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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El milagro de la creación

La bella mentirosa(La belle noiseuse)

Direccion: Jacques Rivette. Guión: Pascal Bonitzer, Christine Laurent y Rivette, sobre Una obra maestra desconocida, de Balzac. Fotografía: W. Lubtchansky. Francia, 1991. Intérpretes: Michel Piccoli, Jane Birkin, Emmanuelle Béart y la mano del pintor B. Dufour. Estreno: cine Renoir.

Se estrenó esta sorprendente película en el festival de Cannes de 1991 y consiguió, además de unanimidad en el muy riguroso premio de la crítica intemacional, nada menos que la réplica a la Palma de Oro: el Gran Premio Especial. Pese a su insólita armazón, única en la historia del cine, y sus cuatro horas de duración, que pulverizan los pactos no escritos del consumo cinematográfico, el rechazo a estos reconocimientos fue imperceptible y quienes combatieron la desmesura de La belle noiseuse -y su consiguiente amenaza de aburrir al espectador- no se sorprendieron por su rotundo triunfo.Este triunfo era más que previsible: era necesario, pues no es posible dejar pasar por alto la formidable aventura que esta obra emprende dentro de las zonas más delicadas y menos exploradas, por ser las más profundas, del lenguaje del cine y su esquivo diálogo con el lenguaje de la pintura. Jacques Rivette nos zarandea en La belle noiseuse con asombrosas dilataciones de la secuencia seguidas de inauditas compresiones y aceleraciones del ritmo interior de esa secuencia. Su maestría -él es, con Claude Sautet y Eric Rohmer, lo único vivo que queda del naufragio de la Nueva Ola francesa de los años sesenta- es absoluta.

Nos sumergimos a través de la cámara de Rivette en el fluido invisible, incapturable para el ojo común, de un suceso de apariencia apacible, pero en realidad tumultuoso, de extraordinaria complejidad e intenso dramatismo soterrado: los vaivenes -a veces más que violentos: feroces, caníbales- que se producen durante el silencioso combate que se entabla, ante un lienzo, entre la quieta mirada depredadora de un pintor y las formas móviles y huidizas que se escapan del cuerpo desnudo de su modelo y que se resisten a dejarse atrapar y fijar por esa mirada.

Pasión creadora

Estamos por tanto en el umbral del mecanismo que conduce a otra desnudez más comprometedora que la simplemente física, una desnudez de orden anímico o, si se quiere, espiritual.: la mismísima médula de la pasión creadora, el milagro de un arte que desvela el misterio de la consumación de otro arte. Algo -nunca antes fórmalizado por el cine en forma de ficción- nace en esta obra única, bautismal y de perturbadora belleza.

Michel Piccoli es el pintor y Emmanuelle Béart la bella modelo. Su diálogo -terciado por una Jane Birkin que, desde Daddy Nostalgie, se ha convertido en actriz de verdad y ha dejado atrás a la coleccionista de muñequerías que fue- es un prodigio de elocuencia casi muda, uno de esos infrecuentes casos de acoplamiento recíproco entre dos comportamientos, entre dos gestos y entre dos presencias que se atraen mutuamente como imanes y que solo muy de tarde en tarde nos devuelven el recuerdo de los grandes duos del cine clásico: desde Greta Garbo y John Gilbert en El demonio y la carne a Ingrid Bergman y Cary Grant en Encadenados.

Rivette conoce las dificultades que, a causa de su deslumbrante luminosidad, ofrece su película para ser recorrida de principio a fin con los ojos abiertos. Y nos facilita el camino dándonos dos versiones de la aventura: una integral, de casi cuatro horas de duración, y otra reducida a las dos horas convenidas por las pautas del consumo de cine. Ambas versiones tienen el mismo destinatario: el espectador que considere que el cine es, además de un espectáculo, una forma de conocimiento. El otro espectador, el que busca en la pantalla una buena y pura diversión, debe abstenerse de acudir a este filme y buscar en la cartelera otras opciones opuestas e igualmente ennoblecedoras.

Pero en quien sea del primer tipo de espectador, la laguna que La belle noiseuse haría en su memoria si deja de verla -en la versión que crea adecuada a sus tragaderas- sería irreparable.

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