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Reportaje:

Dos historias de amor

Jesús del Pozo y Roberto Verino pasean en Cibeles dos concepciones opuestas del diseño

El admirable rigor de Jesús del Pozo, que bastantes disgustos económicos le viene costando, se enfrentó en un plazo de veinticuatro horas. con el sentido comercial de Roberto Verino, cuya estética, más convencional, ha ido ganando numerosos clientes femeninos en los últimos años. Dos modos de entender y amar el diseño en medio de una extendida y grave crisis en el sector de la moda que está repercutiendo sobre las nuevas creaciones.

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Unas notas discordantes

Las modelos de Jesús del Pozo desfilan sin ropa interior. Ni falta que les hace. Si existe un disefiador español con el concepto puro y desnudo este es Jesús del Pozo. Como consecuencia no vende bien y está a punto de echarse al fondo de su mismo apellido tras las experiencias de los últimos años. Gana admiración siempre, pero no le cuadran los balances. Su talento ha sido acaso demasiado grande para encontrar, hasta el momento, a un empresario y a un diseñador industrial que traduzcan sus bellísimas ideas ante las naturales servidumbres ante el cliente.No era preciso aire acondicionado en la carpa de Cibeles, ni música ni focos ni aromas afectados para dar con el ambiente propicio. Una atmósfera autonomía y precisa se fue creando cada vez que uno y otro de sus vestidos aparecían y se deslizaban sobre la pasarela. Todo es de una parte tan sencillo en el resultado de esta clase de creación como sena la evolución de una línea dejada a su antojo, pero tan complejo a la vez como el trazo irrepetible de un genio.

La belleza es unidad, parece leerse desde el tirante al límite encelado de las faldas. Las telas son lisas y continuas, tonos de cereal o de minerales a la sombra. Y las formas, sin ornamento, parecen todavía encontrarse en el territorio primitivo de la inteligencia. Efectivamente sin haberse sumergido aún en la tufarada y el barullo del mercado. Y de ahí su verdad y su interna dureza.

Luces y secretos

Una señorita especialista, al término de la exhibición arrugaba el maquillaje y susurraba a una amiga: "Chica, todo son pliegues" En realidad, sólo eran pliegues. Luces y secretos. La antigua queja ante los sastres y las modistas de "me tira de aquí", "se me abulta por acá" constituía entonces la base del proceso de confección a mano. Del Pozo deja en claro esa plástica del defecto o el efecto y la trasciende hacia la obra textil de arte. Dicen que puede desaparecer su firma si no espabila, pero, al cabo, arrancaba aplausos dé un público asaltado por las sorpresas de una convicción implacable.En estos dos últimos días -hasta las dos de la tarde de ayer, con Vittorio y Luchino aún pendiente- Jesús del Pozo fue una de las sensaciones. La otra, en dirección distinta era la expectativa ante la colección de Roberto Verino.

Verino gusta mucho a las mujeres. Pueden ir de fiesta con sus elegantes atuendos en negro y blanco, pasear bajo la lluvia con sus nuevas gabardinas tórnasoladas, tomar una copa trasparente al atardecer, favorecidas con su gama de índigos en algodón al borde de la bahía. Verino vende. Tiene un gusto exquisito para el color y es simple y seductor con las hechuras. Le faltan más tiendas para ser del todo poderoso, pero cuenta con una industria que se reconoce firme en estos malos tiempos. Sus ropas parecen corresponder al vestuario de las películas de amor de clase media alta europea, seguras de sí mismas antes de Maastricht. Él mismo llama a sus diferentes series con apelativos tales como "Arco iris urbano", "Exotismo ciudadano", "Verano en azul", "Pausa poética", "De nueve a cinco" y pone como música de fondo "Oh happy. days" y cosas por el estilo. En su mundo no pasa nada grave. Si Roberto Verino desapareciera sin duda lo echarían de menos miles de compradoras apasionadas con su estilo pero es previsible que ese mar índigo anegara pronto su lycra, sus organzas.

Pero he aqui, con este hombre de Verín, a un vencedor reconocido. Mientras Jesús del Pozo culminó su desfile con una novia vestida de sacó y seda, toda de blanco y cubierta de un velo-sudario hundiéndose en la oscuridad, Roberto Verino saltó a la escena como un trapecista, cogió del brazo a la estrella Judit Mascó y se marcó un paseo atlético entre música de éxitos. La mismísima filosoía de lo real y lo ideal administrada a través de la moda en la platónica caverna de la carpa Cibeles hasta cuya cúpula ascienden en cada sesión los perfúmies.de los linos, las sedas, los escotes de las señoras.

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