Amarga, dura, cruel Italia
Se le reprochó a Niños robados por disconformes con su triunfo en Cannes, que es un filme viejo. Pero esta película no puede despacharse con un juego de terminología: segrega ideas, imágenes y sensaciones con plena vigencia, lo que en el cine de hoy -fábrica de basura audiovisual destinada al consumo y acto seguido al basurero del olvido- no es poco.En cine, las alusiones a la vejez hay que medirlas con cuidado: puede tratarse, en vez de la vejez de lo viejo (lo muerto) de la vejez de lo antiguo (la solera), y entonces las cosas cambian, porque antiguo y clásico son a veces términos que coinciden. La película merece verse y ser discutida, porque la sequedad de su imagen es una deducción inteligente de lo que hay en el fondo del relato, que quiere contar, y cuenta, algo tan complejo como que ahora, bajo la epidermis de las sociedades occidentales -las del bienestar de unos pocos a costa del malestar de multitudes- sigue circulando el mismo barro de las (estas sí) viejas sociedades generadoras de dolor, pobreza, violencia y despojos humanos. Lo que narra es esa vejez: la persistencia, enquistada bajo el barniz de la riqueza, de la opresión y la miseria en sus estados más primitivos y perturbadores. Niños robados expresa con difícil sencillez ese horror, y lo hace a la antigua: con transparencia y equilibrio clásicos.
Niños robados
Dirección: Gianni Amelio. Guión: Petraglia, Rulli y Amello. Italia, 1992. Intérpretes: Enrico lo Verso, Valentina Scalici. Cines: Azul, Minicines y, en v. / o., Renoir.
Estilo narrativo exterior que de pronto se interioriza; tempo o secuencia documental sobre la que se mueve un relato prosaico, que da un giro e inicia un vuelo hacia el lirismo; paisaje físico y moral extraído de los vertederos de una sociedad vulgar y soez, que genera más desperdicios para sus subterráneos que manjares y cosmética para su piel maquillada; fusión de los personajes con la fealdad de un entorno urbano invivible; definición de la identidad de personajes mediante los rasgos de su identidad social: gente aplastada por un modelo de vida que los exprime como a una naranja, construido por los hombres contra los hombres. Todo esto y más sitúa a Niños robados en la más limpia tradición del gran cine italiano de los años cincuenta, heredero de la sacudida neorrealista de la década anterior. Asunto complejo, que no admite juicios sumarios: Niños robados es cine antiguo, pero nunca viejo.
Con pocos elementos, con ligereza y sin énfasis, con parquedad y laconismo, Amelio nos introduce en una cruel, amarga y desoladora Italia. Le basta un juego de actores desdramatizado y una luminosa indagación en el rostro de la niña -ojalá que no actriz efímera, como es frecuente en intérpretes de su edad- Valentina Scalici, cuya composición de la criatura prostituida por su madre es tan inquietante y conmovedora, que sostiene -apoyada en el el niño que interpreta a su hermano y el del niño grande que les secuestra: el bondadoso, tierno y obtuso carabinero, víctima de su oficio y de la sociedad a la que proteje con ese oficio- la armazón de este filme antiguo y clásico, generoso, libre y radical.
Babelia
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