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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Debate selectivo

EL MINISTRO de Educación acaba de anunciar su intención de promover un debate sobre la selectividad con el propósito explícito de mejorar la prueba, no de suprimirla, lo que parece indicar que el modelo actual no se considera satisfactorio. El debate anunciado es necesario, además de oportuno. El desasosiego en que viven los miles de jóvenes que habrán de esperar durante todo el verano a la publicación de las listas de admitidos para saber si podrán cursar la carrera que desean añade interés a una reflexión seria sobre la idoneidad del actual sistema de selección universitaria.Lo primero que convendría advertir es que ese debate no debe reducirse al marco estricto de las universidades, sino también al de los centros que tienen la responsabilidad de la enseñanza preuniversitaria. Y ello porque la prueba de selectividad, además de cumplir la función de ordenar y distribuir la demanda de ingreso en la universidad (en determinadas carreras, muy superior a la capacidad de oferta), también sirve para medir y comprobar el funcionamiento de todo el sistema educativo previo al ingreso en la universidad. Suele olvidarse que actualmente, desaparecidos los antiguos exámenes de estado o de reválida, no existe otra prueba externa a los centros que imparten la enseñanza en cada uno de los niveles del sistema educativo que el examen de selectividad. Hoy sólo las carreras técnicas mantienen, bajo la denominación de proyecto de fin de carrera, algo parecido a una prueba que cumpla la función de revalidar y homologar el largo proceso de formación de los estudiantes.

No se trata ahora de cuestionar el principio de evaluación continua que se ha impuesto como la fórmula más idónea para realizar el seguimiento del complicado proceso de enseñanza-aprendizaje, que destierra en principio la idea de que el alumno debe jugárselo todo a la carta de un único examen. Se trata, en realidad, de que un sistema educativo cada vez más descentralizado necesita imperiosamente dotarse de mecanismos de evaluación externa, aunque sólo sea para proceder constantemente a la rectificación de los errores y fallos que sólo mediante la existencia de ese tipo de pruebas pueden descubrirse.

Ello no implica muestra alguna de desconfianza en la capacidad y sentido de la responsabilidad de los profesores del COU. Al contrario, la mayoría de ellos espera de ese examen externo de reválida que, con todos sus defectos, es la actual prueba de selectividad la confirmación de que su trabajo con el alumno, incluido el de su evaluación y calificación, ha estado bien hecho. Así pues, el debate sobre la prueba de selectividad debería centrarse únicamente en conseguir que cumpla a la perfección con esa doble función que se le encomienda. Y es bien claro que la de ordenar y distribuir a los alumnos, que hoy por hoy es la que todo el mundo subraya, no la cumple bien cuando se observa la diferencia tan profunda en los criterios de evaluación que se reflejan en los resultados de la prueba en las diversas universidades.

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Si el examen de matemáticas que han realizado los estudiantes de Madrid este año es el mismo, no se comprenden diferencias de hasta 16 puntos entre los porcentajes de aprobados de unas universidades y otras. Parece claro que esas diferencias hay que ponerlas en relación con los porcentajes previos de aprobados y suspensos en COU que se hayan dado en los colegios e institutos de procedencia; pero también es evidente que es necesario asegurarse de que un mismo acierto o un mismo error en una determinada cuestión de un ejercicio no deberían jamás ser medidos de modo diferente por dos correctores distintos.

Centrados en esa función de ordenación de los alumnos para su ingreso en los centros que eligen, la importancia que adquiere una décima de punto confiere una tremenda responsabilidad a quienes tienen la misión de elaborar y organizar esta prueba. De ahí que sea imprescindible encontrar modelos de exámenes que reduzcan al mínimo el grado de aleatoriedad que hoy resta credibilidad al sistema.

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