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Tribuna
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Injusticias

Rosa Montero

No acabo de entender por qué los homosexuales estadounidenses tienen interés en entrar en el Ejército; como tampoco entiendo, por otra parte, que deseen hacerlo los heterosexuales, los bisexuales, los impotentes, los todopoderosos, los desganadillos o los muy rijosos, por citar a unos cuantos. Pero, en fin, allá cada cual con sus aficiones.Ahora bien, si algún homosexual quiere dedicarse a ese negocio marcial de pegar tiros y pasearse repetidas veces por el Golfo, lo que desde luego resulta inadmisible es que se lo impidan. ¿Temen acaso que algún gay les pellizque las nalgas en el bar de oficiales? Eso, y cosas muchísimo peores, es precisamente lo que están haciendo un montón de militares estadounidenses muy machotes a las mujeres que han tenido la ocurrencia de ingresar en el Ejército: unas cuantas se atrevieron a denunciar el asunto hace unos meses. Pero esos abusos, que son por lo visto una práctica bastante habitual, les deben de parecer más naturales. No sé de dónde diantres sacan que un militar al que le priven las mujeres es más fiable que uno homosexual. Habrá de todo en uno y otro bando, como es lógico; porque la elección sexual no es más que un aspecto, entre muchos otros, e tu manera de relacionarte con el mundo y contigo mismo, no una clasificación global como persona.

Y eso que parecía que los homosexuales de Estados Unidos estaban ya perfectamente instalados en la legalidad social. Pero no, ya ven: a poco que se le pisa el rabo, salta la, bicha del reaccionarismo. Que siquiera se discuta hoy en día el derecho de un homosexual a ser militar es una injusticia tan monumental e inadmisible como el hecho de que Grecia siga impidiendo, impunemente, que la pobre Macedonia sea Macedonia. Pero de ese abuso, al que por cierto casi nadie menciona, será mejor que hablemos otro día.

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