Navidad en su salsa
Los dominicanos celebran la Nochebuena con ritmos caribeños en discotecas de Aravaca
JAVIER CASQUEIRO El medio centenar de dominicanos que dormía hace un mes entre las ruinas de la discoteca Four Roses, donde murió asesinada Lucrecia Pérez, tampoco está ya en la residencia habilitada para ellos en un pueblo a 40 kilómetros de Madrid (Valdeolmos-Alalpardo) por acuerdo entre las distintas administraciones.
En la tarde del pasado miércoles abandonaron aquel refugio momentáneo con sus pertenencias a cuestas y con una ración de comida enlatada. Cuando llegaron a Madrid se desperdigaron.
Las parejas y familias asentadas (unas 18 personas) fueron alojadas en tres pisos de alquiler avalados por la Comunidad de Madrid. El resto acabó en un céntrico hostal de dos estrellas. Éstos vivirán a partir del lunes en las habitaciones que el Ayuntamiento de Madrid les ha rehabilitado en un antiguo colegio abandonado de San Blas.
Algunos, sin embargo, se perdieron el traslado porque estaban a esas horas en su puesto de trabajo: de camareros o vigilantes en varias discotecas o bares de Aravaca (distrito de las afueras, en la zona norte de la ciudad). Estos morenos, como les llaman sus jefes, son unos privilegiados. Trabajan, ganan dinero, comen allí mismo -en esos locales- platos dominicanos, tienen arreglados los papeles y disfrutan de la mañana a la noche de la música que a todos les acelera la sangre.
Donato, el barman del Brisas del Sur, 125.000 pesetas al mes de sueldo, dispone de más de 300 cintas entre las que escoger el ritmo más apropiado. El coro, en cualquier caso, está asegurado. A los dominicanos les gusta tararear a todo decibelio las canciones con letra de amores imposibles que escuchan permanentemente. Ése es el único problema: la algarabía. Para hablar, entonces, aproximan la boca a la oreja del interlocutor hasta besarla.
El Brisas del Sur
Su dispersión el miércoles al llegar a Madrid no facilitó la celebración en toda regla de la Nochebuena. Los que se marcharon a los pisos se quedaron mayoritariamente en sus nuevas casas y solucionaron el problema del condumio -al no tener butano- comprando comida elaborada en el Brisas, centro neurálgico de sus vidas en España.
Los que fueron a parar al hostal Cantábrico (calle de la Cruz, a escasos metros de la Puerta del Sol) apenas aguantaron allí hasta la hora de comer (cocido, 800 pesetas). Sólo dos se quedaron jugando a las cartas. Los demás emigraron a Aravaca y se pasaron la jornada en el Brisas. Esta habitación-pub es en realidad un cóctel que sirve para todo.
Allí, Ricardo Rivas García, de 28 años, "seis hijos y uno preñao" de cuatro mujeres distintas, y Félix Rodríguez, El Chamba, de 32, se sienten los reyes del mambo.
En el Brisas se emborrachan, avituallan, bailan un poco para calentar motores y ligan mucho. Ricardo y El Chamba, como Muchos de sus compatriotas, comprenden de manera muy permisiva que unos españoles lleguen a este pub en sus flamantes coches (algo que sucede en muchos casos) y se lleven a algunas de sus chicas porque están seguros de sus posibilidades.
-Se van con ellos una noche, pero luego, a la segunda, ya vuelven. Los españoles son un poco flojos [empiezan las risas]. Nosotros somos más calientes y podemos con cinco [polvos] en una noche. No hay color, no es fácil poder con nosotros.
El Chamba dice estas frases categóricas entre burbujas de alcohol, y para ser más expresivo, coloca su mano izquierda bajo el codo de la derecha.
El asunto del sexo les trae locos. Ricardo convive en uno de los pisos avalados por la Comunidad -el de Leganés- con Atracia, su mujer, ahora embarazada. En Aravaca, sin embargo, reside su esposa. El diferencia. En el Brisas estuvo en Nochebuena con otra, La Larga, "para sacarle las perras y follármela". La larga, como casi todas las dominicanas altas y de buen tipo, lleva enfundados unos leguins, en este caso de color naranja, que remarcan su espectacular figura.
La cocina, todo el rato, echa humo. Cuando llega el momento de la comida se distribuyen por algunas mesas tarrinas de papel aluminio con el menú especial del día: locrio con habichuelas y vino (600 pesetas).
El locrio es una especie de paella, con mucha carne y algún detalle curioso, como el apio. Las habichuelas tendrían que ser, en teoría, el segundo plato, pero en el Brisas casi todos mezclan los dos servicios "para no peder tiempo".
El asopao [que se ofrece en el 16 Válvulas, junto a la estación de Pozuelo] es como el locrio, pero más flojo.
El Chamba paga 1.700 pesetas por entrar a pasar la Nochebuena en el 16 Válvulas, donde ya está hace tiempo su mujer. El propietario de este local negó la entrada a los periodistas.
El portero también se lo puso claro al Chamba.
- Esta noche sí que tienes que pagar, ¿eh? Te he visto en la tele, tío; te estás haciendo famoso.
-Es un atraco, nos timan, concluye el Chamba.
La bebida que más degustan en todos los locales es la cerveza (200 pesetas), pero lo auténticamente típico es el Brugal, un ron añejo de cinco años y 40 grados que se valora, por ser importado, a 300 pesetas la consumición. Las reservas de Brugal han tenido en cuenta unas 140 botellas para las necesidades de Nochebuena.
La música, mientras, nunca para. La cinta que más suena ahora en el Brisas es una de grandes éxitos de la Coco Bald. Los títulos de las canciones son suficientemente expresivos: Chiquitita, Los pantalones, Penas de amores, El coronel (mujer malvada), Mi cucu, Lotomía, Chupa tú, chupo yo, Happy man, La ladrona, La negra vila, Me haces falta, El mujerón, La Jaldita y La peliona. Los hermanos Rosario y Ruy Vargas también son lo más.
Las mujeres, durante el día, más que bailar se contonean anunciando lo que pueden dar de sí en la discoteca. La expresividad se desborda cuando se encuentran al cruzar la puerta y se pegan besos y abrazos de minutos.
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