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El 'Síndrome Clinton'

Hay ahora en la televisión una preciosa serie norteamericana titulada Aquellos maravillosos años, en la que un adulto, desde el estanque de mediocridad de los Estados Unidos de Reagan y Bush, evoca su niñez en forma de elegía y reconstruye, con una emotiva mezcla de humor, amor y dolor, la vida de su familia y su país, cuando éste vivía bajo el viento de cambio provocado por el paso de Kennedy en los años sesenta.Tiene esta evocación algo de imagen de una realidad transformada por la nostalgia en irrealidad. Y es un ejemplo perfecto de cómo un conjunto de pequeños e intensos filmes líricos, ajenos al cine de combate político, preludian una mutación colectiva, una rebelión de los gustos ambientales contra los establecidos, que alcanza calidades de anuncio de un cambio político: desde el viciado pantano de Bush se ve el dinamismo de la llegada de Clinton.

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Hollywood rastrea la sombra de Kennedy

Hay muchas películas -desde que se vio que la era Reagan creó el abismo de estupidez mayor que ha vivido Hollywood- en las que se ve la inminencia de ese cambio, y entre ellas están, no sólo las que abordan el giro violento (técnicamente, un golpe de Estado de tiralíneas) iniciado por el asesinato de Kennedy, sino otras que por su estilo conforman una ruptura en la óptica formal de Hollywood, considerado no como fábrica de basura audiovisual, sino como espejo -The Player, otro filme premonitorio- de la sociedad a la que abastece.

Verdad y penumbra

Que hace dos años la desconcertante y corrosiva -a juicio de Billy Wilder digna del clasicismo más puro- El silencio de los corderos arrasara en los conservadores Oscar; y que en la próxima edición de éstos despegue como favorita Sin perdón, obra cargada de una genial visión trágica de la vida en Estados Unidos, son parte de esos síntomas que se agolpan bajo la idea de un síndrome Clinton.Hace poco el festival de Berlín recuperó la bellísima película dirigida por Robert Mulligan Matar a un ruiseñor, emblema cinematográfico del tiempo de Kennedy. El filme es de una vigencia absoluta y tiene mucho de ese revulsivo tono elegiaco a que aludimos al comienzo. Podría ser de hoy, de cualquier tiempo de cambio, de búsqueda de las raíces de la verdad, de apacible revancha contra la violencia política. Alguien ahora, dentro de la penumbra de una sala de cine norteamericana, pide que alguien, en la pantalla, tire de alguna manta, desvele algo oculto, devuelva al cine sentido del escándalo.

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