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Una gran manifestación campesina respalda el rechazo francés al pacto agrícola del GATT

Olían a tabaco y vino, a sudor y estiércol, a hierba recién cortada y leche fresca, a manzana y tierra mojada. Formaban un río ancho, pacífico y caudaloso que podía desbordarse en cualquier, momento y convertirse en un colérico aluvión. Hablaban muchas lenguas de la babel europea. Eran unos 45.000, según la policía, y 80.000, al decir de los organizadores, y se habían concentrado en Estrasburgo para protestar contra el pacto agrícola entre EE UU y la CE. La jornada concluyó con un manifestante herido grave y dos policías heridos leves.

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Los campesinos materializaron ayer en las calles de la capital alsaciana su unión europea. Durante seis horas, bajo un cielo pesado y gris como una losa de granito, vigilados de cerca por unos 5.000 policías, marcharon juntos labradores y ganaderos llegados desde las muchas esquinas del continente. A todos les guiaba el espíritu de la pancarta traída por un grupo de gentes de los Altos Pirineos franceses, aquélla en la que un cocodrilo con los colores de la enseña norteamericana se zampaba de un bocado una banderita azul con una docena de estrellas doradas. %Es esto Europa?", preguntaba la pancarta.1 A lo largo de la noche y la madrugada cientos de autobuses habían llevado a Estrasburgo a los campesinos europeos que respondían a la convocatoria de los dos principales sindicatos agrícolas franceses. La cita era a las 10 de la mañana, en la plaza de Burdeos, y, en efecto, a la hora prevista comenzaba allí la manifestación con la quema de muñecos representando a los negociadores del controvertido acuerdo agrícola de Washington.

Adoptó la protesta campesina un aire fallero. A los ninots quemados en la plaza de Burdeos se añadió durante toda la jornada el incesante sonido de los petardos, un sonido silbante al principio y seco al final que puntuaba los gritos en múltiples lenguas contra el "imperialismo" norteamericano y la "traición" de los "eurócratas de Bruselas".

Unos doscientos policías protegían el consulado norteamericano y casi el doble cercaban el palacio de Europa. Mediada la mañana, unos doscientos campesinos se salieron del pacífico río de la manifestación e intentaron tomar al asalto este último edificio, sede del Consejo de Europa y del Parlamento Europeo. Pero los CRS, los antidisturbios franceses, abortaron la intentona descargando sobre ellos un granizo de bombas lacrimógenas.

. Encabezaban el cortejo un

puñado de españoles cuyo único signo distintivo eran las banderitas rojigualdas. Les seguían un nutrido contingente de alemanes tocados con sombreros tiroleses. Los alemanes hacían sonar grandes esquilas de vaca. Tras ellos, los italianos, con gorritas de béisbol de las que regalan las industrias de fertilizantes, tocaban música de silbatos. Después, venían otros alemanes, pero éstos uniformados con monos rojos, armados con barras de hierro y dispuestos a montar jaleo.

Había europeos de fuera y dentro de la Comunidad y también japoneses y coreanos. Los japoneses se habían tragado 16 horas de vuelo para demostrar su solidaridad con "la lucha dle los campesinos europeos contra el imperialismo de Estados Unidos", según proclamaba la muy sonriente Mitsusu Horiuchi. Los coreanos sacaban de sus extraños instrumentos una apropiada música fúnebre.

Pocos británicos

Escaseaban los británicos. Uno de los contados manifestantes que venía del otro lado del canal de La Mancha arrastraba una bandera de su país y no paraba de dar entrevistas a las televisiones y radios anglosajonas. "Tengo vergüenza de ver cómo el Reino Unido se convierte en el caballo de Troya de los norteamericanos en esta condena a muerte de la agricultura europea". En cambio, como era de esperar, abundaban los franceses. Decían sus pancartas: "No al ordeno y mando norteamericano", "La agricultura se muere, el GATT la remata" y "USA go home".

A medida que avanzaba la jornada y el río campesino, tras recorrer seis kilómetros, entraba en su estuario final del estadio La Meinau, se difundían los más alarmantes rumores sobre los destrozos en señales de tráfico y coches privados causados por manifestantes que se habían ido de la mano con el vino o la cerveza. Pero los organizadores saltaban de alegría. La manifestación había sido tan multinacional como habían previsto, y los incidentes, mínimos en relación a lo que habían temido. El rechazo francés al acuerdo de Washington acababa de recibir un monumental espaldarazo. Ese acuerdo, aseguró en el estadio La Meinau el líder alemán Constantin Heereman, "supondrá el barbecho para doce millones de hectáreas en toda la Comunidad".

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