González aprovecha una conversación informal para pedir a Castro que convoque elecciones
., El presidente del Gobierno, Felipe González, dijo ayer públicamente, pero en tono distendido, al líder cubano, Fidel Castro, lo que hubiese querido pedirle seriamente a solas: que convoque elecciones libres antes de que vuelva a reunirse en 1993 la Cumbre Iberoamericana. Tras un almuerzo en el pabellón de España de la Expo, el Rey se despidió con un brindis de los jefes de Estado latinoamericanos que asistieron en Madrid la semana pasada a la II Cumbre Iberoamericana. Sentado en una mesa presidida por la Reina, el comandante cubano solicitó entonces la palabra para hacer una brevísima intervención. "Me he hecho realista" confesó a los demás comensales manifestando así su aprecio por la figura del Monarca.
"Aprovecha entonces, porque tienes por delante 12 meses para convocar elecciones libres", le replicó González desde otra mesa, según uno de los asistentes al banquete. Se instauró entonces un curioso diálogo a voces salpicado de bromas entre jefes de Estado sentados en diferentes mesas. El argentino Carlos Menem, el costarricense Rafael Ángel Calderón y la nicaragüense Violeta Chamorro tomaron sucesivamente la palabra.Uno de ellos, que el protocolo pidió no identificar, sugirio entonces al líder cubano que su admiración por la monarquía podía ser la solución al problema de Cuba: "Hazte rey y convoca elecciones a primer ministro". Por si cupiese alguna duda de que su aprecio por don Juan Carlos no tenía implicaciones políticas, Castro precisó que para él "ser realista significa tener simpatía por el Rey, pero en ningún caso querer ser también rey' .
Menos ambiciosa en sus planteamientos, Chamorro no pidió a Castro, según la misma fuente, que propiciase un cambio político, sino que otorgase a los cubanos libertad de expresión y les permitiese una mayor libertad de culto.
A pesar de los insistentes consejos que ha recibido y de la relativa marginación que ha padecido por parte de sus homólogos, el comandante ha debido de sentirse a gusto con su companía. "Que nadie se sorprenda", afirmaba en voz baja al salir del pabellón de España, "si ve lágrimas en mis ojos". "Estoy triste por tener que dejar esta reunión que se acaba". "Piensa acaso que es la última vez que participa en ella", se preguntó un miembro del séquito de González.
A diferencia de la I Cumbre Iberoamericana, en 1991, o de actos como la toma de posesión del último presidente de Brasil, en 1990, en esta ocasión González y Castro no han dialogado en profundidad porque este último, a quien correspondía protocolariamente solicitar la entrevista, no pidió cita con el dirigente español ni con ningún otro presidente latinoamericano. González lo lamenta, aunque desde enero pasado desespera de poder convencer al comandante de que promueva una apertura política.
No parece muy dispuesto Castro a aceptar los consejos que recibió ayer en Sevilla. "Preferimos desaparecer a convertirnos en un nuevo Miami", dijo tan solo unos minutos después de que la mayoría de los jefes de Estado y presidentes iberoamericanos abandonara la Expo 92. Castro, informa Pablo Ordaz, apareció casi por sorpresa en el Ayuntamiento de Sevilla, donde el alcalde, Alejandro Rojas-Marcos, le entregó las llaves de la ciudad. En un discurso de algo más de 20 minutos, el comandante advirtió: "Nosotros no nos sentimos abochornados de nuestra revolución; somos muy amantes de la libertad y estamos muy orgullosos de haber conservado nuestra independencia de los Estados Unidos".
Fidel Castro, que se mostró más relajado que durante la visita a la isla de La Cartuja, se refirió también al incidente ocurrido en el pabellón de Cuba con José Ignacio Rasco, presidente del Partido Demócrata Cristiano de la isla en el exilio: "El calor de Sevilla ha sido aplastante; y al lado de algunas voces que seguramente no sabían lo que decían, escuchamos miles de voces amistosas con Cuba y su revolución". Esas voces se repitieron cuando Fidel Castro abandonó el Ayuntamiento de Sevilla. Un grupo de turistas y algunos sevillanos, entre los que intentaban camuflarse -las guayaberas los delataban- miembros de la seguridad cubana, prorrumpió en vítores a Fidel y a la revolución. Fue entonces cuando un Fidel hasta entonces distante rompió el protocolo y estrechó las manos de los que le aclamaban.
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