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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mario Merz, ancestral y mágico

Victoria Combalia

Mario Merz es, aunque él no lo quiera, uno de los más destacados representantes del llamado arte povera, que surgió a finales de los años sesenta en el norte de Italia. Todos aquellos artistas -Kounellis, Anselmo, Paolini, etcétera- incorporaron los materiales naturales, o bien humildes, al espacio artístico y propusieron también un aprovechamiento de la idea de energía, de proceso (el paso del tiempo real afectando a la obra de arte) y de diálogo entre el mundo de la cultura -clásicao moderna- y el mundo de lo primordial. A partir de ahí, cada artista posee, como es lógico, una poética, y no ha de sorprender, por tanto, que ninguno de ellos quiera englobarse -como siempre sucede- bajo ningún rótulo.

Mario Merz

Fundación Tápies. Aragón, 255.Barcelona. Hasta el 6 de junio de 199

Verdaderas luchas

Como también suele ser habitual, los artistas vivos, en su madurez, no desean una antológica porque les da la sensación de que se los musealiza, de que se los mata antes de hora. Este principio se da con mayor medida en Merz, quien desde hace muchos años ha establecido verdaderas luchas con la arquitectura museística en donde sus obras se inscriben. El artista realiza especialmente o controla -como en este caso- la mayor parte de ellas. Cuando el mundo actual está lleno de artistas que van haciendo instalaciones casi por teléfono, y llegando a su muestra el día de la inauguración (y no con la intención expresa del anonimato propio de Moholy-Nagy o de Duchamp), este involucrarse visceralmente en la obra podría llegar a agradecerse. Así pues, Merz ha creado una enorme cúpula de estructura metálica, cubierta con trozos de cristal y rodeada de una espiral de piedras de Cadaqués. Dentro de la cúpula puede verse otra más pequeña, de color negro.Esta gran obra impresiona por su grandeza, dominando totalmente el espacio y jugando con él: así, uno de los lados de la espiral es transitable, mientras el otro no lo es. La forma de iglú representa, como es bien sabido, una forma orgánica básica, que corresponde tanto a un microcosmos como a un macrocosmos. Los significados de esta forma son múltiples: desde la idea de cobijo y de mundo interior hasta la del nomadismo del artista contemporáneo, muchas veces transcultural (el iglú es un hábitat nómada). A su vez, es una forma arcaica, un rasgo éste que caracteriza toda la obra de Merz.

Porque la poética de Merz está hecha, me parece, de esta mezcla sorprendente de lo más primario y ancestral, y ciertos elementos modernos, como la luz de neón o la prensa diaria. En sus manos, sin embargo, tanto el neón como el periódico se convierten en elementos casi arqueológicos.

En la parte superior de la fundación, Merz ha atacado directamente el espacio, invadiéndolo con sus obras sin que éstas guarden ninguna relación armónica con paredes, barandillas, etcétera. Un cuadro, por ejemplo, tapa parcialmente las ventanas moriscas de la arquitectura de Doménech i Muntaner; otras obras parecen estar apelotonadas, sin distancia museal entre ellas.

En este piso, la hilera de periódicos viejos (de 1987) cubierta por unas sutiles curvas metálicas es la mejor obra; cuando Merz pinta, aunque sea evidente que no desea un efecto pictórico, sino una recreación de ¡conos emblemáticos (el cocodrilo como alter ego; rinocerontes, bisontes...), el medio pintura está aún demasiado connotado, y su efecto, a nuestro entender, se trivializa. Pero vayan a ver la muestra Merz. Su energía remite a algo tan ancestral y tan mágico como las primeras huellas del hombre.

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