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Yugoslavia: interveneción o cordón sanitario

Después de muchos dimes y diretes, de dudas y presiones, las potencias occidentales intervienen militarmente cada día más en la antigua Yugoslavia. A la presencia de tropas de las Naciones Unidas, primero en las antiguas zonas- protegidas en suelo croata, después en Bosnia, se suma el bloqueo acordado para garantizar el embargo por fuerzas navales de la UEO y de la OTAN. Y no faltan síntomas de que en un futuro breve puedan llevarse a cabo, como ha sido solicitado desde diversas latitudes, acciones aéreas para neutralizar la artillería pesada serbia.La tesis que aquí pretendo defender es que una intervención que vaya más allá del bloqueo no sólo es inútil, sino extremadamente peligrosa. Y ello sin perjuicio de apoyar la presencia española en aquella área, no porque sea conveniente a Bosnia o a la seguridad mundial, sino porque después de muchos años de aislamiento, conviene a España estar presente por doquier. Y dicho esto, volvamos al avispero balcánico.

Cuando los pueblos y los Estados de aquella zona se han enfrentado entre sí, lo han hecho de manera harto cruel y sangrienta, y, sin duda, los valores de humanidad han sido gravemente dañados. Cuando para, de una u otra manera, poner remedio a esta situación, las potencias extrabalcánicas han querido intervenir, no han impedido la escalada de la crueldad ni la erosión de los valores humanos que ello lleva consigo, pero además han quebrado el conjunto de la seguridad europea primero, la paz mundial después, y los valores humanos han sido puestos aún en mayor aprieto. De lo primero son buen ejemplo la segunda guerra balcánica de 1913; de lo segundo, el estallido de la I Guerra Mundial un año después. En el primer caso, serbios, búlgaros, rumanos y griegos se enfrentaron entre sí; en el segundo caso, enfrentaron a alemanes, británicos y franceses, italianos y turcos y, al final, al mundo entero.

La situación en 1992 es, sin duda, distinta a la de 1914; pero no es menos conflictiva. En los Balcanes hay tres alianzas opuestas entre sí: entre Hungría y Croacia; entre Rumanía, Serbia y Grecia; entre Bulgaria, Albania y Turquía. La primera es heredera de la corona de san Esteban; la segunda se nutre de la afinidad ortodoxa, del conjunto interés serbo-griego en negar la existencia de Macedonia y en la común oposición entre serbios y croatas y de los serbios y rumanos frente a Hungría en razón de Voivodina y Transilvania; la tercera tiene en común, también, un elemento religioso y reivindicaciones complementarias en Kosovo y Macedonia. Pero, además, esas tres alianzas potenciales se prolongan en el exterior. Hungría gravita hacia Alemania; Serbia cuenta en último término con la solidaridad eslava y ortodoxa de una Rusia reconvertida a estos valores; la solidaridad islámica que late en la alianza búlgaro-albano-turca puede movilizar al mundo musulmán, que ya ha demostrado su. interés por la agresión contra sus hermanos bosnios, como mañana lo hará por los de Macedonia y Kosovo. La situación no es menos explosiva, por tanto, que cuando la triple alianza y la triple amistad podían llegar a oponerse por lo que en principio era un conflicto local de húngaros y serbios.

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Hasta ahora, la intervención exterior no facilitó para nada la inevitable disolución de Yugoslavia, construida artificialmente en 1917, no tanto por la solidaridad de los eslavos del sur -declaración de Corfú- como por la ingenua eslavofilia que padecieron los sajones. En efecto, cuando estalló el conflicto entre croatas y serbios en la todavía Yugoslavia, la insistencia de Estados Unidos y de la Comunidad Europea en el mantenimiento de un vínculo federal tuvo resultados catastróficos (declaración Delors-Santer y declaración de Brioni en marzo-junio, 1991). El entorno serbio del presidente Bush, la pereza mental de los eurócratas y el miedo a que la disolución yugoslava acelerara la de la Unión Soviética -¡Como si una y otra fueran evitables!- envalentonaron a los serbios e impidieron que prosperara a tiempo la solución confederal. Después se invirtió el énfasis y, tras condenar el secesionismo croata y eslovenio, en 1992 se condenó cualquier iniciativa serbia y se hizo cuestión indiscutible de la hasta entonces desconocida independencia bosnia. Es difícil acumular tanto error.

El resultado de todo. ello, de los males endógenos y de las equivocaciones exógenas, ha dado lugar a un penoso conflicto, difícil de resolver pero cuya difusión es imprescindible evitar. Las soluciones propugnadas hasta ahora, o son pia des¡deria que no van a parte alguna o son contradictorias entre sí.

Así, por ejemplo, los criterios de la comisión Badinter sobre reconocimiento de los nuevos Estados independientes, que ha llevado al de Bosnia, poco tienen que ver con la realidad. Es indiferente que la mayoría (?) se pronuncie en referéndum por "una Bosnia soberana e independiente como Estado compuesto de naciones y ciudadanos iguales" (marzo, 1992) si, al mes siguiente, los dirigentes de las comunidades croata y serbia, Biban y Karadzic, ratificaban la partición acordada en febrero del año anterior por los presidentes de Croacia -Tudjman- y Serbia -Milosevic- El Alto Comisionado de las Naciones Unidas se convierte en instrumento de depuración étnica, como han reconocido lord Owen y Cyrus Vance. Y en cuanto a la intervención militar, contra unas fuerzas y en un teatro que la Wehrmacht nunca pudo dominar, exigiría un despliegue que los occidentales no están en condiciones de hacer -no menos de cien mil hombres- y que si, por hipótesis, lo estuvieran y llegara a producir resultados, exigiría una presencia de fuerzas de tierra aliadas en los Balcanes, tan permanente como está resultando la del Ejército británico en el Ulster.

Por duro que parezca, creo que los esfuerzos militares deberían ceñirse a evitar que el conflicto excediera de los límites de la antigua Yugoslavia y que terceras potencias balcánicas y aun más, extrabalcánicas, pudieran intervenir en él. No se pueden invocar razones de humanidad para extender los males que sufre una parcela a la humanidad entera. La no intervención no hace la paz, pero evita la extensión de la guerra. El cordón sanitario no cura, pero evita el contagio. En este sentido, los muy experimentados rusos han formulado la acertada tesis de aislar el conflicto balcánico. Los esfuerzos económicos estarían bien empleados si se centraran en fomentar la reagrupación étnica, previa indemnización de propiedades y realizada de forma humana y pacífica. El traslado de poblaciones, siempre lamentable, puede ser en algunos casos como éste la única opción viable, y lo sensato es hacerlo lo menos traumático posible, en vez de empeñarse en mantener unas poblaciones enraizadas tal vez en su solar, pero sometidas a unas condiciones peores que las provocadas por cualquier catástrofe natural. Y, sin embargo, en este caso, inundación o terremoto, nadie dudaría que lo humano es proceder al traslado en las mejores condiciones posibles.

Por último, la solución política pasa por el reconocimiento de la realidad. La que exigía hace más de un año haber reconocido la independencia croata y eslovena y llegó a imponerse por la fuerza normativa de los hechos; la que hoy requiere reconocer los derechos de Serbia, una Serbia en la que sería bueno apoyar las alternativas democráticas y moderadas al hipernacionalismo poscomunista de Slovodan Milosevic; la que hoy, como en tiempos de Bismarck, debiera llevamos a concluir que los únicos Estados viables son los Estados históricos y que empeñarse en el mantenimiento de creaciones fantasmales es el más peligroso e inviable de los empeños.

Miguel Herrero de Miñón es diputado del Congreso por el Partido Popular y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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