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Sadomasoquismo de la señorita Pepis

El libro de marras se presenta herméticamente cerrado. Amparándose en su virginal nombre, Madonna exige del comprador un acto de fe: hemos de creer que el libro es muy excitante y nos lo va a hacer pasar de miedo. Con esa fe y con 7.500 pesetas ya podemos asomarnos al mundo erótico de la señorita Ciccone, puesto en imágenes por Steven Meisel, eficaz fotógrafo norteamericano ya conocido por los lectores de revistas como Rolling Stone o Interview.

Cuando abramos el paquete nos encontraremos con un libro no muy grueso, de tapas plateadas, y encuadernado en canutillo. ¿Cómo que en canutillo?, oigo clamar al comprador incauto, ¿para eso me he dejado siete talegos y medio? ¡Por ese precio las cubiertas podrían ser de piel de mono de Zanzíbar!...

Lo siento, amigo: canutillo. Probablemente se trata de una idea del diseñador o de la propia Madonna, así que ya se puede ir callando. Lo que sí encontrará es un compact disc que, envuelto en una bolsa plateada parece talmente un preservativo de talla descomunal. Algo es algo.

Pero dejémonos de gadgets y entremos en harina. El libro. ¿Qué tal está el libro? ¿Son buenas las fotos? ¿Ponen caliente? ¿Merece la pena dejarse 7.500 calas para verlas? Vayamos por partes. Las fotos, francamente son buenas.

Los temas son los de costumbre en Madonna: copulaciones interraciales, lesbianismo suave, homosexualidad entre cuerpos danone, fetichismo de estar por casa y un poco de sadomasoquismo de la señorita Pepis. O sea, todas esas cosas que han hecho de Madonna la gran provocadora americana y que tal vez impresionen a las amas de casa de Peoria, Illinois, pero que a cualquier adulto europeo que haya bostezado con las escenas eróticas de Instinto básico no van a conseguir excitarle demasiado.

Madonna, además, ha cometido un pequeño error al contratar como modelo de algunas fotos al actor Udo Kier, al que tal vez el lector recuerde en su papel de bujarrón cantarín en My own private Idaho, de Gus Van Sant. Este superviviente de las películas de Rainer Werner Fassbinder y Paul Morrisey -que es un decadente de verdad, no como la señorita Ciccone- se adueña de las fotos en las que aparece, que devienen así las más realistas, dándole al libro algo de lo que en general carece: humor.

Todos sabemos que el sexo y la risa acostumbran a ser incompatibles, pero Madonna, con su colección de osadías, puede acabar haciéndonos reir (especialmente si nos tomamos la molestia de leer sus textos profundos sobre lo bonito que es su conejito y otros temas fundamentales de este fin de siglo). De todos modos, supongo que a ella le da igual: ya tiene tu dinero, que es lo único que le interesa de ti.

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