Bella y arriesgada primera película

En el tipo de película que elige para iniciar su diálogo -o su bronca- con el público, un director se autodefine. Hay quienes dan su primer paso con el pie apoyado en terreno sabido. Pero hay otro tipo de directores que, en lugar de autobautizarse con agua destilada, lo hacen tirándose de cabeza a un estanque cuyo fondo desconocen, expuestos a ahogarse en él. Son más que futuros directores pegaplanos, que hay legiones: son futuros directores cineastas, que escasean -según el viejo dicho- tanto como la fe en los conventos.Es ésta una regla de oro a la hora de ver la primera película de un realizador primerizo, en este caso realizadora primeriza: intentar entrever si se comporta desde el comienzo como cineasta, que es lo que hace Gracia Querejeta en Una estación de paso, película de transcurso sencillo pero que, al tener bajo las evidencias un doble e incluso un triple fondo oculto, es un alarde de autoexigencia, una prueba de fuerza. Nada de halagos al respetable: por el contrario, Gracia Querejeta se las pone difíciles. Se adentra contra la corriente y de ahí el riesgo y el mérito que conlleva esta película, bella, sutil, densa y por ello dificil de ver.

Una estación de paso se apoya en un guión hilado con hilos tan finos que no son apenas visibles y hay que arrugar el entrecejo para adivinar su bordado, que es primoroso. Nada de aquella carambola hecha a que aludimos, sino una complicada carambola sin hacer y varias bandas, cuya ejecución requiere finura y pulso firme. Gracia Querejeta, pese a balbuceos -en especial la parte relativa al niño, del que no saca la expresividad que el personaje requiere-, logra un cine de alta dificultad y admirable por la cercanía existente, dentro de esta dificultad, entre lo que busca y lo que encuentra: signo de un trabajo adulto.

Es la historia -apenas insinuada en la superficie, pero que inunda los trasfondos de este apacible relato encubridor de una tormenta intimista- de una mutación: el pausado rito del paso de un adolescente -excelente actor en ciernes- de la adolescencia a su identidad como adulto, a través de un ajuste de cuentas -no violento en la forma, pero sí duro de fondo con un perturbador mito familiar indescifrado, que le impide, como una tela de araña, escapar de las redes de la infancia considerada como encerrona. El muchacho saldrá de ésa convertido en un hombre libre. Es por ello Una estación de paso la historia de una afirmación: asunto complejo en cine, que Gracia Querejeta desarrolla con seguí desconcertante y que la convierte en mucho más que una promesa .Aunque no de la nada, nace una verdadera cineasta.