por todo el continente.Pero los conflictos raciales en este inmenso país de inmigrantes que es EE UU se interpretan de otra manera distinta a la de unos países europeos superpoblados y, supuestamente, homogéneos. Consideramos nuestra capacidad para integrar a nuevos grupos como una de nuestras mejores cualidades; para Europa, el mismo fenómeno implica una pérdida de identidad. Sin embargo, pese a la rápida integración de la población inmigrante y al margen de las ventajas sociales adquiridas por los negros durante y después del Movimiento por los Derechos Civiles, la población negra constituye un porcentaje desproporcionadamente elevado de nuestra clase baja.

La historia de las relaciones entre negros y blancos pone de manifiesto las perdurables contradicciones de la sociedad norteamericana. Por una parte, luchamos contra la esclavitud en la más sangrienta de nuestras guerras, la guerra civil; seguida, sólo un siglo después, por la crueldad que dio lugar a la creación del Movimiento por los Derechos Civiles de los años cincuenta, lo que dio lugar a la aparición de numerosos grupos progresistas que abrazaron la causa negra. Por otra parte, pese a la mejora de la calidad de vida de los negros, lograda en los últimos años gracias a los esfuerzos de los medios de comunicación, de las organizaciones civiles y de los grupos de formación política, y a pesar del importante desarrollo de una sólida clase media negra, subsiste un injustificado prejuicio en su contra.

Blancos y negros tienden a señalar el comienzo de la experiencia negra en Norteamérica coincidiendo con la fecha de llegada de los primeros esclavos. Pero es preciso ahondar un poco más en el pasado; la agrupación en guetos de los negros es anterior al comercio de esclavos. Su origen comienza con la actitud de los primeros colonos hacia las tribus indias de la costa atlántica. Los puritanos escapaban de una persecución religiosa; a diferencia de los conquistadores españoles, su meta no era regresar a Europa con las riquezas del Nuevo Mundo; tampoco pretendían cohabitar con los indios, ni convertirlos a su religión. Llevaron con ellos a sus esposas y su cultura, y se atrincheraron en sus guetos del Nuevo Mundo, en sus fuertes. No encontraron nada parecido a la civilización azteca. No existe paralelo histórico alguno con la conquista de los aztecas por parte de Cortés, ayudado por su amante, la princesa azteca Malinche; no tenemos la noción de ser un pueblo mestizo, como les ocurre a los mexicanos con la idea de ser hijos de una mujer india violada por un conquistador español. Cuando rara vez una mujer blanca norteamericana daba a luz un mestizo -supuestamente consecuencia de una violación- se la trataba como a un paria, y poca mención se hace en la historia norteamericana a indios nacidos de progenitores blancos.

Los mejores novelistas negros norteamericanos han descrito la humillación que supone crecer obligado por el mundo blanco a sentirse invisibles -así lo han hecho Ralph Ellison en El hombre invisible y James Baldwin. en Nadie conoce mi nombre-. Ambos escritores se quejan más por el dolor del no existir que por los malos tratos. Una parte de dicha invisibilidad, según creo, procede de la forma confusa con que hemos mezclado a los indios con la experiencia negra (hasta los años sesenta, tanto negros como blancos cuando se referían a la raza negra la llamaban "gente de color"); por irónico que parezca, esta vaga confusión mental de los norteamericanos en cuanto a indios y negros pasa igualmente inadvertida para negros y blancos.

Excepto en las películas del Oeste, procuramos hacer invisible aquel territorio originalmente indio; en nuestra historia central vemos nuestro país como algo que nace a la vez que nuestra Constitución: un documento, paradójicamente, tan deslumbrante en su concepto de libertad que erradica la idea de una cultura anterior. Esta historia central acepta también la esclavitud en el sur, y, como ingrediente de nuestra evolución posterior, la historia de la inmigración en los siglos XIX y XX. ¿Dónde encaja el hombre negro moderno? No es un esclavo ni un inmigrante y, probablemente, no vive en el sur, donde los asuntos raciales y la culpabilidad tienen un enfoque bien afinado.

