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El vapor rosa

La sensación, la gama, la textura, no proceden del modelo sino de la modelo. Porque además, a la modelo, podemos verla sucesivamente vestida de una y otra cosa, lucir siempre vestidos encantadores que encantan a la modelo y, enseguida, nos encantan a todos. En realidad, si se trata de escoger, lo encantador es adquirir a la modelo. Y el diseñador debe de pensar lo mismo.Entre todas las top models Claudia Schiffer representa la número uno. Cuenta con las condiciones para desempeñar el papel de la muñeca que invita a ser vestida y desvestida sin término. Claudia no ha perdido el aura de la mujer-niña mejorada en forma de maniquí. Ni el 1,80 de estatura ni el calzado del número 40, ni el busto de 95 han desbaratado su porte infantil, y un reflejo continuo la entibia de color rosa. En conjunto, es tan hermosa que no importa que tenga sexo. Su destino coherente es ser reproducida por los fabricantes de maniquíes -también sin sexo- que sirven a todos los establecimientos del mundo. Su belleza es tan inmanente que ella misma declara no haber pasado nunca por la experiencia de encontrarse mal ante un espejo.

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A las top models, naturalmente, no se las debe palpar. Pertenecen al sistema intáctil de la mirada. Son altas precisamente para que el ángulo visual desde los asientos siga alejándolas. Se comportan, en efecto, como cuerpos holográficos que acentúan su fascinación por inverosimilitud. Ellas, como sujetos virtuales, han ido ocupando los puestos de los mitos femeninos del celuloide. Sus cuerpos, cuando nacen a la fama, han atravesado un proceso de desmaterialización previa, fruto de su continua exposición a la luz y a los perfumes, a los vuelos trasatlánticos y a las toneladas de agua mineral que beben. La realidad no dispone de la espesura suficiente para hospedarlas. Ni siquiera sus amantes, cuando existen, suelen ser enteramente reales. Las top, como Claudia Schiffer, son productos para albergar en el cerebro. Anidan allí como material para el sueño y la especulación, siempre frescas e intactas; sutiles. En trance de desaparecer.

Casi 10 millones de pesetas, entre unos y otros pagos, han sido necesarios para situar en Madrid la transparencia de Claudía Schiffer. Pero ya no está. Su belleza se desvanece un momento después de apagarse los focos y, su vapor rosa, sólo vuelve a condensarse otra vez ante el siguiente cristal del objetivo.

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