_
_
_
_
Reportaje:

La herencia del pan de anís

Fresnedillas de la Oliva y Pedrezuela reviven en enero dos atávicas fiestas invernales

La fiesta concluyó el miércoles al anochecer cuando los vecinos de Pedrezuela se retiraban a sus casas con una hogaza de pan de anís bajo el brazo. Como cada 20 de enero, coincidiendo desde hace siglos con la festividad de San Sebastián, el tiempo parece retroceder en este pueblo situado a 44 kilómetros de la capital y en el que viven 900 personas. El mismo día, otros rincones de la sierra, como Fresnedillas, reviven también un complejo ritual de invierno.

Más información
Carrera y cencerros

Los lugareños y los cientos de visitantes que participan en el encuentro viven envueltos en un ambiente pagano de ritos ancestrales el paso de los jóvenes de la pubertad a la madurez. La fiesta de La Vaquilla se mantiene desde hace seis siglos, arrancando de las tradiciones vasco-navarras, y es la más arraigada, porque la tradición no se interrumpió ni en la dura época de la dictadura de Franco, poco amigo de las fiestas paganas.Todos los años se reúnen los quintos (jóvenes que entran en el sorteo del servicio militar) y se reparten los personajes del espectáculo: La Vaquilla, símbolo de la fuerza, la virilidad y el poder; los curramaches, algo así como los guerreros que salen a cazar el animal; y los vaqueros, encarnados por los quintos del año siguiente, que se encargan de dirigir la fiesta.

Este año La Vaquilla era especial. Fue Sergio, el hijo de la alcaldesa, Herminia Chichón, quien por riguroso sorteo se encajó en el armazón de madera con cuernos para representar al totémico animal.

Otros años, las madres, hermanas y abuelas del quinto son las encargadas de vestir el armazón que representa la vaquilla, pero en esta ocasión fue el conjunto de las mujeres del pueblo el que se ocupó de tal menester, pues la vaquilla que iba a recorrer este año las calles de Pedrezuela era muy importante: permaneció expuesta en el pabellón de Madrid de la Expo 92.

En esta ocasión tres mantones de Manila, blanco, negro y azul, con floridos bordados y moñas de cintas de raso en el lomo, vestían la tabla de madera. Según la tradición, tres pequeños espejos ovalados, rodeados de bisutería, cubrían la frente del animal; y detrás, un rabo postizo con campanillas y cencerros remata la obra.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Corrían las cinco de la tarde cuando los cuatro quintos de este año, Ramón, Francisco, Jesús y Sergio, y otros jóvenes del pueblo se agolpaban nerviosos en la casa de la alcaldesa, desde donde debía partir el simulado encierro.

Los curramaches lucían anchos y floreados pantalones, sombreros de ala ancha, dos mantones de Manila en forma de pico cubrían su pecho y una larga vara con un lazo rojo en el extremo y cencerros completaban el atuendo.

Los vaqueros, por su parte, vestían delanteras de cuero y botas camperas y a las cinco y media en punto comenzaron a chasquear sus hondas y empezaron la "carrera hacia la madurez".

Un estrecho callejón en cuyas orillas se agolpaban los curiosos fue el primer tramo del recorrido que trazaron a gran velocidad.

Durante una hora los jóvenes recorrieron las calles de Pedrezuela trotando y embistiendo a quien encontraban a su paso. Mientras, las gentes del pueblo ocupaban la plaza del Ayuntamiento y las féminas bailaban en un gran corro.

En el centro de la plaza, cuando cedían los últimos rayos de sol, se celebraba la muerte del animal; dos tiros descargados al aire por un familiar del mozo que porta la vaquilla y las tres vueltas del animal antes de la muerte simulada señalaron el fin de la fiesta pagana.

Al momento, una larga fila empezaba a formarse ante las puertas de la casa consistorial. Eran los vecinos de Pedrezuela que esperaban su turno para recoger un redondo pan hecho con anís. Hace ya más de dos siglos, un vecino llamado Sebastián donó todo su patrimonio al pueblo a cambio de un compromiso: que cada día de su santo todos los vecinos recibieran en su nombre una porción de pan de anís.

Aunque el rito pagano había terminado, la fiesta continuó... por otros derroteros.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_