¡Papá!
La noche del pasado miércoles Chuck Berry tocó en Valencia dentro de la gira que está realizando durante estos días por España. Se le estropeó el amplificador y, en inglés, dijo algo parecido a: "O me solucionan el problema o con otro amplificador no toco en Madrid". El aparato en cuestión es un Fender fabricado en 1963. Encontrar uno en Madrid, imposible. Arreglarlo, parece que también porque los organizadores con el manager como compinche y con el músico en la inopia, destriparon el amplificador y sustituyeron todo menos la carcasa, por otro. Y tocó en Madrid.Ése es Chuck Berry, el mismo que pide un Mercedes blanco de modelo concreto y se enfada ad libitum porque es manual -mentalidad española- y no automático -práctica norteamericana- Pero es mucho más.
Chuck Berry
Sala Universal Aqualung. 2.000 personas. precio: 2.800 pesetas. Madrid, 26 de noviembre.
Chuck Berry es un hombre de 66 años -algunas biografías dicen que tiene 61- que en 1955 impulsó el rock and roll con la canción Maybellene, que ha creado y popularizado clásicos como Johnnie B. Goode, Carol, Rock and roll music, Memphis Tennessee, Little Quennie, Sweet little sixteen o Roll over Beethoven.
Y con Roll over Beethoven comenzó su actuación en Madrid ante una audiencia en la que se mezclaban aficionados no tan generacionales, pero casi, con adolescentes que por su manera de bailar el rock and roll, parecían salidos del túnel del tiempo para la ocasión.
Regalos
Cuando acabó de recordar a Beethoven, se le ocurrió comprobar la afinación de la guitarra. Yo juraría que estaba desafinada, pero cuando atacó Heil heil rock and roll aquello daba gloria. Después demostró por qué el blues es el padre del rock -no en vano al primero que pidió ayuda para grabar fue a Muddy Waters- para continuar con Sweet little sixteen -espantoso comienzo pero gloria también- y sacó a bailar al escenario a ocho zangolotinas -una se bajó- antes de demostrar que su estilo en la guitarra es el abecé del rock, por primitivo.Y cantó una ranchera en castellano, y Memphis Tennessee, y Carol, y Little Quennie. Y en Johnnie B. Goode subieron -ahora espontáneamente y con consentimiento expreso-, no menos de diez fans. También se decidió a hacer el paso del pato cuando habían pasado cinco minutos de los cincuenta que suele ofrecer por actuación.
A pesar de este inesperado regalo, todo un detalle, Chuck Berry -a cierta edad, la tacañería es un grado-, cantó poco y tocó algo más. Lo primero, como un rey porque cada vez que abría la boca aquello era una lección.
Lo segundo, de manera más irregular pero también dio lo mismo porque un acorde de Chuck Berry vale por mil virguerías de cualquiera de sus alumnos. La esencia no se aprende.
Pero la cosa no quedó ahí, porque Berry se encontraba a gusto, o lo parecía, y decidió tener otro detalle con el público madrileño.
Con una cuerda rota de su guitarra, siguió animando el baile mientras desaparecía entre bastidores. Más gloria de esta historia viva del rock and roll, que cantó como Chuck Berry y tocó como Chuck Berry, ese músico al que varias generaciones de rockeros llaman Papá.
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