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Que siga la fiesta

Se acabó. El sábado día 10, pasada la medianoche, Alioscha Karamázov daba muerte a su hermano Iván en el escenario del teatro Central Hispánico (El gran inquisidor, de George Tabori); al día siguiente, en el escenario del Lope de Vega, el jaleo montado por las mujeres de Chioggia y sus celosos varones (Le baruffe chiozzotte, de Goldoni), terminaba nada menos que con tres bodas, con toda la compañía del Piccolo di Milano bailando la furlana con gran regocijo del respetable. Luego, las luces de los teatros se han apagado y el público se ha marchado a sus casas. Se acabó.La Expo ha supuesto, durante los seis meses que ha durado, una borrachera teatral para los sevillanos, y para el resto de los españoles. Jamás se había visto en otra capital española una cartelera como la que ha exhibido Sevilla desde finales de abril al 11 de octubre del 92. Compañías emblemáticas, como el Royal National Theatre británico (con Fuenteovejuna en inglés, con una Isabel la Católica interpretada por una actriz de raza negra); la Comédie-Française (con Le barbier de Séville), el Dramaten de Estocolmo (con el Peer Gynt, de Ibsen, dirigido por Bergman), el Teatro Rustavelli de Tolisi (con La vida es sueño en georgiano: la obra se ensayó bajo las bombas, a pocos metros del palacio en que se atrincheraba Zviad Gamsajurdia; y la compañía, después del estreno, después de cobrar, se fue al supermercado Continente de Sevilla, a comprar comida, la tas de comida y algún que otro jamón, para los suyos); el Piccolo de Milán con Strehler a su cabeza, metiéndose el público en el bolsillo. Todos ellos han desfila do por el Lope de Vega, junto al Lliure, a la Compañía Nacional de Teatro Clásico (que estrenaba, première mundial, La gran sultana, de Miguel de Cervantes); al Tirano Banderas, dirigido por Pasqual; al Lope de Aguirre, traidor, de Pepe Sanchis, dirigido por Gómez; al Don Quijote, de Azcona / Scaparro, con Flotats y Echanove, que abrió, en abril, el ciclo de teatro clásico.

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Y luego está la programación "moderna", las llamadas "nuevas tendencias", en el Central, un teatro nuevo, una golosina desde el punto de vista tecnológico, que el Banco Central Hispano ha pagado (1.000 millones), ya en territorio de la Expo. La Fura dels Baus, Michael, Laub, Gilles Maheu, Wilson (The black rider, el musical de Burrouglis, Waits y Wilson); Deschapms, Fabre y Tabori, son algunos de los nombres que allí han actuado. Sin olvidar La gallarda, de Alberti, y el ciclo de teatro español contemporáneo: Miras, Nieva, Fernán Gómez, Távora, Sastre, Martín Recuerda y Gala, con La truhana.

El gran ausente, ya lo dije al comienzo de la Expo, es Don Juan, sevillanísimo personaje -el más universal de nuestro teatro- que ha sido ignorado por su ciudad: ni el texto de Tirso ni el de Zorrilla, por no hablar de los innumerables donjuanes en otras lenguas, se han escuchado en Sevilla. Ha fallado Brook, ha fallado el Berliner, ha fallado el Teatro de Arte de Moscú... y algunos más. Pero la sensación que queda es la de una borrachera, de una gran resaca teatral. El público (en opinión mía: no poseo datos fiables) ha sido, en líneas generales, más bien escaso: la gente, desengañémonos, ha ido a Sevilla a ver la Expo y no a ver teatro. Además, la promoción y publicidad de muchos de estos espectáculos ha sido deficiente y, en un principio, surgieron problemas en lo referente a la adquisición de las entradas.

Para un espectador no sevillano, familiarizado con los grandes tinglados teatrales que vienen ofreciéndose en Europa desde hace años (Aviñón, Festival d'Automne de París, Theatertreffen Berlín ... ), el teatro de la Expo, a pesar de la buena voluntad puesta por los directores de los teatros sevillanos y de las buenas relaciones públicas desarrolladas por el asesor teatral de la Expo, Maurizio Scaparro, ofrece un resultado un tanto caótico, especialmente en el capítulo de las "nuevas tendencias". Un caos, fruto, en gran parte, de la falta de entendimiento entre el Ayuntamiento sevillano y la Expo, así como de la falta de experiencia de ciertos directivos de la división teatral de la misma Expo.

Pero, para un espectador sevi-

Que siga la fiesta

llano, esas críticas pasan a un segundo plano. Lo interesante, para ese espectador, es saber qué va a ocurrir ahora, después de la resaca, una vez se han apagado las luces, con el Lope de Vega y el Central. ¿Se dotará al Lope de Vega de un presupuesto que le permita producir sus propios espectáculos, algunos de ellos en coproducción con esas emblemáticas compañías que lo han visitado y han quedado encantadas con la dirección, el equipo, los técnicos y el mismo local? ¿Qué ocurrirá con el Central? Parece ser que pasará a ser gestionado por el Centro Andaluz de Teatro, pero ¿con qué director?, ¿con qué presupuesto?, ¿con qué programación?, ¿con qué público?Estas son algunas de las preguntas que se hace el espectador sevillano. Al igual que se pregunta si la Cuadra de Sevilla contará finalmente con un teatro en la capital, como parece ser que le ha prometido el Ayuntamiento. El espectador sevillano lo que quiere es no renunciar al teatro, a las luces, que la fiesta no se acabe.

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