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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fronteras de Rusia

RUSIA ESTÁ inaugurando una nueva política exterior que necesita desligarse tanto de la tradición de la URSS, marcada por la ideología comunista, como de. los cánones de la diplomacia zarista, que respondía a objetivos expansionistas. Que sus relaciones con Ucrania y los países bálticos lo sean como Estados independientes es algo que no tiene precedente en la historia. Para que Rusia pueda tener fronteras tranquilas e indiscutidas necesita resolver problemas pendientes en esos dos casos. Y superar asimismo otro foco de posible conflicto en Extremo Oriente. Ciertas reuniones diplomáticas recientes arrojan una luz nueva sobre estos temas.En el caso de la Flota del Mar Negro, doblemente peligroso porque enfrenta a Rusia y a Ucrania, las cosas han mejorado desde que Kiev y Moscú han decidido tratarlo en un plano bilateral, al margen de los otros problemas de la Comunidad de Estados Independientes (CEI). El último acuerdo de Yeltsin y Kravchuk consiste en no dividir la Flota (como se había decidido anteriormente), sino en administrarla de común acuerdo hasta 1995.

Los mandos serán designados por ambas partes, y las bases, utilizadas conjuntamente. Esta decisión, debida a la imposibilidad de ponerse de acuerdo sobre el reparto, puede tener efectos positivos, al imponer una cooperación ruso-ucrania a largo plazo en cuestiones decisivas. Ayudará a que el problema de Crimea -que ahora podría ser explosivo- se posponga para tiempos mejores, en que pueda ser abordado en un ambiente tranquilo.

El ministro de Exteriores ruso, Kozyrev, no ha logrado su objetivo en la reunión del 6 de agosto con sus colegas de las tres repúblicas bálticas. El tema sobre la mesa era la retirada de las tropas rusas, y Kozyrev expuso las condiciones de Moscú para llevarla a cabo. Los ministros de Exteriores de Estonia, Letonia y Lituania las consideraron excesivas y no las aceptaron. En ciertos casos, como la exigencia rusa de conservar bases en lugares estratégicos, los bálticos tienen razón. En cambio, es legítima la demanda de que los rusohablantes de las tres repúblicas no sean discriminados en sus derechos humanos y puedan actuar como ciudadanos normales. Rusia está interesada en que el contencioso no se eternice: en la reunión de Múnich del Grupo de los Siete, el propio Yeltsin se comprometió a efectuar la retirada con rapidez.

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En Extremo Oriente, Rusia no podrá normalizar sus relaciones con Japón si no acepta negociar la devolución de las islas Kuriles, que ocupó al término de la II Guerra Mundial. Frente a la cerrazón de los medios nacionalistas y militares, deseosos de que Rusia no haga ninguna concesión, se perciben en el equipo de Yeltsin voces que preconizan una actitud más flexible.

En su reciente viaje a Tokio, el vicepresidente Poltoranin ha hecho propuestas que pueden facilitar la solución: tomar como base el comunicado de 1956 que prevé la devolución de dos islas y aceptar la negociación sobre las otras dos. Para el primer ministro japonés, Miyazawa, el viaje de Yeltsin a Tokio este otoño debe suponer "un cambio histórico" en el litigio territorial. No piensa en una solución inmediata, -imposible en las condiciones presentes-, sino en que se abra una negociación formal susceptible de dar satisfacción a Japón.

En este tema de las Kuriles chocan dos tendencias profundas de la política rusa actual, que están representadas en el Gobierno de Rusia: los partidarios de una política reformista, dispuestos a renunciar a posiciones que tenían su justificación en el expansionismo de la URSS, y los nacionalistas, obsesionados por conservar una grandeza rusa que se basaba en dominar a otros pueblos. Yeltsin deberá zanjar.

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