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Combinados de Chicote

Los "agasajos postineros con la crema de la intelectualidad" no le costaban un duro al maestro Agustín Lara, invitado de honor en los salones de Chicote, barman legendario y anfitrión generoso dotado de un excelente olfato para las relaciones públicas. Agustín- Arroyo, encargado del histórico bar de Ja Gran Vía que conoció tiempos mejores pero también mucho peores, rompe una lanza por la neutralidad del establecimiento y de su fundador, que soportaba estoico y benevolente las curdas del borde de don Ernesto Hemmingway y más tarde los caprichos de los señoritos del nuevo régimen, con tino y mano izquierda.La tempestuosa Ava Gardner se empapaba de alcohol por cuenta de la casa, tratada como una reina por impecables y pacientes camareros, y Gregory Peck se refugiaba en las profundidades del museo para vivir apasionados idilios con sucesivas botellas de whisky.

La nota de distinción corría a cargo de don Luis Buñuel, un erudito del dry martini, una mezcla extremadamente sencilla en apariencia pero compleja y sutil como toda obra de arte. Cuando la combinación había sido de su gusto, Buñuel, antes de despedirse, se asomaba al mostrador para estrechar, agradecido y ceremonioso, la mano diestra del artífice. Si no lo hacía, la consternación cundía detrás de la barra.

Antonio Romero, recientemente jubilado, ofició durante décadas como maestro indiscutible de la coctelera que agitaba como si se tratase de un incensario ante los o os fascinados de una clientela que fue cambiando a lo largo de los años.

En contra de lo que podría suponerse, los cócteles, especialidad y artesanía de la casa, han sido más apreciados por la nueva parroquia que por los clientes de antaño. Los nuevos clientes que recuperaron del olvido el más clásico de los bares madrileños en los años ochenta, entraban en Chicote dispuestos a aprender el arte del buen beber y se aventuraban en las misteriosas especialidades de la carta, dejándose guiar por expertos nativos.

Gente menos estirada

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Hasta trescientos cincuenta cócteles, uno por minuto, se han llegado a servir en una tarde sobre el mostrador de Chicote, para disfrute de una camada ávida de nuevas sensaciones etílicas. Agustín Arroyo se confiesa encantado con la movida de los últimos años, gente joven, más respetuosa y menos estirada que la clientela de antes, más cordial y campechana, menos dictatorial y caprichosa. Artistas y modelos, periodistas, diseñadores, editores, estudiantes y diletantes, savia fresca para este añoso bar fundado en 1931 que sigue ostentando en su frontis el nombre de museo aunque los fondos del museo de bebidas hayan sido escamoteados, malvendidos y dispersados en negras y pasadas coyunturas.

De los viejos tiempos permanece una tertulia taurina de ganaderos y aficionados de solera, tertulia que debe espiar desde las sombras del más allá Marcelino Cano, toda una enciclopedia del toreo condensada en un cuerpo diminuto y vivaracho, al que un mal día se llevó La Parca sin darle tiempo a terminar su café con leche ni a despedirse de sus amigos, irrumpiendo de mala manera en un debate al que no había sido invitada.

El que esto escribe cruzó por primera vez, con paso inseguro y actitud reverente, los umbrales de Chicote a finales de los años sesenta para entrevistar al humorista y periodista Evaristo de Acevedo, alcaide de la Cárcel de papel de La Codorniz, grata pero ímproba tarea, por la bisoñez del reportero y por la contumaz sordera del maestro, habitual de la casa como Miguel Mihura, Tono, Mingote y Álvaro de la Iglesia.

El decorado, siempre moderno, funcional y confortable, no ha experimentado grandes variaciones. El servicio sigue siendo inmejorable y la alquimia de sus combinados casi perfecta. Hay cosas que han cambiado. Los nuevos modos y la nueva orientación del establecimiento hacia una clientela más joven y postmoderna propiciaron la deserción de las aguerridas y curtidas profesionales del más antiguo de los oficios que, encaramadas sobre sus taburetes, trasmutados en pedestales, tentaban con arrumacos de sirena a los navegantes de la noche que perdían con facilidad el norte y derivaban en círculos cada vez más estrechos a su alrededor. Mujeres bandera que fueron la perdición, o la salvación, de jóvenes descarriados y de solteros recalcitrantes que acabaron rindiéndose a sus encantos. Mujeres recordadas con cariño y respeto por los más veterános de la casa, que fueron sus confidentes y sus más rendidos admiradores.

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