Comunidad y Ayuntamiento pugnan por solucionar el problema de los inmigrantes sin casa
Hace dos meses nadie se acordaba de ellos. Ninguna institución les amparaba. Los responsables de las administraciones regional y local apenas sabían que existían. Tras "la muerte de la muerta", como dicen los dominicanos al hablar del asesinato de Lucrecia Pérez, en los escombros de Four Roses, son el centro de atención y se permiten valorar como regular un piso con dos habitaciones que se les ha puesto en bandeja en pleno paseo de la Castellana.
El pasado 4 de diciembre fueron desalojados de Four Roses y una guardería colindante 60 dominicanos. Se les trasladó a una residencia en Alalpardo, en pleno campo, a 40 kilómetros de Madrid. Esta residencia, que gestiona la Fundación Gumiel con el Inserso, la Dirección General de Migraciones y la Fundación de Integración Iberoamericana, era un paso intermedio para aclarar su situación y permitir al Ayuntamiento acondicionar un lugar digno en la ciudad.El Ayuntamiento se comprometió en un pleno y eligió como nuevo albergue un colegio abandonado de San Blas, en el que se han gastado 40 millones de pesetas. Las obras se han terminado en 20 días.
Entre esos 59 dominicanos había 23 solicitantes de asilo y refugio que el próximo lunes estarán en el remozado colegio, 16 con permiso de trabajo y residencia que ocupan ya tres pisos avalados por la Comunidad en Leganés, Villaverde Alto y la prolongación del paseo de la Castellana, y 21 Ilegales.
Todos abandonaron Alalpardo el pasado miércoles, algunos con lágrimas en los ojos, "después de ser tratados por primera vez como personas", según reconoció un responsable del centro.
En el piso de Leganés, por el que pagarán unas 60.000 pesetas, se encontraron pequeños defectos de infraestructura: no había butano, ni mantas ni muebles. En el de Villaverde había mantas, pero no agua caliente.
La más privilegiada fue Sofía, su marido, su madre, su hijo recién nacido y otra pareja. De la noche a la mañana la plantaron en un piso con dos grandes habitaciones, salón, cocina y baño, en el paseo de la Castellana, enfrente de La Paz. Sus vecinos, jubilados de la Empresa Municipal de Transportes (EMT), no les conocen, pero cree que no tendrá problemas para integrarse.
Sofía, 180 centímetros de altura, probó el primer día la capacidad de confraternización de sus compañeros de planta y obtuvo una buena respuesta.
-Llegué de Alalpardo sin haber comido, con la ración enlatada, y en la casa no había cubiertos. Fui a la vecina y le pedí algo para abrir la comida y me atendió encantada.
-¿Sabes que son conductores de autobuses?
-No creo.
-¿Por qué?
-Porque son muy mayores.
Sofía no se calla ante ninguna pregunta. La casa le parece bien, pero le observa problemas.
-Ningún blanco viviría ahí porque no tiene cocina, ni butano, ni lavadora ni armarios. Me dijeron que si veía algún problema lo dijera.
Sofía pagará por esta casa 50.000 pesetas al mes cada día 5.
En Alalpardo aprovechan estos días para limpiar las instalaciones y prepararlas para otro uso. Dentro de unos días llegarán desde Rusia los nuevos ocupantes: los niños de la guerra.
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