Un genocidio contra los bantúes
La Cruz Roja se queja de los obstáculos para distribuir la ayuda intemacional a los hambrientos de Somalia
Andreas Schiess, responsable de la Cruz Roja para la zona keniana de Liboi, está que se sube por las paredes. "La situación es desesperada", dice con tono de indignación e impotencía. El que él pueda trabajar es cuestión de vida o muerte para cientos de miles de personas al otro lado de la frontera, en Somalia, donde ingentes cantidades de ayuda internacional se pierden a manos de bandoleros ajenos a la lucha política o de hombres armados que combaten en la guerra civil que asola al país desde hace casi dos años. El destino de Schiess está en manos de Sayed Alí Hussein, el cacique que tiene su cuartel general en Doble (Sornalia), a tres kilómetros de la frontera, ya en territorio somalí.
La Cruz Roja distribuye ayuda humanitaria desde Liboi a pueblos situados a cientos de kilómetros dentro de Somalia. Alimentos, ropas y medicinas, viajan en convoyes con una fuerte escolta que, en la mayoría de las ocasiones, no puede evitar la pérdida de notables cantidades de productos, en una tarea de distribución llena de riesgos. "Entregamos la comida a un comité, que se en carga de repartirla. La distribución le produce en medio de gran tensión; suele haber tiros y hasta muertos", dice el suizo Schiess. Son los somalíes los que se encargan del reparto, para el que siguen criterios que están en los antípodas de la ecuanimidad. "Cada uno quiere que se dé para su clan y no para los demás, y hacen impo sible el reparto a los bantúes", la población negra que llegó hace varias generaciones a Somalia desde Tanzania para tra bajar en la tierra y a la que los somalíes, rama del gran tronco árabe, desprecian. "Se está co metiendo un genocidio indirecto contra los bantúes", truena Schiess. El representante de la Cruz Roja dice que le llegan continuas quejas de cómo se está llevando a cabo la distribución y habla con extrema indignación de un caso que acaba de ocurrir, cuando uno de los camiones que debía de haber repartido su carga entre los desplazados somalíes apareció de vuelta en Kenia y descargó en Garissa, a cientos de kilómetros tierra adentro de Kenia, al otro extremo de otra franja de terreno infestada de salteadores de caminos. "La llegada de camión a Garissa no es posible sin el apoyo de las autoridades de Kenia. Les pedí que lo confiscaran y que, al menos, lo distribuyeran entre su gente", que en la zona oeste de Kenia también padece los efectos de la sequía. "Pero no pasó nada... Quizá algún comerciante con contactos...
El cacique Hussein
Schiess echa buena parte de la culpa de los problemas que tiene a Hussein. "Por aquí no pasa nada sin su aprobación", asegura. Hussein lo niega casi todo. Lo que hice con el camión fue devolverlo a la Cruz Roja. Lo que pasa al otro lado de la frontera no me compete y yo no tengo nada que ver con que se vendiera la carga en Garissa". El cacique -que habla en una cabaña, apoyado por un sanedrín de notables y por el coronel Nadir, responsable militar de las operaciones en la zona que controla Husseinreconoce que a veces tiene que apropiarse de algo del cargamento de los convoyes. Schiess, indignado por el incidente del otro día, no quería atravesar la frontera, pero al fin lo ha hecho y aparece ante el cuartel general de Hussein, donde una veintena de muchachos hace ostentación de una variada gama de fusiles de asalto. En el patio, una pequefia placa solar apoyada en un árbol alimenta una batería que, a su vez, está conectada a una radio. Schiess saluda con una tensa sonrisa a un impávido Hussein, a quien cita para una entrevista. "Va a ser divertido recibirle a usted en Liboi", le dice con ironía. "Será bueno discutir algunas cosas".
Hussein asiente, pero lo que quiere es que los periodistas vean la precariedad de medios en que está el hospital de, Doble, un pueblo de unos 600 habitantes. Schiess se suma al grupo y al llegar al hospital, un área vallada que protege a varios pequeños barracones construidos con ramas, parece que le va a dar un ataque. Hussein se ha adelantado al grupo y, acompañado de varios hom bre armados, espera dentro del recinto a los visitantes. "Esto que hace es ilegal. Hombres ar mados en un hospital, va con tra la convención de Ginebra. Se comporta como si él hubiese hecho algo por el hospital, y lo hemos construido nosotros. Yo, en estás condiciones, no entro". Este incidente del hospital será uno de los que el suizo y el somalí tengan sobre la mesa durante su próxima entrevista, pero Schiess también le va a plantear otros más importantes. Siempre viaja con escolta porque está convencido de que Huisein le quiere qucitar su todo terreno. No es una suposición baldía. Hace unos meses le desapareció otro que ahora corre por Somalia con la parte de atrás recortada para hacer posible la instalación de una ametralladora.
Robos
Más dolorosa para todos los que trabajan con los refugiados de Liboi, la ciudad fronteriza del lado keniano, es el robo de una ambulancia. La sección francesa de Médicos sin Fronteras (MSF) había esperado con ansiedad y durante meses la llegada del vehículo, que el pasado día 6, al poco de llegar, desapareció a manos de los hombres de Hussein. Claudia Kesller, médica coordinadora de MSF en Liboi, echa mucho de menos la ambulancia, lo que obliga aún más a improvisar en el hospital, donde se ha acabado-la escayola. Claudia ha renunciado a enviar pacientes a Garissa, porque viajar por esa carretera es como jugar a la ruleta rusa con todas las balas menos una en el tambor, y sólo se decide a remitir al hospital a pacientes o heridos en casos de vida o muerte y por vía aérea, un vuelo de media hora en avioneta.
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