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El patrocinio como estrategia de comunicación con la sepultura

Juan José Millás

Antiguamente se tardaba mucho tiempo en construir. las catedrales. De ahí que empezaran de un modo y terminaran de otro. O sea, que ajo mejor nacían románicas, pero al hacerse mayores tenían la melena gótica. Gracias a esa mezcla, Europa cuenta con un capital arquitectónico de incalculable valor. En estos tiempos de miedo y xenofobia conviene recordar que todo mestizaje alumbra riqueza cultural. Lo contrario de lo mestizo no es lo puro, sino lo endogámico, que, además de oligofrenia, produce realidades grasientas y llenas de rendijas donde anidan las cucarachas del fascismo. O sea, que más delicadeza con las domésticas dominicanas de Aravaca, que, como decía una de ellas a este periódico, su país siempre ha sido generoso y tolerante con los españoles.El caso es que ahora las catedrales se levantan en un abrir y cerrar de ojos. Ahí está la de la Virgen Almudena, a quien debemos este lunes de asueto: se puso la primera piedra en 1883, y el miércoles pasado, apenas 110 años más tarde, se colocó la gran cruz que remata su cúpula. A esta velocidad, no hay tiempo para que la mezcla de estilos se integre en el proyecto con la naturalidad con la que uno se hace viejo y bastardo, por tanto, de sí mismo. Parece que la catedral de Madrid al principio iba a ser gótica, pero hacia 1940 se dieron cuenta de que desentonaría un poco con el palacio Real y modificaron los planos. En fin, ahora sabemos que es "muy grande y muy bonita", como le oí decir a un japonés que asistía al izado de la cruz de hierro, incapaz de atribuirle alguno de los estilos arquitectónicos que figuraban en su guía. Lo importante es que puede convivir con el conjunto monumental en el que está integrada, que una cosa es el mestizaje y otra el pastiche. A lo mejor la cosa híbrida y bastarda consigue dársela el Ayuntamiento con los aparcamientos y zonas subterráneas con los que pretende taladrar la plaza de Oriente. Que, por cierto, a ver quién paga los taladros, porque, según leímos el miércoles aquí mismo, no queda en las arcas municipales dinero ni para semáforos. Nuestra pobreza municipal y espesa es tal que el concejal de Sanidad y gerente de la Empresa Mixta de Servicios Funerarios anda buscando patrocinadores para pagar la edición de un libro de lujo sobre la muerte que puede costarnos entre 25 y 30 millones. Parece que no le pusieron el formol a tiempo y el libro huele ya a materia corrompida. No tienen vergüenza.

Digo yo que qué clase de empresa va a atreverse a patrocinar un libro sobre la muerte: que se haya puesto de moda el patrocinio como estrategia de comunicación no quiere decir que estemos encantados con la muerte. En mi barrio, al menos, siguen ocultándola. Y es que el patrocinio hay que saber hacerlo, como todo. Por ejemplo, el arzobispado, que todavía necesita 600 millones para dar los últimos remates al interior de la Almudena, en lugar de llamar patrocinio al patrocinio, lo llama donación. En el arzobispado se lo hacen tan bien que hasta a las ventas las llaman donaciones. Yo telefoneé el otro día para preguntar por el precio de las sepulturas que quedan disponibles en el interior de la catedral, y una señorita muy amable me explicó que no las vendían, sino que las regalaban a cambio de un donativo. El caso es que una sepultura de cuatro cuerpos en la nave central viene a costar un donativo de siete millones. El nicho de un solo cuerpo sale por 2.750.000 pesetas y el columbario no llega al millón. A cambio de eso, en lugar de la soledad del cementerio, puedes gozar eternamente de la compañía de los cientos de japoneses que tras visitar el palacio Real irán a darse una vuelta por la Almudena.

La cosa es que crucé Bailén para ver qué le parecía todo esto a Larra, cuya estatua pernocta, casi invisible, en los jardincillos de enfrente, pero a Larra no le llamaba la atención nada de lo que sucedía en la otra acera: permanece en actitud reflexiva, con los ojos desviados hacia donde está el viaducto, como si pensara que la próxima vez, en lugar de pegarse un tiró, se arroja sobre el tráfico de la calle de Segovia, que destroza más que una bala. ¡Qué vida!

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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