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Crítica:CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Melancolía milanesa y arte guipuzcoano

La 53ª Quincena Musical tocó a su fin a los sones de los Arcos de la Escala, que dirige su concertino, Piero Toso. Se trata de una docena de instrumentistas, incluyendo el clave del continuo, que viven más que interpretan el caracterizado y vario legado italiano del siglo XVIII -Corelli, Vivaldi, Tardini, Pergolesi, Locatelli-, con una incursión en el siglo XIX representada por el joven Rossini en una de las sonatas que escribiera cuando tenía 13 años.Desde que Won Benda, en los anos cuarenta, ejemplarizó y popularizó su orquesta de bolsillo, el género y el estilo de esta música no ha roto su continuidad y goza del favor de los grandes públicos. Estos autores de las escuelas italianas, ajenos a cualquier nacionalismo, hicieron, sin embargo, una obra tan sustancialmente italiana que sólo adquiere última veracidad en manos de milaneses, florentinos o napolitanos.

Así sucedió esta vez en las jornadas postreras de la quincena musical donostiarra, y, una vez más, la audiencia siguió con el espíritu en volandas la elevación de ese continuo feliz de los allegros que se torna melancólico en los lentos, propio de quienes, en definitiva, inventaron las bases sobre las que se alzarían formas y expresiones de la música universal.

Hay un aspecto de la quincena, que dirige con buen tino José Antonio Echenique, que merece ser destacado: la crecida presencia de creadores e intérpretes vascos y, concretamente, guipuzcoanos. Además de los homenajes a Francisco Escudero, se programaron este año partituras de Ondarra, Cordero, Aulestia, AIberdi y Lazkano, y ofrecieron sus versiones los pianistas Cendoya, Sabala y Requejo, junto a las de los cantantes Echeverría, Arruabarrena, Martínez y Mentxaka. En cuanto a los grupos, el excepcional Orfeón Donostiarra, que dirige José Antonio Sainz, alternó con los coros Easo, Eskifaia y Andra Mari, del que cuida el investigador José Luis Ansorena.

Intervino, como pieza fundamental, la Orquesta de Euskadi, y pusieron su nota típicamente vasca los acordeones del conservatorio, los tradicionales ochotes, Argía y Eutizka y las bandas de Deba y Zarautz, sin olvidar los pasos leves, los colores y la fantasía de Urbeltz en las danzas de Alakiketan.

Mientras, en Hernani, Teresa Zulaica y sus colaboradores han hecho de su bella e histórica casa vasca "santuario del padre Donostia", con lo que tendremos pronto el grande e inédito cancionero vasco que cuidó hasta su muerte, en marzo pasado, el padre Jorge de Riezu, capuchino como Donostia y el más fiel continuador y vivificador de su obra. La Kutxa desplegó la muestra Sorolla en Guipúzcoa, y descubrió, en el palacio de Miramar, los secretos del arte impresionante del escultor Eduardo Chillida.

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