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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Parar la desbandada

EL PROYECTO de una Europa unida decidido en la localidad holandesa de Maastricht el pasado mes de diciembre no atraviesa su mejor momento. Al inesperado varapalo que los daneses le propinaron la pasada primavera se une ahora el riesgo de una victoria del no en el referéndum francés del 20 de septiembre. Todo ello en un momento caracterizado por la creciente inestabilidad del sistema financiero internacional que arroja serias dudas sobre la viabilidad del proyecto de unión económica y monetaria.La crisis económica internacional ha provocado una especie de sálvese quien pueda, apenas atenuado por las llamadas a la responsabilidad de los dirigentes comunitarios. En medio del desconcierto no han faltado paradojas, como la de que sean los franceses, más europeístas que nadie, quienes amenacen la continuidad de un proyecto que, de Monnet a Deloys, siempre ha tenido acentos franceses; mientras que el Reino Unido, el más reticente a la hora de transferir soberanía a las instituciones supranacionales, reacciona a la crisis con firmes promesas de no abandonar, en ningún caso, el Sistema Monetario Europeo.

El pesimismo generalizado tiene mucho que ver con los efectos derivados de la prolongación de la crisis económica de Estados Unidos, que ya ha afectado a su moneda. La diferencia de tipos de interés entre Estados Unidos -muy bajos para reactivar su economía- y Alemania -muy altos para financiar su unificación y frenar la inflación-, junto al estancamiento de la economía norteamericana, han provocado que los inversores abandonen la divisa estadounidense y se dirijan al marco. Ello ha producido un considerable fortalecimiento de la moneda alemana con respecto al resto de las europeas, lo que ha afectado a la estabilidad en el mercado de cambios y a las bolsas.

Los países comunitarios, especialmente aquellos cuyas economías están más averiadas -como España, Italia o el Reino Unido-, han tenido esta semana que defender sus monedas contra el marco tratando de evitar que ello dificulte su reactivación. El Reino Unido se resiste a subir el precio del dinero para no obstaculizar el despegue y pretende mantener la libra con intervenciones de su banco central. En España, el ministro de Hacienda ha insistido, contra la opinión de la patronal y políticos como Pujol y otros, en mantener la fortaleza de la peseta, pese a sus negativos efectos sobre las exportaciones. El propósito es no perder inversión exterior.

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A todos estos elementos ha venido a sumarse la incertidumbre que crea la posible victoria del no en Francia, que convertiría en letra muerta el Tratado de Maastricht, con su unión económica y monetaria. Los principales líderes de la oposición de centro-derecha, Giscard y Chirac, tienen dificultades para explicar que su no a Mitterrand, que convocó el referéndum precisamente con la esperanza de dividir al centro derecha, es compatible con su sí a Maastricht. La desconfianza hacia la influencia alemana en todos los órdenes está siendo, como ya lo fue en Dinamarca, otro factor catalizador del voto negativo. De ahí que el ministro de Finanzas, Michel Sapin, haya tenido que advertir que Europa se defiende mejor de Alemania y su potente moneda si actúa unida que si cada país va por su lado.

A fin de cuentas, la disciplina del Sistema Monetario Europeo obliga a todos sus miembros, incluido el Bundesbank. La política del banco central alemán ha sido garantía de estabilidad en Europa mientras Alemania no ha tenido problemas, pero el elevado coste de su unificación ha roto el equilibrio. Los límites del SME ponen también ciertas barreras al precio que por ello pagará el resto de Europa, que serían más altos sin una reglas de juego en común. Porque las evidentes dificultades con que hoy se enfrenta el proyecto europeo no deberían hacer olvidar que sin ese marco las dificultades a medio y largo plazo serían probablemente mucho mayores.

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