La dictadura tonta
El embajador de España en Malabo no ha podido hacer su tercer viaje a la región continental. No visitará a los españoles residentes en puntos remotos del país. El calendario estaba ya ajustado; los preparativos, no siempre fáciles en un país como éste, estaban hechos. Pero el embajador se quedó en Malabo. "Por el momento" no viaja, el presidente Obiang se lo prohibe.El hecho, de gravedad evidente, no es sino el último (muy probablemente el penúltimo) agravio gratuito infligido a nuestro país. El último, o el penúltimo, de una interminable cadena.
Todo comenzó en diciembre de 1979, fecha en que un comisario del Gobierno ecuatoguineano (así se llamaban entonces los ministros) le puso una pistola en la cabeza al legendario embajador Graullera en un céntrico hotel de Malabo y no se dio al hecho mayor importancia.
De aquellos polvos, estos Iodos. La impunidad de los sicarios de Obiang, de mayor o menor rango, ha sido la norma durante más de una docena de años.
El incidente del hotel Uricka no fue sino el inicio de una larga serie de abusos, desplantes y humillaciones ante los que, de cuando en cuando, se respondió con una tímida nota de protesta. Tan mansa conducta fue gráficamente descrita por un veterano diplomático español a principios de los años ochenta; nuestra actitud, ironizaba amargamente el funcionario, consiste en decirles con firmeza a las autoridades guineanas: "0 dejan ustedes inmediatamente de atropellarnos... ¡o nos aguantamos!".
Así ha ocurrido cuanto ha venido ocurriendo. En 1981, las fuerzas de seguridad guineanas abren a machetazos una valija diplomática en el recinto del Ministerio de Asuntos Exteriores. Ante tamaña violación de las leyes internacionales, la reacción de Madrid es inmediata y fulminante: ¡que no trascienda!
Pero trasciende. Días más tarde, un diario de Madrid publica la noticia. De ésta se hacen eco otros periódicos. Ante la reacción de la prensa, el director general responsable de la cooperación con Guinea, Martínez Pujalte, telegrafía instrucciones urgentes a Malabo: "Identifique VE al cooperante que filtró la noticia para proceder a su expulsión inmediata". Al cooperante, si es que fue un cooperante, no fue posible encontrarle, y el embajador recibió el rapapolvo correspondiente.Memorial de agraviosDe entonces acá, el memorial de agravios se alarga. Su enumeración resultaría premiosa. Prácticamente todos los españoles que han pasado por Guinea desde el autodenominado golpe de libertad hasta hoy podrían contar su particular vejación. Bueno, todos no: Antonio Martínez Líster, que murió en el asfalto del aeropuerto de Malabo tras ser arrojado de una furgoneta policial, no puede contar nada. Tampoco puede re latar su historia la religiosa Carmen Samaranch, asesinada en Ebebiying, dicen que por desconocidos, aunque todo apuntó en su momento a la eficaz actuación de las fuerzas de seguridad al ser vicio del dictador.En ninguno de estos casos pasó nada. Tampoco pasó nada cuando las autoridades guineanas expulsaron sin motivos al entonces coordinador general de la Cooperación Española, Ramón Gil Casares, hombre enamorado de Guinea y que allí estaba voluntariamente por segunda vez.Y tampoco ocurre nada en las innumerables ocasiones en que a ciudadanos españoles les son arrebatados sus bienes con el disfraz, en ocasiones, de sentencias manifiestamente injustas. Ciertamente, no han sido en exclusiva los ciudadanos españoles quienes han sufrido las sevicias de Obiang y sus esbirros, pero España es el único país con una cooperación intensiva que ocupa a centenares de individuos. España es el primer donante internacional. Entre: gastos directos e indirectos viene invirtiendo 3.000 millones de pesetas anuales, sin contar con las sucesivas condonaciones de la deuda bilateral. Innumerables personalidades españolas han viajado al país. El Rey lo hizo dos veces; viajaron también el Presidente Calvo Sotelo y el presidente González.Si todo esto no inclina a los responsables guineanos a observar un cierto respeto hacia ciudadanos y autoridades españoles cabría esperar al menos que estas últimas mantuvieran una actitud de firmeza.
