Bahía del ritmo y de la gracia
"Que como libertad, / el hombre cuando está vivo / en la luz no tiene edad. / Y yo estoy vivo, aunque viejo, / y nadie me va a decir / que soy ya un muerto pellejo. / Y como la luz, yo entiendo que cuando va a anochecer ya está casi amaneciendo. Y mientras arda la luz, / negros o albos los cabellos / arderá la juventud".Estos versos son de mi polémico libro Coplas de Juan Panadero. Hace ya mucho que los escribí, pero a estas alturas de mi vida en las que algunos pare cen ya casi haberme enterrado, tal vez porque resulta muy molesto que uno tenga el valor de empeñarse en vivir tanto tiempo, sigo pensando exactamente lo mismo. Y quiero repetir que, con más años, sigo siendo aquel "hombre de la madrugada / comprometido con la luz primera". Más viejo, sí, claro, pero todavía vivo para retomar el hilo nunca abandonado de mi arboleda, desplazarme de una punta del mundo a otra para dar recitales y pasarme horas y horas pintando, desde esta siempre incomparable bahía gaditana que yo bauticé un día como la bahía del ritmo y de la gracia".
El despertar del año 92 comenzó para María Asunción y para mí en La Habana, en la siempre querida e inigualable Cuba, a la que dedicaré mi próxima colaboración. Un viaje de placer que, castigo de Dios pensará más de uno, se truncó en una hospitalización matrimonial, y que me hizo estar dos meses con la dichosa pierna escayolada de nuevo. Hoy, a pesar de que esta vez fue más grave el percance, una rotura de peroné, vuelvo a caminar apoyado en mi ya inseparable bastón, en una prodigiosa y rapidísima recuperación que sorprende a todos, después de aquella otra, lentísima, que tanto me hizo desesperar hace unos años y sobre la que tanto me lamenté dando lugar a mi librito Accidente.
El regreso de Cuba a Ora Marítima, nuestra casa de El Puerto de Santa María, después de casi tres meses de ausencia, fue uno de los más tiernos que pudiera imaginarse, pues la gran sorpresa resultó ser que Juan Gris, nuestra gata, había sido madre de cinco gatitos maravillosos que ella cuidaba con esmero dentro de un confortable cesto de mimbre. La familia portuense ha ido aumentando día a día, y mientras esperamos la llegada de una tortuga para que pasee el amplio jardín, a la primogénita Juan Gris se le han sumado Georgina y Centella, dos perras imparables y atropelladas cuyo máximo afán es cruzar vertiginosamente la casa de parte a parte, rebosantes de barro hasta el hocico, aprovechando mi ensimismado despiste cuando dibujo.
A este coro animal se le ha unido la presencia alborotada de Cocorito, un loro muy hablador y original que con frecuencia interrumpe las conversaciones más serias con su personal versión silbada de La Marsellesa, aunque me estoy planteando que en estos momentos de deserción sería muy importante enseñarle La Internacional, para que al menos no caiga en el olvido.
Cocorito ha sabido crearse en la casa un espacio propio, repite su nombre una y otra vez con insistencia y en cuanto advierte que vamos a comer lanza en los tonos más diversos y entonados su frase preferida: "¡Qué ricoo! ¡Qué ricoooo!", sin importarle un ápice la categoría del invitado de turno. Porque nuestra casa se ha convertido de nuevo, felizmente, en una casa siempre abierta a los amigos, y en palabras de nuestro querido y angelical Marcos Ana, deberíamos cambiar su nombre por el de Posada Marítima. Porque durante todo el verano, además de su compañía, hemos tenido la alegría de recibir aquí a amigos tan queridos como a la infatigable Olga Moliterno y a José Luis Pellicena-Alberti; a Nuria Espert, mi gitana preferida; a Manolo y Mary Rivera, tan divertidos y ocurrentes siempre; al muy dotado bardo Paco Rabal y a su entrañable familia; a Javier Ribalta y Paco Ibáñez, dispuestos siernpre A galopar; a la incomparable Montserrat Caballé; al constante emprendedor Hans Meinke; al poeta romano Elio Fiore; a la rubísima y decidida Helena Bianco; a Gonzalo Santonja, que, en estrecha colaboración con Juncal, ha dado a Miguelito una preciosa hermana; a María Luisa y José María de la Torre, editores y ejemplares personas; a Roberto Otero, perfecto navegante y mi yerno de siempre... Y tantos otros. Quien nunca falta a la cita, con una lealtad que me conmueve, es Carmelo Ciria, mi primer amigo comunista portuense desde que regresé del exilio, con su mujer, Lourdes, que siempre me trae higos chumbos como los que. comía de chico aquí en El Puerto, acompañados de Carmen, su fantástica y surrealista hija.
Pero a quien seguimos esperando con los brazos abiertos -siempre se lo decimos por teléfono cuando reclama imperiosamente nuestra presencia en Madrid- es a Jacobo Muchnik, para celebrar nuestro ritual de los viernes noche: degustación de huevos fritos con patatas, que María Asunción cocina con tanto esmero y paciencia.
A mis 89 años vivo en esta bahía del ritmo y de la gracia, incansablemente cantada. por mí, una espléndida etapa sólo comparable a las mejores de mi vida, rodeado de auténtico afecto y de marítimo color, con esa joven araucaria recién plantada que comienza a erguirse en mi jardín, con esas ramas de álamos machadianos derramándose sobre la ventana frente a la que acostumbro a trabajar. Y, cómo no, con la compañía alegre y enloquecida de David y Marta, mis bellos y motorizados hijastros. Con tanta cosa grata a mi alrededor, creo que cuando cumpla mis proyectados 115 años y recuerde estos días, ya para entonces distantes, podré volver a repetir de nuevo aquel verso de mis Retornos de lo vivo lejano: "Fue la más bella edad del corazón".
Copyright Rafael Alberti
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