La ruta de la droga
Hace un año, un heroinómano, cliente cotidiano de la línea de autobuses 130, apuñaló a un conductor de la Empresa Municipal de Transportes (EMT). Después de aquello, a los empleados de la empresa de autobuses urbanos que recorrían ese trayecto se les asignó un acompañante. Ni un drogadicto se montó en la 130 durante los meses de invierno y primavera. En octubre, la empresa retiró la vigilancia. Sin embargo, desde hace un mes se ha experimentado un rebrote de viajeros drogadictos que acuden a los poblados de La Celsa y Torregrosa. Varios conductores han sufrido altercados con los 'yonquis', y otros temen que se vuelva a la situación del año pasado.
Los 'yonquis' de la línea 130 vuelven al autobús
En el brazo de José Manuel García, 39 años, se observan las marcas de varios arañazos que le propinó un drogadicto hace pocos días. El yonqui se negaba a dejar de fumar en el autobús; José Manuel le dijo que se bajara y el otro tiró de cuchillo. La cosa quedó sólo en un forcejeo. José Manuel García, delgado, de pelo rubio y ojos vivos, es uno de los 16 conductores que trabajan en la línea 130 de autobuses.Una vez transcurridos varios meses de calma absoluta en los que ningún toxicómano montaba, los conductores de esta línea, donde el pasado 2 de julio se cumplió un año desde que apuñalaron a un chófer, admiten que los drogadictos han vuelto a frecuentarla en el último mes. Las mañanas discurren tranquilas, pero a partir de la una de la tarde los usuarios, obreros en su mayoría, ya pueden pisar el papel de plata ennegrecido que dejan los yonquis tras quemar la heroína.
José Manuel cuenta que cuando debutó en la 130 los yonquis le comían el terreno. Una policía municipal le dijo que no se amilanara, que les gritara cuando ellos alzasen la voz y levantara el brazo cuando ellos lo levantasen. La mujer le ofreció varios ejemplos sobre el terreno y el conductor aprendió pronto. Ahora García no deja que fumen cigarrillos ni que se le cuele nadie. "Para que no se crean que me acojono".
La casa de socorro
Pero la lección le ha costado alguna que otra visita a la casa de socorro. En diciembre, un joven que bebió cerveza con alucinógenos se tendió inerte en los asientos traseros. "Me dio un susto de muerte y llamé a la policía. Dos agentes tardaron más de 10 minutos en despertarlo, y el tío, cuando los vio, se vino derecho a por mí porque creía que yo le había delatado. Entre el policía y yo no éramos capaces de controlarlo". Acudió otro policía y en la casa de socorro atendieron al yonqui y al conductor.
El conductor explica que hace pocos días los drogadictos le quitaron la cartera a un viejo y que en varias ocasiones le han sacado algún cuchillo, pero deja claro que en el fondo son buenos chavales. "Los malos son quienes la venden".
Su compañero Juan García asegura que muchos drogadictos hacen gala de una educación exquisita. Se bajan a ayudar a las viejas y siempre dan los buenos días y las buenas tardes. Juan ha llegado a transportar a un agente de bolsa venido a mucho menos.
Desde su asiento, Juan oye cómo los yonquis hablan sobre las horas en que resulta más fácil eludir el cerco policial. Es a las dos de la tarde y al caer el día, momento en que las patrullas acuden a sus comisarías para efectuar el relevo de turno.
En una parada próxima al poblado de la Celsa, José Manuel monta a un hombre moreno en bañador, con sólo unos cuatro dientes en la encía superior, migas de pan en la mejilla y un punto verde tatuado en la cara.
-Se me va mi mujer con el padre; vaya palo -le dice el del bañador, que debe rondar los 30 años.
-Sí, pero lo que tienes que hacer es no pegarle más a la pobre.
-Hombre, de vez en cuando no le viene mal un palito, aunque yo no la voy a matar, que tú sabes, porque eres mi amigo, que yo la quiero mucho.
-Lo que tienes que hacer es dejar ya esa mierda de la droga -le dice el conductor.
-Te juro que mañana no me ves comprando.
-Eso dices siempre. Como no la dejes te voy a estallar la cabeza ahí -dice señalando el asfalto.
-Sí, sí; de ti me dejo, porque sé que lo haces por mi bien.