Para que el racismo salpique a los oprimidos es preciso considerarlo como poseedor de algún poder secreto -el chiste típico es el que se refiere a la idea de que "el otro" posee una superpotencia sexual- Menos evidente pero más mortífera es la suposición de que "el de fuera" representa una amenaza territorial: Bosnia es hoy un ejemplo vivo llevado al extremo. El propio Hitler comprendió que no podría exterminar a los judíos sin antes inventarse una amenaza territorial. Alemania sostenía que se estaba defendiendo de una guerra declarada contra el país por el judaísmo internacional. De la misma forma que los prejuicios españoles contra los trabajadores inmigrantes del norte de África están vagamente amalgamados con el recuerdo de la conquista árabe, así también los prejuicios del pueblo norteamericano contienen el recuerdo reprimido de los indios como guerreros enemigos: la mezcla de ideas que hace del indio una especie de antecesor del hombre negro convierte a este último en un guerrero asesino, obviando su origen como esclavo.

La confusión de la historia norteamericana ha dejado al negro en la cuerda floja. El hombre negro ha heredado la Constitución norteamericana -esa misma Constitución que nunca consideró a las tribus indias de otro modo que no fuera como guerreros enemigos-, a la que considera como una especie de padre benevolente aunque abstracto. Periódicamente, el sistema jurídico norteamericano se reafirma a sí mismo, protegiendo de forma drástica los derechos legales del negro, lo cual viene a decir que, hasta la aparición de la reciente pléyade de intelectuales de esta raza, los negros han exagerado sus derechos legales como medida global de su progreso en la sociedad.

El cambio adoptado por EE UU, que ha pasado de la idea de una nación unificada, con una única identidad, a un concepto de sociedad multirracial, ha originado un nuevo y amargo problema.

Para el hombre negro, la dificultad de una sociedad multirracial se traduce en que ahora cada grupo canta su propia canción triste sobre la opresión, y en esta cacofonía de victimismo, los negros no encuentran espacio donde colocar su historia como esclavos; aquella Norteamérica blanca supuestamente unida por la historia, con la que los negros deseaban dialogar, se ha encogido. La inmensa mayoría de los norteamericanos desciende de familias que llegaron al país mucho después de la guerra civil, y no sienten culpabilidad alguna por la esclavitud. Las cartas han vuelto a barajarse. Las novelas de escritores negros norteamericanos son en la actualidad los libros de ficción más vendidos en EE UU -no sucede lo mismo con los hombres, los escritores negros no gozan de tanta popularidad-.En su recién definida condición multirracial como africanos norteamericanos tratan a los negros exactamente igual que a cualquier otro grupo de la vecindad. Los violentos disturbios raciales que tuvieron lugar en Los Ángeles el año pasado entre negros y asiáticos pusieron de manifiesto hasta qué punto estas nuevas minorías se sienten frustradas por el problema negro, y cómo los negros consideran extranjeros a estos recién llegados.

Los intelectuales negros prefieren concentrar su atención no ya en la idea de una reparación emocional, sino en la tarea concreta de sacar de la clase inferior a los de su raza. Hasta ahora, los negros se encuentran cómodos con la Administración de Clinton. Para muchos de ellos, Clinton simboliza perfectamente la triple visión de una nación americana llena de significado. Como liberal sureño, Clinton los tranquiliza porque representa la subsistencia de la culpabilidad histórica de los blancos; como abogado, refuerza su fe en el poder de la Constitución, y como pragmático empedernido, tal vez sea capaz de llevar a buen puerto la tambaleante nave multirracial sin dejar que las olas la destrocen del todo.

es escritora y periodista norteamericana.Copyright Barbara Probst Solomon. 1993.

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