Se albergó la esperanza de que el viaje del presidente González a Guinea, el pasado mes de noviembre, marcara un punto de inflexión. Para entonces ya había en Malabo un embajador muy distinto de sus predecesores. Un hombre procedente del círculo próximo al presidente del Gobierno y que cuenta con su confianza. No se había nombrado a un embajador tan cercano a La Moncloa desde que Suárez designó a José Luis Graullera.
La visita, sin embargo, produjo menos efectos de los esperados. Es cierto que se habló con cierta claridad, que se apoyó el proceso de apertura. Pero la inicial actitud de firmeza pareció ir perdiendo fuerza a lo largo de los meses cuando iba resultando evidente la nula disposición de Obiang para dar paso a un verdadero régimen de libertades.
Obiang se sintió acosado y reinició el hostigamiento contra ciudadanos e instituciones españoles. Tras admitir, a regañadientes, la visita del presidente Suárez a Malabo, demostró enseguida que, una vez más, se trataba simplemente de una operación de imagen.
La paranoia incita de nuevo a ver enemigos potenciales por todos lados, especialmente entre los cooperantes españoles, contemplados como avanzadilla de una gigantesca conspiración contra el régimen, si régimen puede llamarse a un grupo de individuos cuya única ideología conocida es el pillaje institucionalizado.
Consecuentemente se prohíbe la entrada en el país a un centenar de jóvenes voluntarios que, como venían haciendo en los últimos años, solían colaborar durante el verano con las organizaciones religiosas, ayudando en obras sociales en los lugares más difíciles. La prohibición llega, como es habitual, en el último instante. Con las maletas hechas y los billetes en el bolsillo. Cuándo el daño es mayor.Aislamiento internacional
En una locución televisada, cuya grabación desaparece de los estudios por orden de las fuerzas de seguridad de Presidencia, Obiang lanza histéricas invectivas contra España, la cooperación española y el presidente Suárez.
El corresponsal de El Mundo es retenido y expulsado. El de Diario 16 pasa una noche en las mazmorras y se le intenta juzgar por delito de espionaje al día siguiente de entrevistar al presidente de la República. La febril actividad del embajador consigue su liberación, pero no evita su expulsión fulminante del país y el despojo de sus pertenencias.
A estas alturas produce perplejidad la dubitativa postura del Ministerio de Asuntos Exteriores español, especialmente ahora en que una firme actitud sería aplaudida en todos los foros.
El sistema instaurado por Obiang en 1979 agoniza. Su aislamiento internacional es completo. La bancarrota, total. Los informes de Naciones Unidas y de Amnistía Internacional sobre la situación de los derechos humanos son demoledores. En su reciente y secreto viaje a Europa, Obiang, no recibió sino portazos y desaires. La CE rechaza a sus emisarios.
Nadie cree, ni dentro ni fuera del país, en la infame farsa de su apertura política; las detenciones y torturas se multiplican, los miembros de la oposición siguen perseguidos.
Parece, pues, llegado el momento de actuar con firmeza. Ello no haría sino animar a quienes, dentro del llamado Gobierno de transición, intentan una apertura real más allá de las declaraciones, leyes y decretos que intentan desesperadamente presentar una imagen de liberalismo ante la opinión pública internacional.
El régimen no existe, a pesar del patético intento de apuntalarlo con un partido gubernamental (de obligatoria afiliación para los funcionarios) caricatura estúpida del Movimiento Nacional. No hay un dictador iluminado en la cúspide. Hay tan sólo un individuo vacilante y cínico aferrado al poder y al dinero. Su gesticulación desesperada hace pensar en los aspavientos de un estertor final.
La dictadura de Macías Nguema tuvo ligeros rasgos de nacionalismo y grandeza. En medio del horror se acometieron obras públicas y se intentó, aunque fuera torpemente, darle dignidad al país. No se consiguió, y la dictadura degeneró en barbarie. Obiang y sus seguidores nunca intentaron otra cosa que enriquecerse.
La dictadura de Macías fue sangrienta. La de su sobrino, a pesar de las palizas, no es más que una dictadura tonta. Una actitud decidida puede disolverla en un santiamén.
es periodista. Experto en temas africanos.
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