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Crítica:DANZA / FORAY FORET
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La musa y el reloj

La creadora norteamericana Trisha Brown (Aberdeen 1936) es la verdadera musa del posmodernismo neoyorquino de los años sesenta y setenta, y su más ortodoxa valedora hasta hoy. Para ella fue fundamental aquel veraneo de 1959 que pasó en los salones privados de Ann Halprin en California, en compañía de Simoni Fortie Yvonne Rainer. Allí se gestó lo que luego la propia Brown llamó "improvisación estructurada", cosa que ha traído la cola más larga de la historia de la danza reciente y consecuencias de los más variados signos. Es una lástima que en España no se la vea más a menudo, pues siempre es fuente de inspiración.De Forti, Trisha tomó la honesta pasión por el arte de vanguardia y los rudimentos de notación coreológica propia; y de Rainer, el aire transgresor. El cóctel adquirió carta de presentación propia con el aporte técnico de Merce Cunningham. Su genio la dotó de un estilo al que se mantiene fiel, que ha cristalizado y le da el carácter de un clásico del presente que habla el lenguaje del futuro.

Trisha Brown Company

Foray Foret, escenografía: Robert Rauschenberg. Newark (Niweweorce) escenografía y sonido: Donald Judd y Peter Zummo. Astral convertible,escenografía: R. Rauschenberg.Música: Richard Landry. Coreografías: Trisha Brown. Festival de Otoño. Teatro Albéniz. Madrid, 27 de octubre.

El programa de Albéniz se abrió con Foray Foret (1990) una creación de dificil digestión y concebida para iniciados e incondicionales, que en el teatro de la calle de la Paz eran mayoría, a pesar de la media entrada. Su vocabulario es como un poema de verso breve, pero contundente. El verbo aparece en infinitivo, colocado como una acción abstracta porque eso es lo que es: una artista de la abstracción, tangencialmente ligada, en lo plástico, al pop-art, y aunque su contactos son con Rauschenberg, su arte está más cerca del Jasper Johns de los años sesenta, donde el color es una evidencia fuerte, una señal potente que se mezcla con rabia y lucha en el plano. Lo mismo sus movimientos: son claros, firmes, pero abiertos al pigmento, con un dibujo que se sale del marco.

Musa y creadora

Trisha Brown puede ser una musa segura, porque ella misma es una creadora segura. Posee un canon reflexivo que habla de los contactos exteriores, de las relaciones físicas, del deseo, la soledad, la apatía y la euforia. Como en todos los creadores cerebrales, lo más interesante es el proceso, los procesos: ese espacio relativo y aún sutilmente visible entre la inspiración y el producto.Al final de esa primera entrega, ella misma apareció en un solo, reloj en la muñeca y todo concentración. Es de agradecer. La madurez manda.

Alejada del mundanal ruido, entre lo tangible y la poesía minimalista, juega a la pose estática y resulta elocuente.

El programa se completó con Newark (1987), un hallazgo coreográfico mermado por la falta del decorado, pero bellísimo en su concepto y en sus formas; y, finalmente, Astral convertible (1989), que no es estreno en España como asegura el programa de mano, sino que se vio en Itálica el mismo año de su estreno mundial y donde la artista, con franca conspiración con Rauschenberg, se hace con el hight-tech en aplicaciones específicas para, dejar abierta la puerta tecnológica donde el hombre tiende los brazos hacia adelante, en paralelo, buscando dar una señal de valor de su escala, lo que parece ser su mensaje desde los tiempos de Roof (1971), hoy ya leyenda.

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