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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El diálogo de Oriente Próximo

MAÑANA SE reanuda en Washington la Conferencia de Paz sobre Oriente Próximo. Estarán presentes todos los interesados, y ello constituye una buena noticia. Simón Peres, ministro de Asuntos Exteriores israelí, aseguró hace dos semanas que el progreso "depende mucho de Israel", y que ahora el énfasis debe ponerse en el contenido de la paz y no en el precio que se pague por ella. Apostillaba así los ofrecimientos hechos por su primer ministro, Isaac Rabin, en su encuentro con el presidente egipcio, Hosni Mubarak, para facilitar la reanudación de las negociaciones en la capital federal: permitir que la delegación de la OLP en la conferencia sea presidida por Feisal al Huseiní, líder palestino de los territorios ocupados; ofrecer el levantamiento del bloqueo impuesto hace tres semanas sobre Gaza; estar dispuesto a considerar la evacuación de los altos del Golán o el retorno de algunos de los 400 miembros del grupo fundamentalista Hamás confinados en tierra de nadie desde el año pasado, y aceptar la resolución 242 de las Naciones Unidas.Pero no conviene lanzar las campanas al vuelo: la aceptación de la resolución 242 por Israel figura en las actas de la Conferencia de Madrid de principios de noviembre de 1991. La nueva proclamación de Rabin, con ser aparatosa, no se dirige a los palestinos. En realidad, no tiene más que un destinatario, Siria, y un objetivo, los altos del Golán como camino de la paz en el Noreste. De los territorios ocupados a los palestinos poco se dice. Y de todos modos, en cuanto los árabes se han mostrado dispuestos a acudir a Washington, el primer ministro israelí ha dicho que la reanudación del diálogo ha sido resultado de la "enérgica postura de Estados Unidos y no de esperanzas de concesiones por parte de Israel".

Israel tiene la habilidad de complicar y alternativamente facilitar el proceso de paz de Oriente Próximo, creando problemas que después -y dependiendo de la presión que sobre él ejerce su principal aliado, Estados Unidos- ofrece resolver con lo que presenta como generosas concesiones en materias en cuyo origen asegura no tener responsabilidad. Es una fórmula muy intrincada de tira y afloja en la que lo único original es el acento. El Gobierno de Rabin quería que los árabes -y especialmente los palestinos- volvieran a Washington. Por eso, cuando ofrece concesiones, debe entenderse que, a excepción de la presencia de Huseini en la delegación palestina, son concesiones negociables en la nueva ronda de la capital federal.

A Israel le tiene metido en un callejón sin salida la torpeza con que ha despachado el tema de la Intifada, la rebelión civil que desde hace años está asolando Gaza. Desde el punto de vista del orden público, porque no ha utilizado más que la represión para hacer frente a ella. Desde el punto de vista político, porque fue incapaz de comprender que la única esperanza de pacificar Gaza estaba en una colaboración, por mínima que fuera, con los elementos locales de la OLP; sólo de este modo podía quitarle la espoleta al fundamentalismo palestino del grupo Hamás, cuya popularidad crecía con la neutralización progresiva de la OLP y se multiplicó con el confinamiento de 400 de sus líderes. Desde el punto de vista de la paz, por fin, porque su obcecación con lo que debe hacerse con los territorios ocupados y con Jerusalén se ha reflejado en su obsesión por impedir a los independentistas de los territorios la participación en toda discusión del futuro. De ahí que sea muy importante ahora el levantamiento del veto a Feisal al Huseini.

El asunto de Hamás y el bloqueo de Gaza habían impulsado a la OLP a anunciar que no acudiría a Washington hasta tanto no se resolvieran ambas cuestiones, un anuncio que contrariaba los evidentes deseos de Siria, Líbano y Jordania de mantener abierto el proceso de paz antes de que las condiciones de la zona se deterioraran nuevamente. Estados Unidos pidió al presidente egipcio la interposición de los buenos oficios usuales. La diplomacia cruzada de Mubarak y los contactos añadidos de todos con el secretario de Estado norteamericano consiguieron el milagro aparente. Sólo aparente, porque lo que de verdad quieren los interesados (israelíes, jordanos, egipcios, sirios, libaneses y palestinos) es reanudar la conferencia y aislarla de la batalla. Sentados a la mesa podrán discutir de exigencias y concesiones y dejar de hacer de ellas condición previa. Sólo así, además, será posible dar a la Conferencia de Paz el formato que todos quieren: la conversión de las rondas múltiples y esporádicas en una conferencia ininterrumpida y más coherente, menos dependiente de los avatares y llamaradas de la región.

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