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El catecismo y los animales

Juan Arias

Hay un amor que hay que reservar sólo para las personas y debe negarse a los animales. Hay un dinero que es indigno gastarse con un perro, un gato e un canario cuando podría dedicarse "a aliviar la miseria de los hombres", y es legítimo servirse de los animales "para experimentaciones médicas o científicas" (léase vivisección).Son éstos los tres puntos que el nuevo catecismo de la Iglesia universal dedica al tema de las relaciones entre el mundo animal y las personas humanas.

Por ahora estas pocas líneas dedicadas por los obispos de: todo el mundo, con la aprobación del papa Wojtyla, a un tema que ocupa cada día más la. atención y la sensibilidad del. mundo actual, sobre todo de los, más jóvenes, han tenido significativamente poco eco crítico en nuestro país, al revés de lo que está ocurriendo en otros. Y sin. embargo, son importantes porque confirman que el nuevo catecismo católico se mueve en un. contexto más cercano al Concilio de Trento que al Vaticano II; más en consonancia con Pío IX -que prohibió que se creara. en Roma la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales, fundada en el Reino Unido en 1824-, que al mismo Juan Pablo II, quien recientemente había llegado a afirmar en un discurso que puede, que los animales tengan un alma como los humanos.

Decir que a los animales no se les puede amar con el mismo afecto que a las personas parece demasiado obvio si se quiere indicar que hay que respetar su identidad sin confundir la con la nuestra. También a un niño hay que amarlo de forma diferenciada a la de un adulto, porque de lo contrario resultaría no sólo antipedagógico, sino también ridículo. De ahí el que la afirmación de que los animales "no pueden ser objeto del afecto destinado a las solas personas" se deba interpretar más bien como que a los animales hay que amarlos menos que a los humanos, contradiciendo el mismo axioma cristiano de que en el amor no existen límites y que el amor dado a alguien o a algo no disminuye su potencialidad. Es como si alguien tuviera miedo a que el Sol perdiera su fuerza porque ilumina y calienta, sin distinción, todo lo que toca. No entiendo cómo pueda haber otra diferenciación en el amor que no sea su intensidad. ¿Cómo puede haber dos amores específicamente diversos? Que le pregunten a un aficionado al deporte si el amor por su equipo es sustancialmente diferente del que profesa a sus familiares.

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El que sea indigno gastarse con un animal un dinero que podría destinarse "a aliviar la miseria de los hombres" me parece, a su vez, más bien una profunda hipocresía. No creo que quienes no se gastan unos duros en mantener a un perro, un gato o un papagallo dediquen ese dinero a los hambrientos de Somalia. De demasiadas cosas -y no sólo de lo gastado con un animal doméstico- se podría decir que es indigno gastarse los dineros porque podría destinarse a los indigentes. Empezando por todo lo superfluo. Y aun aquí, ¿dónde están los límites? ¿Por qué justo con el dinero gastado con los animales el catecismo católico se siente tan profundamente ofendido? Sin olvidarse que cualquier médico o psicólogo podrían poner de relieve que en no pocos casos no se trata siquiera de un capricho (¿y aunque lo fuera, qué?), sino de una verdadera terapia, de una compañía que puede aliviar tantas soledades, curar no pocas neurosis, resolver muchos problemas afectivos adolescenciales y hasta devolver la armonía rota a una familia.

Y si era poco la aceptación por parte del catecismo, a estas alturas, de la vivisección de los animales y de los diversos experimentos realizados en su carne, generalmente sin anestesia y bajo atroces e inútiles dolores -cuya utilidad para la medicina ha sido repetidamente contestada incluso por importantes premios Nobel de ciencia-, demuestra que la Iglesia, que se considera moderna porque ha introducido como nuevo pecado en el catecismo el no ir a votar, sigue siendo indiferente a uno de los problemas que más ha desarrollado la sensibilidad moderna, como acaba de indicar el zoólogo italiano Danilo Mainardi, quien afirma que lo menos que se le podía pedir hoy a un catecismo es un poco de "conciencia ecológica y de educación ambiental", y que urge cada vez más "una revolución cultural que elimine el antropocentrismo y promueva el respeto por todos los tipos de vida existentes".

Todo ello revela que el catecismo ha mantenido el concepto tradicional judeocristiano según el cual el hombre es el dueño absoluto e indiscutible de toda la creación, pudiendo disponer a su propia ventaja y antojo de los seres que considera inferiores. Con esa doctrina, los hombres han podido impunemente violentar la Tierra hasta hacerla invivible y podrán seguir no sólo contaminando los ríos, desboscando las forestas y empudreciendo el aire que respiramos, sino también seguir martirizando a los animales, que, como suele decir la sabiduría popular, son tantas veces mejores y más humanos que los humanos mismos.

Es curioso que una Iglesia que tiene como fundador a quien se identificó precisamente con un animal, el cordero, siga permitiendo la crueldad de la vivisección. Aunque no hay por qué extrañarse demasiado, ya que el nuevo catecismo sigue aceptando que los poderes políticos condenen a un ser humano a la silla eléctrica o a la cámara de gas, mientras los cristianos se arrodillan cada día para rezar ante un Dios crucificado.

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