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La moda habla del miedo

Mientras los modelos desfilaban la concurrencia se mantenía en silencio, pero apenas se interrumpía el pase se formaban grupos, bebían champaña y todo el mundo hablaba de la crisis. No de la crisis mundial, ni de la integración europea, sino de la crisis estricta en el sector de la moda. Manuel Piña y Francis Montesinos son dos de las firmas que han decaído con el declive del sector. Adolfo Domínguez, víctima de su incendio, tampoco estuvo presente en la pasarela. Jesús del Pozo sigue, pero se decía: "Tanto talento y en la mismísima agonía".Al diseño textil español le han faltado los empresarios capaces de apuntalar industrialmente las buenas ideas. No pocos auguraban el desenlace en esta época. El censo de 1992 registra menos creadores que hace media docena de años. En realidad, hace media docena de años era más fácil encontrar a un creador que a un electricista.

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La escena se ha transformado aceleradamente. Un profesional con gafas de sol me lo explicaba intensamente a la sombra de los focos que bañan a las modelos"Se ha sumado la crisis internacional, la crisis nacional y, sobre todo, la crisis de las estaciones. Por ejemplo, ahora debíamos estar en otoño, ¿no? Pero, ¿ha visto el calor que hace?".

Como acaba de anunciar oficialmente Borrell, el cambio el climatológico va a traer importantes consecuencias para España, y la moda es, con el turismo y el campo, una de las actividades que más lo padecen.

Contra la fatalidad

Ésa es la tesis fatal. Existe, sin embargo, otra tesis que no atribuye la crisis a un destino sin control. En opinión de Adolfo Domínguez, por ejemplo, lo que decide este mal presente, aparte la complicada escenografía mundial, es, de una parte, la crónica debilidad de la industria española ante la competencia extranjera, y, de otra parte, el hecho de que esté concluyendo la moda de comprarse ropa.

Una británica, nacionalizada española, con comercio en Bilbao, resumía la cuestión de este otro modo: "Lo que pasa es que en Estados Unidos, por ejemplo, un caballero está dispuesto a sacrificar una mariscada por comprarse una chaqueta. Pero, ¿ha visto usted que aquí alguien deje de comerse una mariscada por comprarse una chaqueta?".

Sin necesidad de haber visto a nadie en ese trago, parece en todo caso bastante cierto que ha pasado el furor de la ropa y que ha crecido una competencia voraz, y no sólo extranjera. Cadenas tipo Zara, Sprigfleld, Milano y tantas otras, ofreciendo moda al día y precios baratos, han creado un cerco muy duro en torno a la oferta de prestigio obligada, por su grado de productividad, a tarifas notablemente superiores.

Por otro lado, gradualmente, se han configurado dos clases de clientes. Los muchos, que eligen la prenda de usar y tirar propia de los zaras, y los pocos, de más elevada categoría, que ya no ven de buen tono llenar el armario y eligen comprar más selecto y poco. En cualquiera de los dos supuestos, la agrupación de disefiadores españoles, situada en el punto medio, sufre los efectos negativos.

La voz del arte

Como, ciertamente, la tarea de diseñar participa del lenguaje del arte, ¿en qué ha reaccionado la Pasarela Cibeles a esta importante coyuntura? O bien, ¿de qué manera los diseñadores, desde Verino a Purificación García, desde Del Hierro hasta María Guardione, Dolores, Del Pozo, o los siempre alegres Victorio & Luchino, han reflejado el estado de la cuestión?

Un escritor, un pintor, un músico, no habrían dejado de transmitir la atmósfera de crisis. ¿Lo han hecho los modistas? Para casi todos los observadores, con Cuca Solana a la cabeza, las creaciones se están ajustando al mercado cada vez más: fin o postrimerías, por tanto, de la invención, el jeribeque y la juerga. Cortar y coser para vender es el precepto que circunda la pasarela. Todos, o casi todos, se han plegado a los gustos más asumibles del público. Principio del final del circo de la exhibición espectacular. Ésta sería la ley marcial. Pero existen, además, las sutilezas del tono y el estilo. El color, por ejemplo. Prácticamente ninguno de los diseñadores que han desfilado este año emplearon el color rojo. Y absolutamente nadie hizo énfasis en él. No hace falta ojear a Goethe para deducir de qué modo esta ausencia denota debilidad en lapasión. Abundó, sin embargo, la razón del color azul. El añil, el celeste, el índigo, el marino, se manifestaron sucesivamente. Los creadores españoles se han instruido mucho sobre el color (y los estampados). Emplearon aquí todas las almas del azul, pero nada del rojo ni del amarillo, si se exceptúa a los Victorio & Luchino, tan rojigualdos y seductores, y algo residual de otros.

En no pocas lecturas antropológicas, el azul se confunde con el negro y, un poco más, con la idea del "no color". Blanco y negro, justamente, más allá de las fronteras del color, fueron los más constantes recursos elegidos por los concurrentes. Elección más o menos fatídica y desertora, que se aviene con la insistencia en la falda larga y casi viuda, a menudo herida por el corte. Corte que también mutila los jerséis hasta hacerlos chalecos (menesterosos o entecos) y reduce los vuelos de los bajos hasta convertir el contorno de las faldas en cercos de los gemelos.

Tesitura ésta en la que, desde la Maximillanstrasse de Múnich hasta la Avenue Montaigne de París, desde la Via della Spiga de Milán hasta la Shoane Street de Londres reproduce, con la Pasarela Cibeles, las diferentes elegías de la crisis y repite el tránsito desde la simbólica energía del corto y el rojo al pánico del largo y del luto.

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