26 horas de infarto
Era un infarto. Gracias a la eficacia anónima de una plantilla entera de cirujanos en servicio de urgencias, solamente tardamos 26 horas en saber que el supuesto dolor estomacal de mi padre era un infarto. Para enteramos, además, tuvimos que recurrir al tráfico de influencias de la supervivencia: rebuscar en el listín telefónico un favor piadoso de un médico al que no olvidaremos.Infarto. Hoy aún no sé qué va a ser de mi padre. Escribo esto en la sala de espera más horrible del mundo. Porque corresponde a las horribles 24 horas de espera (14 en un hospital de la Seguridad Social de Madrid y el resto en mi casa) en las que a nadie: se le ocurrió hacerle un electrocardiograma a mi padre. Ahora en tiendo por qué el hombre vive y por qué muere sin que a nadie le importe lo uno ni lo otro. No me consuela denunciar a fantasmas ni quejarme del Gobierno. Y es que la injusticia y la indiferencia ante el dolor tienen en España un nombre propio y demasiados apellidos comunes. (Seis de la tarde, 18 de febrero, servicio de urgencias del hospital Doce de Octubre de Madrid).-
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