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La guerra del fin de siglo

A la hora de analizar la actual crisis económica y sus posibles salidas, y de describir el inminente siglo XXI y sus conflictos, se parte, en opinión del autor, de una premisa falsa: considerar que los protagonistas de la historia y la economía son los Estados. Hoy en día, son los mercados de los diferentes sectores los que dominan el mundo.

A medida que nos acercamos al final del siglo y se acentúa la idea de que la crisis económica actual no es como las anteriores (es decir, el fondo de un ciclo internacional que, tras un periodo de ascesis, iniciará la recuperación), surgirán voces agoreras de pesimismo milenarista. También surge una literatura más o menos científica que intenta avizorar algunos de los rasgos del inminente siglo XXI. Un exitoso profesor del MIT, Lester Thurow, representante de este género de literatura, ha pasado por Madrid estas semanas para ampliar el mercado de su último libro, dedicado nada menos que a la guerra del siglo XXI: una presunta y singular contienda por el dominio económico del mundo entre Estados Unidos, Europa y Japón.La vieja tesis de que el dominio político-económico avanza con el curso del sol, es decir, del Este a Oeste (las civilizaciones primeras de Oriente Próximo, del Mediterráneo después, del mar del Norte a continuación, y en la actualidad, de Norteamérica, concluirían con las civilizaciones del Pacífico asiático en el próximo futuro) se trastueca con la predicción de que será Europa la que porte el liderazgo en el próximo siglo. Las razones para este éxito europeo son sencillas: el mayor mercado del mundo (con la integración en la CE de la EFTA, y en 20 años, de la Europa del Este, incluyendo Rusia), individuos relativamente cultos y aceptables infraestructuras básicas, capacidades científica, exportadora y financiera suficiente e incluso. elementos light, como el diseño y la moda.

Por mucho que algunos acontecimientos próximos parecen apoyar esta idea de guerra entre grandes bloques comerciales (disputa ya de varios años entre la CE y Estados Unidos en el GATT por sus respectivos excedentes agrícolas, reciente decisión estadounidense de subir los aranceles a las importaciones de acero, etcétera), no hay indicios de quién vaya a ganar ni qué significa tal ganancia, acaso porque la visión del mundo superindustrializado como un sistema de bloques más o menos antagónicos no es ya real, sino retrospectiva, heredera de una concepción, particularmente decimónica y que dura acaso hasta los años sesenta de este siglo, en virtud de la cual los protagonistas de la historia política y económica del mundo son los Estados. Me parece que ya no es tal el caso: es el mercado o, con más precisión, los diferentes mercados de sectores, productos y procesos los que luchan dentro y fuera de sí mismos, incluso erosionando o aprovechándose de los Estados, en una estrategia que desborda los límites nacionales y continentales y que tiene, cada vez más, cobertura mundial.Estado 'versus' mercadoEn esta lucha diaria, soterrada, desarrollada en miles de frentes entre los Estados y entre los mercados, la que se está dilucidando estas últimas décadas es la lucha que se va a decidir en el próximo siglo, si es que ya no lo está. Incluso cabe ya prever quiénes serán los vencidos y los vencedores: los Estados cada vez son más mínimos, más desfallecientes, más privatizados. Sus complejos de inferioridad e ineficiencia les están haciendo perder batallas por doquier -sea en Europa, en Norteamérica o en el Tercer Mundo- frente a la contundencia y prepotencia multinacional de los mercados, tanto en los sectores agrícolas o de materias primas como en los de productos y procesos altamente complejos.

