_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Envejecer en la pantalla

El cine envejece mal porque teme a los ancianos. Lillian Gish bromea sobre ello en su autobiografía, al contar que "cuando empecé en el cine, Lionel Barrymore interpretaba en un papel a mi abuelo. Cuando volvimos a coincidir era mi padre, y poco tiempo después ya era mi hermano. Si él. hubiese vivido lo suficiente, yo habría acabado por ser su madre: eso es Hollywood. Los hombres son cada vez más jóvenes y las mujeres cada vez más viejas". Se olvidó de decir que cuando se las considera demasiado viejas para ser abuelas o madres creíbles de actrices con la piel estirada por siete operaciones, se las encierra en el olvido de las enciclopedias.En 1978 Lillian Gish reaparecio en una película de Robert Altman, Un día de boda, en la que encarnaba a una millonaria moribunda que nunca se levantaba de la cama. Conservaba la misma mirada que Griffith hizo famosa. Su piel era tan de porcelana como cuando Mitchum la conoció, y seguía llevando el pelo largo. Se trataba de una comedia y la muerte, su muerte en la pantalla, era esperada y desempeñaba una función cómica en el film. Pero Lillian Gish , que ya tenía entonces 82 años, sobrevivió al juego con su imagen que proponía Altman y aún tuvimos ocasión de verla, por última vez, mediados los ochenta, junto a Bette Davis, en una cinta de Lindsay Anderson, en la que las dos grandísimas y veteranísimas actrices eran dos hermanas que vivían en la costa irlandesa, esperando ver pasar las ballenas.

Más información
La última superviviente del cine mudo

La película pasó desapercibida porque su carácter crepuscular, sincero aunque expresado sin especial virtuosismo, era insoportable para unas plateas adolescentes que, como nuestras ciudades, tienen su propia manera de ocultar la muerte. Ahora hay que hacerla risible o negarla a base de multiplicarla, demostrarla de manera aparatosa, sangrienta. Antes se optaba por la elípsis, ahora por la desvisceración.

En el cine mueren mucho más jóvenes que ancianos. A los actores, como a los directores, se les jubila a la fuerza. A Billy Wilder no le dejan dirigir y a Lillian Gish, que en los sesenta encontró trabajo en la televisión, ya intentaron mandarla al asilo en 1970, a través de un Oscar al conjunto de su carrera.

No había papeles para Lillian Gish, porque ella era una superviviente en una industria que progresa a base de negarse a sí misma.

Su rostro arrugado era inaceptable para la gran mayoría de espectadores. No queremos recordarla meciendo la cuna de Intolerancia no queremos admitir que el cine nació con ella y que con ella alcanzó su primera edad de oro, hoy recubierta por una capa de olvido más gruesa que la de lava que recubrió Pompeya.

Pero Lillian Gish sobrevivió a ese olvido, renació varias veces, hablando, en color, ya viejecita, guardando siempre esa mirada clara capaz de atravesar cualquier objetivo.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_