Iberoamérica al futuro
En el año 2000, Iberoamérica (21,5 millones de kilómetros cuadrados) tendrá una población aproximada de 550 millones de personas, con un producto aproximado de 1,6 millones de millones de dólares. En promedio, el producto por habitante será todavía de menos de 3.000 dólares anuales (de 1992), aunque con grandes diferencias entre los 21 países, que podrían variar desde menos de 1.000 hasta más de 15.000 dólares -en promedio nacional- por persona. En síntesis: somos todavía, y seguiremos siendo al terminar el siglo, una comunidad urgida de un crecimiento económico alto y sostenido.Los 21 Estados iberoamericanos esperan el próximo milenio con un rico patrimonio histórico y cultural a su favor. Tienen, también, grandes desafíos que enfrentar. Pero cuentan con el enorme potencial de sus recursos naturales y humanos.
A costa de un gran esfuerzo y sacrificio de nuestros pueblos, estamos realizando profundos ajustes a las estructuras administrativas y productivas de nuestras economías, para elevar su eficiencia y competitividad. Los sistemas democráticos de gobierno han ido madurando, aunque haya todavía diferencias muy notables entre ellos. Se ha extendido también el respeto por las libertades civiles y los derechos humanos. Todo ello hace que un nuevo aliento de optimismo -a pesar de que algunas graves crisis lo podrían poner en entredicho- impregne hoy nuestro ánimo.
En Iberoamérica sabemos que estos hechos favorables no son suficientes para salir avantes en un mundo que cambia aceleradamente. Estamos en el principio del que tendrá que ser un enorme y sostenido esfuerzo, para poder avanzar hacia mejores niveles de bienestar y hacia formas más abiertas, inteligentes y justas de convivencia.
Iberoamérica -su historia, su cultura, su fuerza y su debilidad- tiene su raíz común en los siglos XV y XVI de España y Portugal. La tiene en el autoritarismo de las instituciones de aquella época. La tiene en el espíritu intolerante de la Contrarreforma y de la Inquisición. Pero la tiene también en la vitalidad de sus propuestas humanistas, en la audacia, la ambición, la grandeza y la eficacia de los exploradores portugueses y de la España de la Conquista.
Cada país latinoamericano tiene, además de la ibérica, una raíz indígena, que varió mucho en importancia, según el grado de desarrollo alcanzado por las distintas sociedades aborígenes al momento del encuentro. En algunos países de América Latina esta es la simiente determinante.
Una tercera raíz la constituyen las distintas influencias que fueron llegando de otras partes, por razón de las particulares posiciones geográficas y las diferentes corrientes migratorias. No hubo, pues, una sola influencia. Pero es un hecho que, lo que de común tenemos, es ibérico.
Ante la reforma modernizada de Europa, la respuesta de España fue la Contrarreforma. Y en aquella España y en toda la América española, las cosas de Dios sólo las entendía, las decidía y las explicaba la jerarquía eclesiástica. Al pueblo le quedaban la fe y la esperanza.
Fueron esas concepciones las que alentaron en América la acción contra las culturas indígenas. Sobre cada templo prehispánico se construyó uno católico usando, casi siempre, las mismas piedras. A cada imagen o deidad, se sobrepuso la de la nueva religión.
La fuerza de las culturas indígenas impidió la completa desaparición de su sentido religioso y de sus costumbres cotidianas. Y de ahí surgió el sincretismo que combinó elementos de las dos cosmovisiones enfrentadas. Sin embargo, lo ibérico fue el sello que se impuso.
De cualquier manera, el triunfo ibérico, y el aislamiento que se impuso a las colonias respecto del resto del mundo durante tres siglos, alimentó una carga de resentimiento que se habría de incrementar, a principios del siglo XIX, con las guerras y revoluciones de independencia.
Quienes lucharon por la independencia de los países latinos de América estaban seguros de que era factible dar nacimiento a una identidad diferente, a través de la negación de la parte ibérica y también frente a la América anglosajona. Esta búsqueda de una identidad propia llegó, en algunos casos, al rechazo del pasado indígena o del mestizaje ineludible; todo lo cual ahondó aún más la polémica sobre el origen.
Fue entonces que surgió la idea de formar una sola gran nación, surgida de los restos de las posesiones españolas, pero diferente de ellas. Diversos políticos y pensadores buscaron la unidad para asegurar a la América de origen ibérica un lugar destacado en el concierto internacional.
De aquí se desprende nuestro ser latinoamericano, como un elemento que nos une frente al exterior. Somos originarios de América Latina, y ello define nuestra identidad ante la antigua metrópoli y ante el mundo. Sobre esta idea de latinoamericanidad se intentó entonces estructurar los nuevos proyectos de integración, que han encontrado inmensas dificultades.
Hablo de dificultades, porque prevaleció la dinámica de las fuerzas centrífugas. Cada nación latinoamericana tuvo una fuerte orientación al individualismo para construir, primero, su Estado nacional. Y después, para tratar de resolver separadamente sus problemas. Se llegó con frecuencia al aislamiento e incluso al conflicto con los países hermanos y vecinos.
Durante el siglo XX el aislamiento, y también la polémica, se reavivaron. Ahora por razones diferentes. España y Portugal se rezagaron del desarrollo económico y político europeo. El autoritarismo regresó a la Península y la aisló otra vez de algunos países de América. Sólo los lazos culturales se mantuvieron firmes.
España y Portugal mostraron, pocos años después, su inmensa capacidad de recuperación política. La ejemplar reconciliación de la sociedad española abrió el espacio para un espléndido florecimiento de las libertades democráticas y de la modernidad económica.
A partir de los años ochenta se han dado condiciones favorables para los países de la comunidad iberoamericana. Algunas de éstas son de gran significación y comprueban la dinámica modernizadora en la que Iberoamérica está inmersa. Seis aspectos merecen mención especial:
1. El avance y, en algunos casos, la consolidación de la democracia, que se ha dado en los países iberoamericanos durante los últimos años, tanto en América como en Europa.
2. La nueva estrategia económica que responde a los retos de la economía internacional. lberoamérica ha entendido, y se prepara para dejar atrás su tradicional proteccionismo. Queremos economías abiertas, competitivas.
3. La solución negociada de seculares controversias limítrofes, entre algunos de los países de América Latina, ha eliminado fuentes de conflicto, y ha permitido disminuir cuantiosos gastos militares. Hay avances sorprendentes: Argentina y Chile han resuelto de hecho sus diferencias en el canal de Beagle. Honduras y El Salvador someten su diferendo en el golfo de Fonseca al arbitraje de la Corte Internacional de Justicia. Venezuela y Colombia exploran caminos pacíficos de solución.
4. La creación de agrupaciones comerciales dentro de nuestra propia región. Ejemplos de ello son el Tratado de Libre Comercio entre México y Chile, el Mercosur, el Pacto Andino, los acuerdos centroamericanos, las negociaciones comerciales de México, Colombia y Venezuela, y el acuerdo marco firmado por México con Centroamérica el mes pasado.
5. La creciente vinculación con las áreas comerciales mayores del mundo. Baste mencionar la inclusión de España y Portugal en la Comunidad Europea y la de México en el tratado trilateral de libre comercio de Norteamérica.
6. El logro político con el que culmina todo este proceso para abrir nuevos horizontes a nuestros países: la creación de la Conferencia Iberoamericana.
La Conferencia Iberoamericana no es producto de la casualidad. Es el resultado de un excepcional esfuerzo de nuestros países por recuperar tiempos perdidos. Es una respuesta audaz a los cambios del mundo. Surge con el vigor de quienes
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