Espectáculo regocijante
Qué pensaría hoy Ado Kyrou, el más beligerante de los críticos surrealistas de la segunda generación y responsable de la reivindicación del dibujo animado como refugio de la surrealidad, de un filme como La bella y la bestia? Fustigador tanto de Walt Disney ("que sólo inventó la forma de ahogar bajos sus bombones acidulados las historias más bellas", escribió) como de Jean Cocteau, hijo repudiado del movimiento y autor no obstante de la mejor versión filmica de la historia de Giovan Straparalo, a Kyrou sólo le cabría plegarse ante la arrolladora vitalidad de este remake animado.Y plegarse con honor y sin abdicar de viejas concepciones. Aunque siga siendo básicamente fiel al estilo de la casa, la película de la factoría Disney, realizada por Trousdale y Wise, es ante todo la reivindicación extrema del amour fou, al animar una de las fábulas más enloquecidas salida de pluma humana en la historia de la literatura. Pero también, y ahí reside una parte importante de su innegable encanto, supone igualmente una inteligente exploración de lo imaginario visual occidental, desde los tétricos calabozos pintados por Piranesi hasta las escenografías góticas creadas por el gran Anton Groot en su etapa al frente del estudio artístico de la Warner.
La bella y la bestia
Producción: Walt Disney / Silver Screen Partners IV, EE UU, 1991. Estreno en Madrid: cines Castilla, Parquesur, Palacio de la Música, Amaya, Benlliure, Juan de Austria, Novedades, Aluche, Burgocentro Multicines, Alcalá Multicines, Las Rozas Multicines, Florida, Minicines Majadahonda, Multicines Fuenlabrada, Valderas y, en versión original subtitulada, California.
Pero tal vez las cosas sean más sencillas, aún cuando quepa -ahora y siempre- reivindicar la inteligencia surrealista para entender el enorme poder provocador y la poesía del cine de animación, tal vez convenga afirmar que La bella y la bestia es una excelente película también porque es una magnífica síntesis multigenética que no descuida nunca a su potencial platea (cómo no ver en su plasmación de la personalidad de Belle, antepuesta a la zafiedad palurda y machista de Gastón, un deseo de aggiornamento con el ojo puesto en públicos incómodos con la sociedad patriarcal), un fascinante ejercicio de vitalidad narrativa, al tiempo que una exploración de los caminos abiertos a la animación por la introducción de las técnicas de ordenador, que dan esa sensación de profundidad realista del encuadre que choca con un imaginario temático decididamente inclinado hacia el nonsense, y que da por resultado un constante asombro.
La bella y la bestia es un poco de todo. En su enorme capacidad para deglutir influencias, sin ser por ello menos fiel a las maneras de Disney, la película se presenta a la vez como un film fantástico, un melodrama en el cual la víctima es menos la belleza sometida que la fealdad resignada, y un musical de tonos brillanes y canciones de impacto que se permite incluso homenajes a Busby Berkeley en el número más logrado de la función: la suculenta cena de bienvenida a Belle, organizada como un enloquecido carrousel casi abstracto de formas geométricas, colores y ritmo. No en vano la película obtuvo sus dos Oscars del 91 en los apartados de partitura musical y canción original, al tiempo que fue, conviene recordarlo, el primer film musical selecionado para la categoría de mejor película. Premonición, tal vez, de un tiempo por venir que no discrimine entre la inteligencia al servicio de la animación y la, por otra parte, siempre menguante inspiración hollywoodiense en lo que a películas de imagen real se refiere.
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