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El último humanista

Mediados los años cincuenta, en el estudio de Julio y Francisco López, vi por primera vez una obra de Francis Bacon reproducida en una revista. Era una de sus versiones de El papa Inocencio, de Velázquez. A través de la pequeña reproducción en blanco y negro de aquella pintura pavorosa, nos llegaba la presencia de aquel pintor desconocido para nosotros. Bacon ha sido el último humanista de la historia de la pintura. Este hombre de rostro desprotegido y alma impávida ha sido uno de los testigos más lúcidos de esta época nuestra, convulsa y desesperanzada.Sin vacilación, Bacon ha acompañado al hombre a los lugares más sombríos y peligrosos. Sin él no conoceríamos ese aspecto turbador y fascinante que está en el alma del hombre, que siempre ha estado agazapado en toda obra de arte, pero que en él se manifiesta con una crudeza sobrecogedora.

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Como Van Gogh, la aventura de Bacon reside en que es grande por lo que contiene. Los dos trabajan fuera de tantos amenos jardines donde se malogran tantos hombres de talento. La profesionalidad, el buen oficio, todo lo que puede distraer, adornar, embellecer, todo lo que no es imprescindible, queda fuera. Eso es en ellos ejemplar y maravilloso.

El desdén por lo superfluo le permite a Bacon llegar con sencillez a lo medular de la pintura, a una forma de expresión tan despojada y expresiva que lo sitúa a la altura de los grandes creadores de la pintura. Como en Velázquez, sus personajes tienen una presencia espiritual y física tan potente que desazonan y a la vez fascinan como personajes reales.

Este visionario pasional y obsesivo, este gran humorista, poseía el secreto de sintetizar toda la variedad infinita del mundo en unas imágenes de gran eficacia expresiva y comparables a la de los grandes creadores. Sus hombres, aislados y palpitantes; sus desnudos tan humanos, ¡tan desnudos!; sus animales, quedarán como un retrato de nuestra época terriblemente verdadero.

Sin embargo, nuestro mundo es así.

Sabemos su devoción por Velázquez, y en una entrevista dijo que ninguna creación artística parecía tan asombrosa como las esculturas mutiladas de Fidias del Museo Británico.

Yo siento como él la admiración por esas obras surgidas en otros momentos de la vida del hombre, cuando podía expresar con sinceridad cosas maravillosas, y, como Bacon, sé que, a pesar de la nostalgia por un mundo más luminoso, nuestro destino no es otro que dar testimonio de nuestro tiempo.

es pintor.

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