Ineficaz adaptación
La tan excelente como poco prolífica escritora sureña Carson McCullers publica a principios de los años cincuenta el estupendo libro de relatos La balada del café triste, integrado por el que lo titula, el más largo de todos, y otros ocho, entre los que destaca Reflejos en un ojo dorado. Después de una brillante unión de más de 30 años, el productor Ismail Merchant y el realizador James Ivory, olvidándose de su guionista habitual Ruth Prawer Jhabvala, comienzan a producir películas ajenas, pero siempre dentro de la línea de adaptaciones de grandes libros escritos originalmente en inglés, que les ha llevado a éxitos como Los europeos (1978), Una habitación con vistas (1985) o Esperando a Mr. Bridge (1989).Uno de sus primeros trabajos en este terreno es esta adaptación de La balada del café triste, primera película dirigida por el actor Simon Callow, donde la falta de Ruth Prawer Jhabvala en el guión y, sobre todo, de James Ivory en la dirección se dejan sentir en exceso, queda muy clara la dificultad que supone la realización de sus habituales películas y la complejidad de hacer una buena adaptación.
The Ballad of the Sad Cafe
Director: Simon Callow. Guión: Michael Hirst. Fotografia: Walter Lassally. Estados Unidos, 1991. Intérpretes: Vanessa Redgrave, Keith Carradine, Cork Hubbert, Rod Steiger. Estreno en Madrid: Renoir (versión original).
A pesar de que entre La balada del café triste relato y película hay una adaptación teatral de Edward Albee, la realidad es que una y otra cuentan la misma historia, el guionista Michael Hirst ha seguido muy de cerca la narración de Carson McCullers. No obstante, nada puede resultar tan diferente como el relato y la película, mientras el primero tiene toda la gracia y el atractivo de las historias de los grandes escritores, su ineficaz adaptación sólo es el fallido trabajo de un debutante.
La compleja relación entre miss Amelia, una Vanessa Red- grave teñida de rubio y con el pelo corto muy lejana de la sutileza del personaje original, su jorobado primo Lymon, un Cork Hubbert que convierte su personaje en una caricatura, y el delincuente Marvin Macy, un Keith Carradine que parece recién salido de sus películas con Alan Rudolph, bajo la atenta mirada del reverendo Willim, un irreconocible Rod Steiger, ha perdido la sutileza, el humor y el atractivo del original para convertirse en algo muy cercano a la nada.
Esta insustancial versión de La balada del café triste no sólo deja muy clara la inexperiencia de su realizador, Simon Callow, sino la eficacia de los restantes trabajos de sus productores.
Babelia
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