-Esa gente -dice José Manuel señalando con la barbilla las casas prefabricadas del poblado de Torregrosa- se está haciendo rica a costa tuya.
-¿Qué te crees -dijo el otro-, que yo no les ponía ahora mismo una bomba? Y eso que son de mi raza. Para mí son lo mismo los payos que los gitanos, todos somos carne y hueso.
-Bueno, cuídate -dice a modo de despedida.
-Si ves a mi mujer que viene a comprar le dices que estoy en casa.
"Con ése que ves ahora tan amiguete", comentaba después José Manuel García, "he tenido varios rifirrafes, y más de una vez tuvo que venir la policía. Ahora, tan amigo, pero te voy a decir una cosa: cuando está con el mono no me respeta a mí ni a nadie. Sobre todo no respeta a Martín, otro conductor rubio, que se niega a montarlo por las muchas peleas que ha tenido con él y su mujer.
Para llegar a los poblados de La Celsa o Torregrosa muchos drogadictos eligen las líneas 24, 102 o 112, que parten desde la estación de Atocha hasta las inmediaciones del Pozo del Tío Raimundo. Amador fue conductor de la 130 y ahora trabaja en la 20. "Peor que la 130, ninguna. Aquí viene mucho, de acuerdo, pero en plan más tranquilo. Allí me llegaron a amenazar de muerte en varias ocasiones".
Juan Carlos, otro conductor de la línea 20, está de acuerdo. "Además, aquí no nos complicamos la vida si no pagan, porque encerrado en esta caja el primer golpe te lo llevas tú siempre".
La vigilancia policial se incrementó en La Celsa y Torregrosa desde que apuñalaran al conductor de la EMT y los vecinos de Villaverde Bajo se movilizaron contra un asentamiento gitano. Un portavoz de la Empresa Municipal de Transportes (EMT) dijo que la compañía no tenía constancia de que se haya producido ningún percance en esa línea. "Sabemos que ha habido un rebrote de drogadictos en La Celsa, y eso ha incrementado, lógicamente, el número de usuarios toxicómanos pero de momento no ha ocurrido nada".
Las palizas que nunca se denuncian
Rafael Pérez ("el segundo apellido no lo pongas, por favor") es alto, tiene 22 años, ropa de marca, estudios hasta octavo de EGB, el pelo rubio y una cara atractiva. Sus palabras que discurrían en un tono relajado fueron recogidas el pasado viernes en la parada de la línea 130 que se encuentra frente a una gasolinera próxima al poblado de La Celsa. Rafael acababa de comprar, con las 3.500 pesetas que le dio su abuela, medio gramo de heroína. Esperaba el autobús.Chulearle a un 'currito'
"Hace cuatro años que estoy enganchado, y mi personalidad no me la va a cambiar la droga. Nunca voy a chulearle a un currito que lleva ocho horas en un volante ni a atracar a nadie. Lo más que he hecho es robar ropa en El Corte Inglés para venderla después. Pero lo que debéis reflejar en la prensa son las palizas que pegan aquí muchos policías. Mi padre siempre me está diciendo que un día me tendrían que dar una buena tunda para que no vuelva a La Celsa. Y la policía me pegó el otro día de forma tan brutal que mi padre, el pobre, cuando me vio se echó a llorar. Tuve suerte de que sólo era uno. Aun así, me dolió tanto que me meé mientras me daba. Él me llamó y yo salí corriendo para que no me quitara el medio gramo que escondía en mis partes.
Al final me cogió, y, sin yo decirle nada, se lió conmigo. ¿Qué consiguió? Hay chavales entre la policía que da gusto tratarlos. Te ven y te dicen: 'Dime si llevas algo porque no te lo voy a quitar', y te respetan. Hacen bien porque otros nos quitan lo que compramos, y así no adelantan nada, porque volveremos. Pero he visto a cinco policías coger a un chaval y pegarle todos a la vez. Claro, si voy a comisaría sé que tengo las de perder, porque siempre pueden decir que les agredí. Ahora, por ejemplo, cuando venía a pillar, el conductor, que lo verás pasar con unas gafas negras, iba medio dormido y el autobús haciendo eses. Al bajarme se lo he comentado a un patrulla porque puede haber un accidente. El policía seguramente pensaría que yo estaba drogado y no me habrá hecho caso. Qué más da".
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