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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dimitir en Canadá

CON SU dimisión, Brian Mulroney, primer ministro conservador de Canadá, ha reconocido su incapacidad para hacer frente a los problemas políticos y económicos del país: él mismo ha afirmado que se le han acabado las ideas. Pero lo que resulta doblemente interesante es que no haya querido esperar al resultado de las elecciones generales que debían celebrarse, como muy tarde, en noviembre del presente año.Sus ocho años en el poder no han sido un camino de rosas. La mayoría parlamentaria de su partido Progresista Conservador (PC) -la mayor de la historia de Canadá- fue erosionada por dos temas centrales: la ratificación del Tratado de Comercio Canadá-Estados Unidos (ALC), que, aunque obtenida en diciembre de 1988, continuó inquietando a los canadienses, que temían ser absorbidos por la potencia económica del Sur. Y la interminable y aún no resuelta batalla de la reforma constitucional.

El Tratado de Comercio fue superado por elevación con la firma, el año pasado, del Tratado de Libre Comercio entre EE UU, Canadá y México, presentado como la única fórmula superadora de las tensiones económicas del continente. Con él, los canadienses han empezado a encararse con los retos del mundo exterior y con un proyecto de unidad a largo plazo que tal vez les permita olvidar las divisiones internas. Quizá ése fue el mayor éxito de Mulroney.

En el caso de la reforma constitucional, el primer ministro dimisionario ha fracasado en toda la línea. Hasta ahora no ha sido posible dar forma coherente en la estructura federal canadiense a la "sociedad diferenciada" de la provincia francófona de Quebec o al "derecho inherente" de las minorías indias a autogobernarse dentro de los Estados federados. La reforma, largamente gestada en interminables reuniones, fue sometida a referéndum en octubre de 1992. La respuesta de la ciudadanía fue un rotundo no, en lo que constituía una desaprobación a la soberbia tanto de Quebec como de los líderes políticos. Curiosamente, si la consecuencia del no es hoy la dimisión del líder político, también ha producido lo que pretendía el referéndum: el drástico enfriamiento de las aspiraciones independentistas de los francófonos. Pero la cuestión sigue completamente abierta.

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En los últimos meses, Mulroney ha tenido que hacer frente a los riesgos de la interdependencia con una economía estadounidense en dificultades y a la dureza de su competencia, estimulada por la supresión de las barreras aduaneras como consecuencia del ALC. Canadá se ha deslizado hacia una recesión inesperadamente severa. Unas tasas de interés muy altas y un dólar canadiense cada vez más fuerte han bajado la inflación a poco más del 1%, pero han empujado el paro hasta el 11%. Y el líder conservador no se ha sentido capaz de hacer frente de nuevo a la baja de su popularidad, cifrada hoy en un 9%.

Mulroney ha afirmado que quiere ser el primer líder conservador que cede los trastos a un heredero antes de una elección general, porque entiende que sólo "un nuevo liderazgo puede provocar el cambio necesario para dar al partido una oportunidad real de victoria". Pero incluso si su sucesor es persona de gran fortaleza política, en los comicios generales del otoño tendrá que luchar no sólo con la impopularidad de los conservadores, sino con el empuje de dos formaciones marginales: el independentista Bloc Québecois y, en el oeste, el ultraconservador Partido de la Reforma. Parece que llega la hora de los liberales del antiguo primer ministro Pierre Trudeau, a los que los conservadores barrieron del poder en 1984.

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