No obstante, en la política y en la economía internacionales se sigue hablando exhaustivamente de Estados Unidos: por ejemplo, las recientes ceremonias de entronización del nuevo presidente pretenden recordarnos, retrospectivamente y con curiosos elementos de Hollywood, que ha nacido un nuevo emperador del mundo. En realidad, es un mercado, el televisivo, el que nos impone mundialmente ese espectáculo, al igual que hace dos años nos impuso otro espectáculo más sangriento: el de la guerra del Golfo. El hecho de que el mercado televisivo, como el de la industria de armamentos, esté controlado por ciudadanos más o menos norteamericanos no es más que un accidente burocrático: el mercado, si quiere ser eficiente y obtener beneficios, no "hace falta que tenga nacionalidad, atributo éste fundamentalmente sentimental y, por consiguiente, a menudo enojoso.

La explicación última de por qué Estados Unidos ha dominado el planeta durante gran parte de este siglo radica precisamente en que no han sido nunca un Estado (una invención europea del Renacimiento, con un último suspiro en el Romanticismo del siglo XIX), sino un conglomerado de individuos de nacionalidades heterogéneas (en primer lugar, anglosajones y centroeuropeos, y más recientemente, de otros orígenes nacionales y raciales), aunados en un gran mercado común. Lo de la estructura federal de Estados Unidos tiene muchísima menor entidad que el consenso generalizado de que el mercado único estadounidense es útil y beneficioso para todos (Estados Unidos se pulverizaría, como puede suceder en Canadá, si la relativa eficiencia de sus mercados no hiciera fraguar el melting pot).Los SieteLos diplomáticos avisados dicen últimamente que quien manda en el mundo, después del colapso de la URSS, no es Estados Unidos exactamente, sino el Grupo de los Siete, es decir, las siete principales potencias económicas (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá). Pues bien, se trata de una nueva vaguedad estatal y retrospectiva: el verdadero Grupo de los Siete está y estará compuesto por las empresas o conglomerados que controlen los siete sectores clave de hoy y del próximo futuro: microelectrónica, biotecnología, nuevos materiales, telecomunicaciones, aviación civil, robótica y ordenadores más el software. Si pudiéramos analizar con información suficiente, la lucha sin cuartel y cotidiana que hay en cada uno de esos mercados, la geografía del auténtico dominio del mundo que viene sería mucho menos convencional de lo que nos dicen los periódicos y los libros de texto.

Volvamos a Europa. De manera muy consciente, quienes iniciaron la integración en la CE pensaron no en hacer los Estados Unidos de Europa (lo cual no es sino una metáfora), sino un mercado común, hoy llamado mercado único. Acaso las dificultades de la unión política europea dejen de serlo cuando la conveniencia y los beneficios provocados por sus mercados les hagan a los europeos sentirse tales antes que franceses o alemanes. Pero cabe preguntarse, más allá de la pompa europeísta, cuántas empresas y cuántos mercados de los siete sectores punta mencionados están controlados por europeos. La pregunta es irrelevante si se considera que, con la excepción de Japón (donde no hay extranjeros en sus sistemas de management), las empresas y conglomerados de talla mundial van a comprar cada vez más sus directivos en otro mercado asimismo mundial, el de los ejecutivos y personal muy cualificado, mercado aún más opaco que el de productos y procesos.

He dejado para el final a las víctimas de las guerras de los mercados: son menos cruentas que las de las guerras de los Estados que nos describe la historia, pero no menos contundentes. Si en los Estados la soberanía del votante o del contribuyente es incluso en los países democráticos una retórica electoral, en los mercados la soberanía del consumidor es un mito: los mercados crean y manipulan las necesidades y los consumos, destruyen y sustituyen empleos, regulan y desregulan sus crisis de crecimiento y depresión. La perplejidad e indefensión del ciudadano frente al nuevo leviatán del mercado no es menor, aunque acaso más dulce y alienante, que con el tambaleante leviatán del Estado. Sólo organizándose dentro de la sociedad civil para defenderse de ambos pueden las gentes presumir de cierta autonomía y libertad. La viabilidad de tal presunción es otra historia, y, en profundidad, será la auténtica guerra del siglo XXI.

es profesor de Economía Mundial en la Universidad Carlos III, en Madrid.

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