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Una serpiente de verano

"Me temo que ésa sea la verdadera crisis de credibilidad del Gobierno: el desprecio que mani iesta hacia las reglas de la democracia. ¿Que hacen cosas? Pues claro que hacen cosas. Pero hay hechos que se pueden constatar sobre la aplicación de la política de este Gobierno. Uno, que no hay más libertad que, por ejemplo, hace un año, sino menos; que están recrudeciéndose las técnicas del pasado para reprimir la libertad. Dos, que en la calle no ha mejorado la seguridad ciudadana, sino al contrario. Tres, que el paro ha aumentado. Cuatro, que no estamos mejor en el tema autonómico... Lo que hay que hacer es objetivar lo que está pasando; la degradación democrática a que se está llegando; el grave deterioro que con su política está produciendo el Gobierno en el prestigio de las instituciones parlamentarias; la incapacidad, suficientemente probada, del presidente y de su Gobierno; la falta de voluntad, cuando no las trabas y entorpecimiento que plantean al Congreso para enfrentarse con situaciones de corrupción como la de la televisión. Y sólo la ceguera política, porque no entro enjuicio de intención, les impide ver que esto no marcha bien, que no marcha como debiera".La larga cita, como seguro habrá descubierto el lector -el estilo es el hombre-, reproduce unas declaraciones de Felipe González publicadas el 29 de mayo de 1980. Recuerdan aquella famosa escena al final de la película que sobre Zapata hizo Elia Kazan, en la que Brando-Zapata señalaba con un círculo al que más protestaba, como Madero había hecho antes con él. Cuando el político reformista reproduce en el poder el mismo comportamiento que él sufrió o denunció en la oposición es que ha llegado la hora de marcharse.

Además, en las democracias hay una regla no escrita que se confirma empíricamente: un jefe de Gobierno no aguanta más de una docena de años. A nadie se le oculta que estamos acabando una etapa, y tampoco que lo que distingue a un estadista verdadero es el grado deresponsabilidad que muestre en las últimas fases, sin caer en la tentación de desear que el diluvio venga detrás de él.

Los políticos, en una democracia consolidada, no se improvisan -no podemos repetir la experiencia de 1977-, y, por tanto, el sucesor tiene ya que haber cuajado y ser de conocimiento público. Búsquese un político de las cualidades de Felipe González, verdaderamente excepcionales, y yo al menos no descubro más que a Jordi Pujol.

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No se trata de simpatía personal ni mucho menos de connivencia ideológica, pero reflexiónese con alguna objetividad y difícilmente se llegará a otro resultado. No es moco de pavo que un país haya dado dos políticos de cuerpo entero en un mismo momento de su historia. Pero es que además no estaría nada mal que la izquierda moderada fuese sustituida por una derecha moderada -¡qué mayor prueba de gobernabilidad y de consolidación democrática!-, aunque, bien mirado, me sería muy difícil asignar al uno o al otro el papel de izquierda o de derecha. Al menos los dos tienen un mismo pasado antifranquista, y esto importa.

"Pero está usted loco", se dirá el lector, llevándose las manos a la cabeza. "Acaso el señor Pujol sea comparable con don Felipe González, y hasta, en teoría, tal vez el mejor sustituto, pero ello no quita que la propuesta no tenga el menor viso de verosimilituU. Si apretase a mi interlocutor para que me dijera las razones 'que amparan semejante juicio, antes o después saltaría a la palestra el hecho de que Pujol es catalán. 11 ¿Se imagina usted a un andaluz, a un extremeño, incluso a un valenciano, si me apura a casi cualquier español, votando un catalán'. Efectivamente, mí tampoco me cabe en la cabeza, pero hecho tan sorprendente, aunque haya pasado inadvertido, merece ser tomado en consideración. Pudiera esconder uno de los problemas graves que todavía nos quedan por resolver.

Para empezar habrá que dejar constancia de una discriminación de los catalanes respecto a los demás españoles: sin norma que lo prohíba, los primeros defacto no podrían llegar a presidentes del Gobierno español. Dos, en circunstancias excepcionales, lo fueron en el siglo pasado, pero ninguno lo ha conseguido en el XX, y tengo la impresión de que la discriminación en este punto se ha ido fortaleciendo con el paso del tiempo.

Podríamos discutir hasta la saciedad -no es mi intención- en quién recae la responsabilidad: en los catalanes o en el resto de los españoles. Los catalanes son los primeros españoles que se modernizan, accediendo por sus propias fuerzas a la sociedad industrial; muchos de los rasgos que en el resto de España se estiman específicamente catalanes, lo son sólo burgueses, sin más. Debieron haber sido el eje de la modernización de la Península, función que no supieron -o no pudieron- cumplir. El hecho es que los catalanes, no sin antes haberimpuesto un proteccionismo que les favorecía, fueron derrotados por las oligarquías rurales que mandaban en Madrid. Con Cambó, diría que su error fue haberse retirado de la pugna para tratar de construir un Estado propio, proyecto que con el tiempo les ha traído más desgracias que ventajas.

La discriminación contra el catalán podría explicarse por este afán, por lo demás legítimo, de subrayar la diferencia, a menudo basada únicamente en un grado mayor de modernización; diferencia que al resto de los españoles les resulta insufrible, ya que se interpreta como si señalara una superioridad. Ahora bien, el que la discriminación sea explicable no deja por ello de ser inaceptable. En el grado de autonomía alcanzada, la integración de Cataluña en el Estado español precisa de un presidente de Gobierno catalán, así como la consolidación de la democracia implicó haber tenido uno socialista. Como se ve, nuestro secular atraso histórico nos obliga a tener que aprobar asignaturas pendientes una tras otra.

El tema se complica porque el catalán que hace carrera política en Madrid, sin que aumente por ello la simpatía en el resto de España, en Cataluña deja de ser considerado catalán: situación de los ministros catalanes de este y de anteriores Gobiernos. Aunque por una larga serie de razones -que incluye su capacidad de organización, pragmatismo y buen sentido- preferiría a Narcís Serra a los demás candidatos socialistas que se divisan en el horizonte, sé que por ser catalán es el que menos posibilidades tendría, tanto en su partido como entre el electorado, aparte de que no resolverla el problema, al perder la calidad de catalán por el hecho mismo de su nombramiento.

Necesitamos un presidente catalán que no pierda su catalanidad por habitar en el palacio de la Moncloa. Presidenciable, a la vez que expresión cabal de catalanidad, únicamente Pujol posee estas dos propiedades en exclusividad. No me puedo

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Una serpiente de verano

es catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín.

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