Una tragedia entre chatarras
Ballet de la Opera de Lyón
Romeo y Julieta. Coreograña: Angelin Pre1jocaj. Música: Serguéi Prokófiev. Diseños: Enki Bilal. Dirección orquestal: Kent Nagano. Auditorio Maurice Ravel. Lyon, 27 de diciembre.
La compañía lionesa, que ya dio su do de pecho con La Cenicienta, de Maguy Marin (vista con éxito hace algunas temporadas en Madrid y Barcelona), ha retornado a la fórmula de revisar un clásico del ballet moderno, otro Prokófiev. Romeo y Julieta ha tenido un destino cambiante. A la eternidad natural de la obra de Shakespeare, Prokófiev sumó la de su partitura, para algunos no tan bailable como se cree, pero poderosa en lo estético. El músico ruso la com puso en circunstancias muy especiales, que explican el tono entre desesperado, ansioso y ausente.Mucho ha llovido sobre estos pentagramas desde su oscuro estreno en la ciudad checa de Brno (1938), y, ya antes, Bronilava Nijinska, en 1926, había hecho la primera versión en ballet de esta obra en Montecarlo, bajo la égida de Diaguilev. Luego, todo el que ha podido ha hecho su Romeo y Julieta.
Angelin Preljocaj (1957), de origen albanés, es la figura de la nueva danza francesa que se ha desmarcado con más soltura y solvencia de su procedencia formal y estilística. Es ambicioso, tenaz y ya ha demostrado sus capacidades en obras tan complejas como Las bodas, de Stravinski.
Para Romeo y Julieta se ha soportado en el dibujante de tebeos Enki Bilal (Belgrado, 1951), que se ha hecho un sólido prestigio en Francia y despegó en 1979 con la crueldad latente en Les Phalanges de Pordre noir, con argumento sobre la guerra civil española. La escenografía es una gran estructura fabril, con agujeros por los que entra y sale la gente, tuberías humeantes, pasarelas colgantes y alarmas. Un ambiente sórdido y oxidado, donde hay dos bandos: los ricos y los pobres, los poderosos y los marginados. Julieta es la niña mimada de los ricos; Romeo es un macarra con la cabeza rapada, una especie de paria que lleva su pasión a flor de piel y una navaja en ristre.
La obra de Preljocaj no es perfecta, pero aun así está a bastante distancia por encima del resto de sus compañeros de la nueva danza francesa. La pieza es inteligente, actual y atrevida. La selección que ha hecho de los números de la partitura original demuestra tino escénico y ha sido audazmente trufada con elementos electrónicos que sirven de tránsito entre las escenas. Es así como a los tristes acordes de la soledad de Julieta pueden continuarle ruidos del viento, las sirenas o lejanos frenazos.
Viendo esta obra se está ante un montaje de riesgo, grandioso en su tono sinfónico y finisecular. La oscuridad de la vida urbana posindustrial metida de nuevo en una estética que una vez más recuerda a Metrópoli, de Fritz Lang.
Los bailarines son muy buenos, y lo demuestran adaptándose a un lenguaje que a muchos de ellos les es seguramente ajeno y nuevo, especialmente Nicolas Dufloux en su Romeo y Pierre Advokatoff en su Tebaldo. Es el ballet de Lyón un buen esquema de cómo una agrupación de un teatro de ópera de provincias puede adquirir categoría y altura en la selección de su repertorio y en las apuestas. Éste es un trabajo que tuvo sus comienzos en la etapa de Françoise Adrec, y que ha tenido una enérgica continuidad llena de futuro en el griego Yorkos Loukos.
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