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49º FESTIVAL DE VENECIA

El lenguaje de los corresponsales de guerra se adueña de las informaciones sobre la Mostra

El director norteamericano Alexandre Rockwell presenta 'In the soup'

Debe de ser contagio: los frentes de Bosnia están demasiado cerca del Lido veneciano y los ecos de sus cañonazos resuenan con impudicia en los entrelineados culturales de los periódicos italianos. Ya no se habla de la Mostra, sino de la batalla de la Mostra, de la guerra de Pontecorvo, de la escaramuza de la RAI, del ataque frontal de Walter Pedullá Gefazo de la televisión estatal italiana), del atrincheramiento táctico de Paolo Portoghesi Oefazo de la Bienalle), del contrataque de La Repubblica a la agresión (¿armada?) del Corriere della Sera.

Mientras tanto, las fiestas mundanas y el buen cine huyen despavoridos de esta sorda e ininteligible guerra de pasillos y galeradas, m¡entras los periodistas somos bombardeados con comunicados y contracomunicados de campaña. Los rostros perplejos de Jim Jarmusch, Joe Pesci y Denis Hooper nos ayudan un poco a salir del fango de estas trincheras de salón. Joe Pesci se asoma en El ojo público, una de esas películas fuera de programa que las multinacionales de la distribución cuelan en las proyecciones para que se hable de ellas y así ahorrarse millonadas en publicidad gratuita y creíble. Habrá ocasión para decir algo acerca de ella cuando se estrene en España. Aquí, entre las batallitas italianas, sólo es por ahora una película intrusa, un descanso oportunista.Denis Hooper se asoma por detrás de las barras de los bares del Excelsior, soñando con alguna copa dura que llevarse al hígado, si es que le queda hígado. Le han nombrado miembro del Jurado Internacional, junto con su colega y compatriota Michael Ritchie, para cubrir el hueco que dejó la espantada inaugural de Peter Bogdanovich. Una huida, la suya, nada gloriosa según cuentan: Bogdanovich está sin un duro, como siempre, en el bolsillo y le ofrecieron un trabajito. Se agarró al pobre dólar, y esto es aquí interpretado como la pérdida, por Gillo Pontecorvo, de la batalla del jurado, él que ganó hace décadas y aquí mismo La batalla de Argel.

Bombardeo del Lido

Jim Jarmusch, por su parte, se apunta al bombardeo del Lido desde la poltrona de las imágenes del filme independiente neoyorquino In the soup, que dirige con gracia y soltura, uno de sus discípulos, el también cutre y minimalista Alexandre Rockwell. Da la cara y basta: no es Jarmusch precisamente un buen actor, ni falta que le hace. El que, en cambio, es un actor excelente es Seymor Cassell, que lleva a cabo una antológica histrionada en este mínimo y curioso filme negro, de extracción autobiográfica por parte de su director y guionista.Dice Rockwell: "La película refleja un extraño periodo de mi vida, en que perdí por completo el control de lo que me estaba ocurriendo. Fue en Nueva York, cuando mano a mano con Dostoievski preparaba mi primer largometraje, titulado Lenz. Para contar con algún dinero con el que mover el guión en las productoras, vendí mi saxofón y entré casualmente en contacto con un gánster de pequeña monta, un tal Frank, que se prestó a buscarme dinero para el rodaje. Y así fue como mi primer productor fue en realidad un extorsionista profesional que, paradójicamente, me adiestró mucho sobre el cine y sobre cómo hacerlo: me enseñó a poner los pies en la tierra. Fue una experiencia loca y divertida. Creo que salí de ella convertido en cineasta de verdad de la mano de un delincuente".

La pequeña guerrilla de acera neoyorquina que cuenta Rockwell es música celestial si se la compara con la colección de horrores de guardarropía que el rumano Dan Pita intenta (por supuesto, sin conseguirlo) representar en su abracadabrante Hotel de lujo, un retorcido y siniestro ámbito escénico en cuyos interiores (a la manera de Arnold Wesker en La cocina, pero a mil millas por debajo en lo que se refiere a imaginación) quiere meternos dentro de la miseria histórica en que se ha sumergido Rumania después de la caída de Ceausescu. Guerra disuasoria. El público se fugó en masa del campo de concentración de la sala ametrallada por la engolada incompetencia expresionista de Mita y al final quedaron algunos espectadores dormidos o quién sabe si muertos.

A esto, Gillo Pontecorvo lo llama "cine de autor", para preparar su ya famoso "encuentro de los autores" con que nos amenaza el próximo sábado. Nueva batalla perdida por este curtido guerrero, cuyo bautismo de fuego veneciano le ha cogido con el pie cambiado y en orden de tropiezo.

Batacazo cultural

Se masca el batacazo cultural que nos prepara, aunque hay dos síntomas alentadores no confirmados: Jean-Luc Godard y Peter Greenaway se han disculpado y parece que acudirán a la egregia cita de cumbres del cine moderno hombres de la talla de Wim Wenders y otros simuladores de oficio. Menos mal que en la mesa redonda estará Peter Handkke: a lo mejor tenemos suerte y nos recita un poema, que es lo suyo, mientras Pontecorvo, erre que erre y con madera de perdedor vocacíonal, intenta resucitar la arqueología cahierista del cine de autor y hacerla compatible con el negocio del cine espectáculo. Michael Douglás, en su palacete mallorquín, debe de estar tronchándose de risa con su mal instinto básico. Nueva operación bélica: la batalla del sexo de los ángeles. Ayer proyectaron en la retrospectiva Lucky lady, una película muda que Frank Borzage realizó en 1939. Eso sí es cine de autor genuino, puro, que sigue dando verdadera guerra.

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